Encuestas, entre la desconfianza y el horror

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Estos días, fines de agosto e inicio de setiembre (tramo final de la carrera electoral), están agitados, pues han aparecido un paquete de encuestas sobre la intención de votos de nuestro electorado con resultados radicalmente distintos. Por ejemplo, en el rubro “Gobierno Regional”, una encuestadora le da el primer lugar a Javier Ismodes, otra a Yamila Osorio y la tercera a Vera Ballón. En el Provincial, los resultados también difieren causando extrañeza y, también preocupación ¿Cómo es posible tanta diferencia?

Es más, algunas encuestadoras plantean que el desconcierto sobrepasa el 50% y otras que la cosa estaría ya definida. Lo curioso que dicha “definición” estaría basada en la intención de votos de candidatos que están fuera de carrera o tienen la situación de tacha pendiente, lo cual hace mucho más extraño los resultados.

 Era de esperarse ante estos resultados las protestas y críticas de quienes no están de acuerdo y no faltan las denuncias que detrás de las mismas habría una mano negra que estaría manipulando las cifras para beneficiar a tal o cual candidato. En el país de los desconfiados, acicateados más por la informalidad, todo es posible.

 Las encuestas son hoy un elemento imprescindible en la sociedad. Pero recordemos que es, ante todo,  una técnica de investigación social para conocer las opiniones y actitudes de una pequeña población (muestra) en torno a un tema o situación determinada. En un asunto electoral como es nuestro caso, las encuestas quieren dar a conocer qué opinión tiene esa pequeña población, acerca de los candidatos, en un momento dado. Ese es el primer problema de las encuestas y motivo de las críticas, pues muchos cuestionan el tamaño de la población encuestada; sin embargo, los investigadores saben que siendo imposible entrevistar a todos, entonces hay que hacer uso de un sorteo al azar más completo, basado en la idea que todos tengan la misma posibilidad de ser encuestados, cosa que en la práctica tampoco se da. Luego viene la formulación de las preguntas, el entrenamiento de los encuestadores, su aplicación y finalmente el procesamiento con programas especializados.

 Como verán, estamos frente a un instrumento investigativo complejo al que muchos critican principalmente porque le atribuyen el efecto mágico de predecir el futuro, el mismo que, de ser adverso o desagradable, entonces es mejor rechazarlo. Si a eso le sumamos el elemento pasional de la lucha por el poder, entonces estamos frente a un coctel explosivo. Por eso es que no me extraña que algunos, por ejemplo, estén espantados, al saber que podría ganar Álvaro Moscoso y otros  se arañan al enterarse que no figuran en las encuestas, luego de haber invertido miles de dólares.

 Para los que se rasguñan o ya viven temerosos, así como para los que saltan en un pié hay que decirles que lo peor es atribuirle a las encuestas ese don mágico, pues lo importante de éstas es usarla como lo que son: una técnica investigativa que más allá de los resultados ayudan por la información que proporciona. Ahora, hay que reconocer que esa información debe ser leída e interpretada por especialistas, los mismos que suelen privilegiar, por ejemplo, en la búsqueda de   razones por las que los electores tienen determinada preferencia, la dirección en que se mueven, los efectos de los acontecimientos políticos, los aciertos y errores de cada uno de los candidatos que están en campaña, etc.

 Hay que reconocer, también, que estos últimos aspectos son difíciles de considerar en el escenario actual, pues hasta el momento nuestro Jurado Electoral no define, por ejemplo, qué candidatos están en carrera y quiénes no. Es un absurdo que a un mes de las elecciones sigamos con esa duda, pero así ocurre y seguirá ocurriendo con las leyes electorales que tenemos. Finalmente, en un país tan precario institucionalmente, donde cada día es diferente y donde el 40% define su voto una semana antes y el 15% el día que hacen la cola para votar, entonces nada está dicho. Así que, a  los candidatos, a seguir trabajando y a nosotros, votantes, a preocuparnos más en leer o escuchar propuestas y/o planes. Luego no nos quejemos.

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