Cavilaciones virales

¡Quién lo diría! Tres semanas de confinamiento formal. Informalmente, como casi todo en nuestro país, un poco más, o un poco menos. No sé, no importa, sólo siento que este período ya es muy largo…tedioso… insoportable. Sospecho que todos, en especial amigos, familiares y demás queridos míos, sienten y piensan lo mismo, pero no lo dicen; al contrario, se envalentonan (gracias por el esfuerzo), y empiezan a dar consejos: lee tal libro, mira tal película, va el link de tal estreno; arregla tal cosa. Tal, tal, tal, y un menú de admoniciones que, creo, recopilaré para una futura antología. Los memes nacidos del Bicho19 también merecen ser antologados, pues es lo que más me distrae y arranca una sonrisa, en este involuntario encierro.

Dije futuro. Parece que no lo tendremos, si es que seguimos pegados a los informativos que nos muestran imágenes y cifras escalofriantes, como las de EEUU, Italia o España. Encima, cual cereza de ese tétrico pastel, se suman las de Ecuador. Estamos más cerca de emular a nuestro vecino norteño, que al primermundismo, pienso. Por eso, me he desapegado de las noticias. Solo hay que informarse lo básico, para estar bien mentalmente, dice Tedros Adhanom, la cabeza de la OMS. Le creo. Sigo su consejo.

He aprendido a subirme al techo de mi biblioteca, y desde allí otear el barrio y alrededores. Descubro que tengo vecinos. Ellos hacen lo mismo: descubrir el entorno, desde sus torres. De techo en techo nos presentamos y saludamos gestualmente. ¿No escuchas desde allí los aplausos y cacerolazos?, me preguntan mis amigos, para referirse, primero, a la muestra de apoyo al personal médico y policial, convertidos hoy en héroes; y, segundo, para sacar de su puesto al repugnante gobernador regional que tenemos. Sumergido en alcohol y demás postres, el gobernador creerá que los cacerolazos, son tintineos de popularidad, pienso.

Regreso a mi biblioteca, convertido, más que nunca, en mi bunker, mi refugio. Afortunado yo que puedo tener mi espacio, como lo tienen mis hijos y esposa. Juntos, pero no revueltos, dice la terapeuta para resistir el confinamiento. Allí, leo, releo. Descubro títulos que pensé que no tenía. Forro libros. Selecciono y empaqueto los que tal vez obsequie. Hace años que regalé todos mis libros a los alumnos. Con los TICs, ya no son necesarios, me cuenta Paty Salas. Cuando me trasladé de casa, quise emularla, pero no pude.

Allí, en el bunker, por acto reflejo, prendo la PC, de frente al feis y otras redes, y me entero que colegas míos discuten cómo intentar empezar virtualmente el año académico agustino, siguiendo las ordenes de la autoridad. Unos muestran su acuerdo con entusiasmo. Otros lo rechazan; es más, creen que el virus llegó para hacer la revolución anticapitalista que tanto ansiaban, y lucubran con la sociedad, justa, igualitaria, humana, solidaria, etc. etc. que vendrá post Bicho19.  Otros colegas aconsejan no perder el tiempo y enchufarse a los cursos gratuitos que abundan en internet: e commerce, cómo invertir en la bolsa, etc. Y son  certificados, claman para convencerte.

Hace años que estando en tiempos normales, dejé de estudiar, por pura flojera o comodidad. Envidio a colegas que, en medio de jubilaciones, nietos y colas hospitalarias, se matriculan en la segunda o tercera maestría, o se angustian por el posdoctoral. Estudiar hoy, en tiempos anormales, cuando la parca te guiña el ojo, y encima especialidades sobre cómo lucrar con el Bicho19, me parece abominable.

En todo caso, si de estudiar se trata, para compensar la zozobra, sentirse gratificado y meridianamente seguro para enfrentar el post Bicho19, entonces lo mejor sería recordar la viejísima receta grabada en el dintel del santuario de Delfos: nosce te ipsum, fórmula recalcada, ratificada y nunca rechazada por sabios como Sócrates, Platón o Aristóteles. No se trata pues de más certificados, diplomas o doctorados para salir librados de esta y otras crisis. Quizá lo más simple es aprovechar este tiempo intimista para, justamente, mirarnos  íntimamente, y empezar a conocernos. Borges lo dice mejor: Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.  

Pero, así como hay los que con estudios y certificaciones planifican el futuro mediato, hay los que sólo piensan en el presente. Es más, en el inmediato presente, al no aguantar más tanto encierro, como los Jorges (Bedregal y Álvarez), a los que me sumo. En ese instante, buscamos remedios al Bicho19. ¿Los hay? Sí, varios: la llamada inmunidad de rebaño, el cambio radical de nuestra vida y la vacuna. Las dos primeras están descartadas porque, justamente, lo que no queremos en estos momentos es esperar más tiempo; así que, el remedio más rápido, efectivo y bendito es el pinchazo que recibiremos cuando la vacuna aparezca en el mercado, y que no nos importará cuánto cueste, ya que de eso se trata: que todo regrese a como era antes, aunque ese antes no nos guste del todo.

2 pm. Una tenue voz me llama a comer. Merly, mi esposa, ya preparó el almuerzo. Lo viene haciendo toda esta cuarentena, previa ida al mercado, una o dos veces a la semana. Me siento agraciado: ella hace que la casa funcione, es el pilar; yo, inútil, refugiado y haciendo cavilaciones virales. Bajo. Ella y nuestros hijos en la mesa, almorzando lo que haya, sin exquisiteces, ni caprichos. Conversación. Lo que casi nunca hacíamos por la disparidad de horarios, hoy lo hacemos todos los días. Eso no había en el antes que todos queremos que regrese. Lo mismo me dice mi madre sonriendo: de años que todos nos juntamos a almorzar, hasta con mi yerno. Eso me gustaría que se quede cuando la plaga sea un recuerdo o anecdotario. Si eso llegara a ocurrir, gracias Bicho19.

 

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Un comentario

  • Usted ya es un clásico, e importante para iniciar un análisis personal de cada uno, hace que uno sea siempre su alumno por más que lea y lea milia de textos, gracias por ser parte del antes y también del hoy no o se si lo será del futuro….

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