La otra plaga: nacidos para robar

Cuando la crisis del Bicho19 sea un anecdotario más en nuestras vidas y en la historia peruana, no sabremos qué contabilidad primará: si la del número de muertos que produjo el virus, o los casos de corrupción que nacieron en el mismo seno del gobierno central, y que se extendió, con mayor velocidad que la propia plaga, por el resto de instancias gubernamentales de todo el país. Ojalá que actualmente, alguien esté haciendo ese registro contable lo más fiable posible, porque, a las finales, no sabremos qué mató más en esta crisis: el Bicho19, o esos buitres hambrientos de codicia que son, desde un insignificante alcalde, hasta un ministro, pasando por vomitivos gobernadores regionales; en suma, casi todos.

Sólo nuestra candidez cívica, causada por la inmadurez ciudadana, pudo hacernos creer que la tragedia diaria producida por la plaga, sensibilizaría a nuestros políticos para que dejen de operar rapiñamente. Ocurre todo lo contrario; es decir, nada como un escenario de crisis para que los corruptos prolijamente se limen y afilen uñas y dientes. Lo estamos viendo, y así ha sucedido siempre en nuestra historia nacional, como bien lo ha contado Alfonso Quiroz en su celebrado libro sobre el tema. Es decir, los corruptos no tienen miramientos de ningún tipo para frenarse; es más, pareciera que un instinto natural los mueve a robar; una pulsión gozosa, como lo planteó Gonzalo Portocarrero cuando investigó el tema en Los rostros criollos del mal.  En otras palabras, cuando el ministro, gobernador, alcalde y demás piches autoridades, nos roban, sin importar las consecuencias, y menos los muertos, ellos experimentan un disfrute casi orgásmico.

Ese racionamiento parece tirado de los pelos; sin embargo, esa es una de las conclusiones a las que llega la neurociencia de mano con el psicoanálisis, que también vienen hurgando en este tema que tiene varias entradas para conocerlo a fondo y, así, buscar una solución, si la hubiera: desde la religiosa, hasta las ciencias naturales y sociales. Estas últimas, especialmente la sociología, ha creado la llamada Teoría de la anomia, ensayando varias propuestas o explicaciones: la ausencia de normas que favorecen la solidaridad; la pobre internalización de valores normativos; o la falta de oportunidades sociales que frenan o diluyen nuestras metas u objetivos.

La neurociencia plantea que la corrupción es parte de la condición humana. El hombre es un animal biológicamente diseñado para ser corrupto, dice Luis Fernández en Psicología de la corrupción. Desde ese enfoque, todos llevamos un Montesinos dentro, que aflora o se magnifica cuando, como es común en nuestro país, la educación y la familia incumplen con su función reguladora y valorativa; y cuando la justicia se disuelve haciendo que la honestidad sea vista como una extravagancia, debilidad, o simple conducta cojuda, que es engullida por la celebrada pendejada criolla. Con las herramientas psicoanalíticas, sabemos hoy que, tras un acto corrupto, el que lo ejecuta está poniendo en claro cómo resolvió las   bases reguladoras de su propia vida: el placer y el displacer, Eros y Tánatos, que se enraízan en la forma cómo aprendió a controlar y satisfacer sus necesidades infantiles. Para el psicoanálisis, el amor aparece si éstas son complacidas; caso contrario, la rabia y el odio nos marcarán de por vida.

El corrupto, por tanto, no es sólo un maldito traidor, como lo describiría Dante. Es un ser más complejo, ya que nos roba no sólo para poner en evidencia su incontrolable instinto delictivo para satisfacer una supuesta carencia económica. No, al robarnos, también pone de manifiesto una conducta psicopática, originada  por grandes carencias ligadas a serios desordenes sexuales arrastrados desde su niñez. De allí que, al puro estilo infantil, el corrupto es un contestón, querellante y altisonante cuando se defiende de una acusación; en donde él nunca es culpable, ya que siempre el otro es el responsable.

Así que, ya debiéramos saberlo: cuando veamos a nuestras autoridad corrupta con prédica moralizadora, ahogado en alcohol y drogas retando a sus pares; achacando todas sus desgracias o incompetencias a los blanquitos o minería; y ufanándose de su virilidad, ultrajando o violentando a toda mujer que se le cruce; entonces no sólo hay que condenarlo a que se queme en el infierno, como lo juzgaría  Dante Alighieri, sino verlo como un buitre despreciable nacido únicamente para robar.

 

Puntuación: 4.62 / Votos: 13

Un comentario

  • Doctor. Son inmunes a la condena moral y social. En días de ciencia y tecnologia, este y otros problemas se ven como problemas Informáticos. Y se intentan nuevas estrategias para sancionar y evitar revisar.:The dynamical structure of political corruption networks.” Haroldo V. Ribeiro. Journal of Complex Networks (2018). DOI : 10.1093/comnet/cny002

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *