Tía María, entre Weber y Maquiavelo

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¿Cómo se sentirán nuestros congresistas luego de ser rechazados por los alcaldes y dirigentes de Islay que, al verlos, decidieron retirarse de una reunión clave para solucionar el lío de Tía María? De seguro con rabia, pues quedó demostrado, una vez más, que gozan de autoridad, pero sin liderazgo ni poder. ¿Qué sentirán los alcaldes y dirigentes de Islay que actuaron así, perdiendo una excelente oportunidad para empezar a encontrar soluciones al problema, ya que estaban todas las autoridades en pleno, desde el central hasta el local? Seguramente felices, pues creen tener el poder y liderazgo, más no autoridad.

Una manera fácil de explicar lo sucedido es señalar que a los dirigentes isleños se les agotó los argumentos o simplemente porque responden a decisiones políticas basadas en la intolerancia y vinculadas con el atraso del país. Hay algo de cierto en eso, pero el tema principal es que lo sucedido ayer  demuestra que nuestro gobierno, representado tanto por los congresistas, ministros y autoridades locales, han perdido las condiciones básicas para ejercer poder: autoridad y liderazgo. Es decir, el viejo debate weberiano retorna para  ayudarnos  a explicar porqué el lío de Tía María sigue empantanado: tenemos autoridades que ya perdieron legitimidad; es decir, que no representan a nadie y, lo peor, han perdido todo el respeto.

 Esta situación no ha ocurrido en estos 39 días que dura el paro, sino que es todo un proceso que, probablemente, nació hace 6 años cuando ya se veía que el proyecto de Tía María ingresaba a una etapa conflictiva y que, en lugar de evitarla, se permitió que creciera hasta el nivel donde está hoy: la violencia y el caos; es decir, el desgobierno. Y en esto,  no sólo el gobierno es el responsable, sino también la empresa, la población isleña y los medios de comunicación. El gobierno por su falta de carácter y decisión política sobre las inversiones mineras; la Southern por no hacer el mínimo esfuerzo en borrar su imagen trapacera; la población isleña por dejarse ganar por agitadores antes que por auténticos dirigentes y los medios por priorizar el registro de la violencia, incluso prestándose a ella.

 A estas alturas, si es que se quiere seguir pensando weberianamente, sólo le queda al gobierno aceptar que ya se deslegitimó ante la población, especialmente la isleña, y ceder declarando una distención que, en realidad, significará patearle el problema al próximo gobierno, confiando que éste  sí aprenderá que la autoridad y el poder no se ganan simplemente obteniendo los votos, sino que se construyen sistemáticamente, combinando tradición, carisma y legalidad.

 La otra opción es la maquiavélica (que en el fondo es lo que ha propuesto el congresista Falconí demostrando así que es el más resentido por el desaire de ayer); es decir, usar la fuerza bruta y el miedo para imponer el orden, sin importar las consecuencias; es decir, actuar de la misma manera como vienen actuando los dirigentes isleños: con brutalidad y miedo.

 Ojalá que este gobierno, ya deslegitimado, no se deje ganar por el lado más vulgar del  maquiavelismo y actúe razonablemente en la búsqueda de los viejos, pero siempre actuales principios clásicos: justicia, sabiduría y bien común.

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