Bodas de Plata

Mi madre estaba por Arequipa esos días pasándola conmigo, y ambos vimos en mi televisor de 5 pulgadas  el mensaje que daba al país Alberto Fujimori anunciando que su aún joven gobierno había resuelto disolver  el Congreso y, de paso, los demás órganos constitucionales. Salí raudo de mi pequeño apartamento hacia la Plaza de Armas pensando que habría una ola de protesta por la nueva ruptura del orden democrático, pero lo que noté fue desconcierto entremezclado con un ánimo de conformismo y apoyo.

Los siguientes días fueron similares, aunque se notaba un mayor apoyo al autogolpe fujimorista porque la gente creía que tal decisión era una medida necesaria ante tanta inactividad o entrampamiento del Congreso dominado por el aproizquierdismo que, por cierto, catapultó a Fujimori, solo por oponerse a Mario Vargas Llosa que era favorito en esas elecciones.  A eso se le sumaba la ola de inseguridad producto del avance terrorista y los efectos de la aún  hiperinflación gestada y desarrollada en el primer gobierno aprista. Es decir, una gran mayoría pensó que, por fin, la inutilidad de la democracia iba a dar paso a la efectividad  de la fuerza para solucionar la situación.

Así, el golpe fujimorista, acompañado con una nueva Constitución, empezó a dar medidas que tuvieron resultados tan  positivos que terminaron siendo la base social y política de Fujimori, y que le permitió reelegirse holgadamente cinco años después. Para su tercer intento, ya sabemos la historia, pues la corrupción carcomió las buenas intenciones y los avances que se logró con el atropello al orden constitucional. Paradoja repetitiva de nuestra historia: quien fue en un  momento una especie de salvador nacional terminó siendo su liquidador, quien quiso terminar con la ineptitud y descomposición de los políticos tradicionales, terminó siendo calificado como uno de los más grandes podridos y corruptos del mundo.

Sin embargo, 25 años, después el fujimorismo sigue siendo más fuerte que en sus inicios. Lo corrobora su dominio en el Congreso y su gran base social. Eso demuestra también que la cultura fujimorista sigue instalada en el imaginario popular; es decir, la pendejada, violación del orden, matonería y prepotencia continúa vigente porque poco o nada se ha avanzado en estos 25 años para cambiarlos por una cultura del diálogo, tolerancia, transparencia y respeto al orden. Es más, los recientes acontecimientos de corrupción en donde están envueltos presidentes “democráticos” abonan en la cultura fujimorista, y hasta el momento no hay señal que eso se revierta.

Por esa razón es que creo que hoy, los fujimoristas deben estar bailando de un pie.

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Un comentario

  • Bueno, José Luis, este fujimorismo es diferente en aspectos medulares del primer fujimorismo, y dudo mucho que puedas explicar el porqué de su ascenso en las simpatías populares si no eres capaz de reconocerlo. No existe “cultura fujimorista”. Es simplemente la misma cultura que desde hace décadas ha estropeado al país. La corrupción no tiene tinte político y afecta a toda persona o grupo que pretende, honestamente, cambiar al país en democracia hacia el orden y el progreso. El accionar de los políticos de Fuerza Popular demuestra mis afirmaciones: diálogo, tolerancia, transparencia y respeto al orden. Lamento que tu antifujimorismo panfletario no desea admitir estas claras evidencias.
    Si eres demócrata, espero que publiques mi comentario.

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