Valores Democráticos, Cultura y Estado.

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Por: Jose Galindo M.
Ensayo presentado a SAVE-JNE

En el país al igual que en otros países de américa latina; la democracia sigue teniendo bases frágiles y vulnerables frente a situaciones de crisis económica y cambios en el ámbito del régimen político. Así mismo, se mantiene la desconfianza frente a las instituciones políticas y publicas, continua presente una insatisfacción frente al funcionamiento de la democracia, aunque últimamente las acciones por recuperar la democracia esta permitiendo un ligero cambio en la actitud de la población. Ello, en gran medida, porque las condiciones de vida de los ciudadanos va cambiando en medio de los cambios políticos. Sin embargo, la magnitud de los cambios democráticos en el plano institucional no se ha visto acompañados por cambios en los valores frente a la democracia.

Por citar un caso, la imagen manejada por muchos, de la transición política ocurrida entre 1999 y 2001 fue consecuencia de una toma de conciencia ciudadana que cuestionó un orden autoritario. Según muchos autores y comentaristas políticos, a la base de la transición democrática ocurrida en estos años habría sido una suerte de despertar democrático y una mayor valoración de los principios democráticos, que permitió movilizar a una gran masa para hacer valer sus derechos; esto habría permitido la caída del fujimorismo. Desaparecido Este, asistiríamos a profundos cambios en la dinámica de funcionamiento de las instituciones, que dejarían atrás una lógica de control y manipulación, para dar paso a una lógica de autonomía; como bien se dice la política encuentra su autentico expresión cada vez que los ciudadanos participan directa o indirectamente en un espacio publico en el que se delibera y decide sobre cuestiones y relaciones con la colectividad.La adhesión a la democracia y a valores democráticos aparece vinculada a su desempeño concreto, a los beneficios que pueda traer a una población con grandes necesidades, también aparece correlacionada positivamente con mayores niveles de información política, interés en los asuntos públicos y en la política, y mayor confianza interpersonal: donde, “las opiniones diversas surgen en espacios donde los ciudadanos se comunican libremente y cuentan con el derecho de manifestar públicamente sus propias ideas”. En otras palabras, aparece vinculada a una suerte de conciencia democrática. Sin embargo, ninguna de esas variables ha aumentado en los últimos años, y la confianza interpersonal en nuestro país es una de las más bajas del mundo. Un elemento positivo es que la preferencia por la democracia como régimen en nuestro país es, pese a todo, una de las más altas a nivel latinoamericano.

De otro lado; encontramos avances significativos en otros aspectos que son positivos; por cuanto, en los últimos años ha aumentado una suerte de conciencia de participación ciudadana, en la que ha aumentado el sentimiento de eficacia política en la ciudadanía, el sentimiento de que es posible influir en las decisiones políticas. Este sentimiento se ve acompañado por una mayor disposición a denunciar actos injustos y un mayor rechazo a conductas ilegales e inmorales en la práctica de los políticos. Una característica común a resaltar es la pérdida de confianza de la ciudadanía en las instituciones encargadas de brindar seguridad y justicia (TANAKA: 2006). Factores como la corrupción, la ineficacia, la discriminación hacia la población de escasos recursos o de origen indígena o el color de la piel, a ello se adiciona la condición socioeconómica, el barrio donde vive, la forma de vestir, la educación y otros hechos fingidos que generan actitudes diferenciadas; como también, los elevados costos y las distancias geográficas han generado una fuerte distancia entre la mayor parte de la población y el aparato judicial (GIUSTI: 1999).

En el Perú de hoy, por lo que está a la vista de todos nosotros, no se necesita demostrar que la democracia política y social es todavía un sueño algo lejano; un sueño que seguramente forma parte del tesoro encerrado en la educación. Como sabemos, la democracia es una práctica cultural compleja que implica tanto patrones de comportamiento colectivo como competencias individuales, pues se trata de aprender a vivirla, no de saber definirla o explicarla de manera teórica.

Pero otro de los problemas es el contexto autoritario y arbitrario -como es el de muchas escuelas y colegios- donde no es posible enseñar valores democráticos, participación y respeto. Como se dice, no se aprende a trabajar en equipo y a ser solidario en un ambiente que propicia el individualismo y la competencia de uno con el otro. Sólo se adquiere un comportamiento ético y moral cuando se ejercita a diario el discernimiento entre lo que está bien y lo que está mal, se explicitan y respetan los intereses de todos, se convive en el marco de acuerdos y de normas compartidas y se evalúan de manera transparencia los conflictos y las transgresiones (TANAKA: 2006). Todo lo anterior supone un cambio cultural, es decir un cambio sustancial en la organización, el funcionamiento y la vida diaria de las escuelas y por ende de nuestras instituciones.

Como vemos es un trabajo arduo aprender los valores para una vida democrática en una sociedad, que involucra a la familia, la escuela, la comunidad en su conjunto y también a las instituciones de formación académica y los medios de comulación que juega un papel importantísima para la asimilación de los valores. Los valores democráticos no pueden ser un mero corpus de principios retórico, sino una cultura pública desarrollada sobre la experiencia cotidiana y convertida en una tradición que se proyecta hacia el futuro (un lenguaje, una manera de hablar de los conflictos de intereses), por esa razón, habrá que transmitir el uso correcto de esos lenguajes.

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