Arqueo de la política arequipeña

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Como saben, la semana pasada expuse en el Foro Cátedra Arequipa que tuvo como tema central Partidos Políticos y Movimientos Regionales. Fue un placer compartir mi exposición ante maestros y amigos como Romeo Grompone, Pablo Secada, Walther Salas, Pancho Lombardi, Marco Arana y un público abundante  y variopinto. Aunque tengo la seguridad que el organizador del Foro, Ángel Manrique, publicará un libro de este evento, igual comparto con ustedes las ideas centrales de lo que allí expuse.

Arqueo de la política arequipeña.- Buena parte de la identidad arequipeña está relacionada con el poder político. El pueblo arequipeño, levantisco y rebelde, o “revolucionario”, como nos gusta auto titularnos, ha protagonizado a lo largo de la historia republicana, varios movimientos que le hicieron ganar el título de “León del Sur”, cuyos rugidos marcaban las pautas por las que todo el país debía transitar. Así, varias presidencias o proyectos nacionales se hacían o deshacían en estas tierras.

Pero la Ciudad Blanca no sólo era rugido y protesta. Buena parte de la Arequipa republicana está colmada de varios juristas y pensadores políticos que le dieron lustre y sustento a la rebeldía. Nombres como Francisco Mostajo, Lino Urquieta, José Luis Bustamante y Rivero, Víctor Andrés Balaúnde y un largo etcétera, ayudaron a que la ciudad inflara el pecho de orgullo porque sus protestas estaban llenas de propuestas políticas lúcidas y muchas veces vanguardistas que se plasmaron en la creación de organizaciones vitales para comprender la vida política nacional del siglo pasado, tales como la Democracia Cristiana, base del Partido Popular Cristiano, Acción Popular, etc.

Con esos antecedentes, resulta fácil comprender por qué Arequipa, en el plano político, se ganó la denominación de ser la gran protagonista del Perú republicano, por lo menos hasta buena parte de la primera mitad del siglo XX. Hoy, ya no lo es y en el panorama no hay señales que nos puedan hacer creer que la situación va a cambiar.

La política arequipeña, hoy.- De ser el siglo pasado cuna de ideas y organizaciones políticas, hoy transitamos por su inexistencia o caricaturización. Nuestra ciudad ya no produce ideas políticas, mucho menos organizaciones políticas. No tenemos, lamentablemente, a los mostajos, urquietas o bustamantes que irrumpan con propuestas innovadoras en la escena regional, mucho menos en la nacional (basta recordar algunos de nuestros representantes al Congreso de los últimos años para deprimirnos). Quizás para muchos, el llamado arequipazo del 2002 fue la oportunidad para que Arequipa recuperar sus laureles de ayer, como  reza su himno; sin embargo, eso no ocurrió. Lo que demostró esa protesta es que los nuevos protagonistas del escenario político local, aunque se autodenominen líderes, no dejan de ser meros jefe o cabecillas que actúan según la coyuntura, o en todo caso creando situaciones para realimentarse de poder y luego negociar algunas cuotas sin sustento propositivo o programático. Han pasado más de 10 años de ese movimiento social y el escenario político que tenemos en la actualidad,  confirma nuestra hipótesis.

 Arequipa no ha escapado de la nueva dinámica de la política nacional caracterizada, por un lado, por el debilitamiento y crisis de los partidos tradicionales y, por el otro, por el nacimiento de movimientos regionales y partidos locales que en los últimos años vienen  ganando mayor protagonismo. Al igual que en todo el país, en nuestra ciudad sólo hasta las elecciones del 2002 tuvimos la experiencia de que un partido político  tradicional ganara la conducción del gobierno regional y el provincial. De allí para adelante, la historia ha sido otra. Movimientos y partidos locales, como “Tradición y Futuro” o “Arequipa Renace”, son la que se han presentado como las nuevas protagonistas de la escena política local. Sin embargo, a casi diez años de estas experiencias cabe interrogarnos si con estos nuevos actores, la política local ha mejorado, si se ha superado las taras que llevaron al caos a los partidos tradicionales o, simplemente, cuánto se ha beneficiado la región o la provincia en términos de eficiencia de gestión con estos nuevo actores.

 Quizás aún es poco el tiempo transcurrido para hacer un balance objetivo acerca de la mejoría o peoría que se ha experimentado con estos nuevos actores; sin embargo, ya hay algunos adelantos. Por ejemplo, en un reciente análisis, hecho por Martin Tanaka y Yamilé Guibert midiendo lo que ellos denominan  el “índice de enraizamiento total”; es decir, logros electorales de estos nuevos movimientos o partidos en la presidencia regional, consejos regionales y  alcal­días provinciales, el resultado es muy pobre, son experiencias que aún no cuajan integralmente que permitan exponer una imagen de poder consistente tanto local como nacionalmente. En otras palabras, es cierto que en Arequipa, los partidos tradicionales han ingresado a un proceso irreversible de insignificancia, es cierto que éstos han sido reemplazados y desplazados por movimientos y organizaciones locales propias, pero también es cierto que éstos son aún muy débiles o que lo único que lucen es un altísimo talante fragmentario. Si a eso le sumamos  debilidad de los nuevos actores regionales, incapacidad de gestión, poco ánimo de articulación macroregional y corrupción, entonces lo que tenemos como resultado es desencanto o poca esperanza con esta nueva experiencia. Quizás por eso es que en coyunturas políticas de trascendencia, la voz o presencia de estas nuevas organizaciones, o no son oídas o poca o ninguna importancia tienen a nivel nacional.

 Creo que a esa situación se ha llegado debido a varios procesos. Uno de ellos tiene que ver por la “cultura camaleónica” de la política local; es decir, el abanico de colores con que se han pintado nuestros políticos en los últimos procesos electorales: chacanos de color verde vestidos con el rojizo polo nacionalista que antes lucían el naranja fujimorista; o autodenominados izquierdistas, aliados con apristas; o en casos extremos, autoproclamados ideólogos senderistas que luego coqueteaban con el humalismo y terminaban usurpando la imagen y organización política de Alfonso Barrantes Lingán. Si a esa paleta de colores, le sumamos el prontuariado, la desvergüenza de varios de ellos, y la cada vez más grosera abundancia de agrupaciones que se presentan en cada proceso electoral, tendremos como resultado la imagen que hoy se ha instalado en la opinión pública; es decir, la política copada por cínicos, arribistas y pendejos, como lo diría Juan Carlos Ubilluz.

 Es obvio que esas son características que no describen únicamente a la política local, sino también nacional. Pero recordemos que la política nacional, representada por las tradicionales agrupaciones o partidos políticos nacionales, ha tenido una dinámica propia que estalló durante el fujimorismo. Del año 2000 para adelante se abrió para  el interior del país, y consecuentemente para Arequipa, la gran oportunidad de gestar y desarrollar un nuevo tipo de política, la regional, descentralista y visionaria que pudiera ser la alternativa o respuesta al desgaste y crisis a la política nacional, pero eso aún no ocurre. Un evento como el que hoy nos congrega debiera  servirnos para encontrar las maneras de hacerlo.

 Del año 2000 para adelante; es decir, ya en el siglo XXI, el interior y el país todo experimenta situaciones distintas. Si bien la política sigue siendo un tema pendiente, hay otros que nos permite respirar con cierto alivio. Por ejemplo, ya no estamos en el país atravesado por la crisis económica y la agudización de la pobreza que gestaba, según muchos, las bandas violentistas, sanguinarias y antisistema que caracterizó al Perú en su último tercio del siglo pasado. En la actualidad, debemos reconocer que tenemos una economía con un crecimiento boyante cuya aporte mayoritario proviene de provincias, de aquellas cuya economía está vinculada fundamentalmente a la minería y la agroindustria, como es el caso de Arequipa. Esta situación ha generado dos efectos inmediatos: mayor atracción para las inversiones y consecuentemente una rápida reducción  de la pobreza monetaria.  Como lo he mencionado en otro trabajo, esta situación se hace claramente evidente con la aparición sistemática de grandes centros comerciales que vienen reconfigurando el panorama urbano y social de la ciudad, pues no solo hay una explosión en costos e inversiones ligados a la renta del suelo, sino también a la presencia de una nueva clase media que tiene en Arequipa, una de sus principales presencias.

 Arequipa integra pues ese nuevo bloque de poder económico que ha venido gestándose a nivel nacional en los últimos años. Ese poder continúa impulsándolo, sin duda, la actividad minera con Cerro Verde a la cabeza. Siguen en importancia los grupos alpaqueros y textiles y, en los últimos años resalta también la industria de la construcción. A diferencia del norte peruano, ese bloque económico aún no organiza un nuevo y necesario bloque político o busca conectarse íntegramente con el existente. Andar en cuerdas separadas viene impidiendo un mejor desarrollo de la política local.

 Las tareas políticas para una mejor política, hoy.- El nuevo escenario que hoy muestra nuestra ciudad plantea nuevas tareas o retos políticos que deben ser atendidos para que la experiencia de los movimientos u organizaciones que aquí se gestan no sigan siendo fuente de frustración o desencanto. Resumiendo, el nuevo escenario está caracterizado por una economía regional boyante, con una reducción significativa de la pobreza y la aparición de un nuevo bloque clasemediero. Es decir, me atrevo a señalar que en nuestra ciudad el nuevo lenguaje político debiera sintonizar con esa realidad y las nuevas exigencias o necesidades que ella demanda.

 Esto que es nuevo, no debiera hacernos olvidar que hay aún tareas pendientes que hacen que la política siga estando en rojo. Uno de ellos es la consolidación del proceso macroregional. Históricamente, Arequipa ha sido gestora de ese proceso que se oficializó y  es política de Estado desde hace 12 años. Sin embargo, sabemos que ese proceso aún es trunco o cojo, y Arequipa, fiel a su espíritu integrador y descentralista ha demostrado que tiene todo el ánimo de concluirlo para que  la descentralización no sólo sea una palanca de desarrollo, sino también la clave para la necesaria reconstrucción de nuestro Estado. Esa es pues una de las tareas  pendientes que debe incorporarse al nuevo lenguaje de la política local para que ésta  sea verdaderamente renovadora y esperanzadora, materializándola con los proyectos que ya están en marcha o pendientes como la Carretera Interoceánica o Majes Siguas II. Reconozcámoslo, esas obras sin un trasfondo de  integración macroregional con Puno, Cusco, Moquegua y Tacna no serán útiles, y tienden a ser otro de los grandes fracasos y desperdicios de los que ya está sembrada nuestra historia.

 Otra de las viejas tareas pendientes tiene que ver la reconstrucción de la confianza o apego a la política de nuestras actuales generaciones. Los nuevos políticos locales, aquellos que han querido hacerle frente a la vieja y desgastada política nacional, provienen de la misma cuna de formación; es decir, el mundo moderno. Sabemos que hoy vivimos en otro escenario, la llamada sociedad global, postmoderna o la sociedad de la nueva modernidad. Es decir, Arequipa no está desconectada de lo que ocurre en el mundo, no escapa de la virtualización de la realidad, que trae consigo la inmediatez y banalidad, como tampoco está ajena a los nuevos problemas de las sociedades neomodernas como por ejemplo el riesgo, y cuando hablo de riesgo no solo me refiero al tema de la seguridad ciudadana, sino, para nuestro caso particular,  del riesgo natural del cual nuestra ciudad ha demostrado que no está mínimamente preparada.

 Este nuevo escenario debiera servir para que nuestros políticos elaboren un discurso que sintonice con las expectativas o necesidades de la población, principalmente las constituidas por jóvenes a quienes hay que atraer no sólo con los nuevos recursos infocomunicacionales, sino también combinándolos con un ejercicio que a pesar de su tradicionalismo sigue vigente; es decir, los movimientos u organizaciones locales deben seguir siendo espacios de estudio, análisis, debate y  adoctrinamiento y creo que eso debe hacerse a la vieja usanza de la política tradicional; o sea, cara a cara, usando el local partidario, visitando las zonas marginales, contactándose con la gente, etc. Creo que pensar que la política puede hacerse virtualmente es un error. La política sigue exigiéndonos la presencia y el contacto con la gente real, con sus necesidades  reales.

 Como verán, si los movimientos u organizaciones regionales quieren realmente constituirse como tales, quieren trascender  y no caer en los mismos males o taras de la política tradicional, deben acometer todas estas tareas. Y como si fueran pocas hay otra que no podemos obviar; es decir, los movimientos y organizaciones regionales también deben liar con una estructura jurídica y legal diseñada para que toda la política nacional se envilezca. Por ejemplo, es imposible hacer política en serio con organizaciones que se alzan victoriosas con porcentajes electorales irrisorios, es imposible hacer política en serio con una ley que permite que los perdedores electorales confabulen mafiosamente para revocar inmediatamente a los elegidos, etc. y así podríamos seguir ejemplificando cómo es que nuestro orden legal ayuda a degradar a la  política. Las soluciones ya se han discutido y se han presentado al Congreso, pero sabemos que “Otorongo no come Otorongo”; por tanto, esas viles reglas de juego seguirán allí hasta que exista la auténtica voluntad para reformarla.

 Como hemos visto, el panorama descrito nos plantea una serie de retos que debiera comprometernos a todos, pero fundamentalmente a quienes quieren dirigirnos o gobernarnos. Ojalá que todos esos, a quienes ya se les vislumbra en las preferencias electorales en cara al próximo año, estén a la altura de las mismas para que la política arequipeña, aquella que alguna vez alcanzó un importante grado de altivez, recupere ese estatus por el bien de la región y el país todo. Caso contrario, sólo le espera la medianía o chatura. Crucemos los dedos para que el próximo año ocurra lo primero y no lo segundo.

 

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