Reivindicando La Parada

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Ahora resulta que La Parada es la madre de todos los males del Perú. Luego de los penosos sucesos que nosotros y todo el mundo vió el jueves pasado, hay un consenso de que hay que desaparecer el principal centro acopio y abastos de productos agropecuarios que ha tenido Lima por más de medio siglo. La razón de dicha decisión casi unánime: La Parada es un antro de delincuentes y mafiosos; es también una cueva de infecciones de donde salen todas las enfermedades nacionales; y finalmente, que es la mejor expresión de la ignorancia, desidia o malicia de nuestra clase política que hizo que ese monstruo creciera.

Si bien hay buena parte de verdad en ese diagnóstico, lo que no se ha dicho es que La Parada es el gran símbolo del nuevo Perú que empezó a configurarse a mitad del siglo pasado, y que muy bien fue bautizado por Matos Mar como el Perú del “desborde popular”. Es decir, estamos hablando de la ola migrante que cambió el perfil de nuestro país, haciendo que éste dejara de ser rural para convertirse en urbano.

Ese mar humano, con todo derecho invadió la capital peruana buscando mejores condiciones de vida, y si en algún momento confió en el Estado para satisfacer esas urgencias, pronto tuvo que hacer uso de su propia creatividad y esfuerzo para materializar sus sueños. La Parada ayudó a concretarlas, convirtiéndose así en el principal referente de esa época marcada por la construcción de un nuevo país con un nuevo perfil o actores: los migrantes, los cholos.

Así, La Parada se volvió en el realizador de sueños. De allí nacieron los reyes del limón, del tomate, de la papa, el ajo y la cebolla. Es decir, La Parada impulsó la creación de una nueva burguesía provinciana, pero asentada en la capital, burguesía comercial y luego industrial que nunca hubiera existido si esperaba, teóricamente, que existiesen las condiciones de un “desarrollo económico formal”.

Desde esa perspectiva, no hay que desdeñar a La Parada y menos culparla por todos los males del país. Estoy seguro que los políticos que hoy apuntan contra ella, mucho de ellos hijos de migrantes, vivieron, se enriquecieron y educaron (incluso en universidades top de Lima), con el apoyo de La Parada.

Claro, hoy nuestro país ha cambiado, Lima ha cambiado. La Parada es como el hermano feo que queremos negar o escondemos en el patio trasero, mucho más cuando se trata de poner en vitrina, los malls, las tarjetas de créditos y las marcas extranjeras, etc. Claro, también hay una lógica económica detrás de eso, pues con la puesta en marcha del nuevo mercado de Santa Anita se pretende que con la virtualización comercial, productores y compradores tengan acceso transparente a los precios y, de paso, la Sunat cobre vía facturación lo que no puede cobrar con el estilo precapitalista o feudal instalado en La Parada. Los reyes de la papa, ajos y cebollas, serán los más afectados y, obviamente, se resistieron al traslado. Pero parece que tal resistencia llegó a su fin, pues La Parada tiene los días contados y con su muerte morirá también una época clave para entender la historia reciente de nuestro país y, principalmente, la lógica del desorden e improvisación que atraviesa nuestro crecimiento y escuálido desarrollo.

La Parada nació de esa lógica, ojalá que el nuevo mercado de Santa Anita inaugure otra marcada por la presencia de un Estado con una clase política y dirigencial que sabe cómo hacer las cosas, no sólo en términos de autoridad, sino también de orden y desarrollo, priorizando al Perú provinciano que como hace cincuenta años sigue mirando a Lima como el gran trampolín de su bienestar. Recemos para que así sea.

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Un comentario

  • José Luis, es muy importante ver las dos caras de la moneda tal como las planteas en tu artículo; el desborde popular y la generación de una burguesía migrante, son dos elementos dignos de reconocer y repensar, antes de hacer apreciaciones meramente subjetivas, frente a los penosos acontecimientos desprendidos del “reordenamiento territorial” recientemente dado en la parada de Lima; al respecto hay que tomar en cuenta estos y otros elementos tales como: la limitada comunicación entre el gobierno local y los reubicados; la delincuencia institucionalizada que opera por generaciones en espacios similares; el descontrol de una sociedad cargada de violencia contenida; la inclinación cultural a la transgresión de las normas y leyes “donde se impone el más fuerte” y finalmente los intereses de terceros plasmados en la desinformación; estos elementos han conllevado a estas escenas fatídicas vistas del desalojo en la parada; elementos que deben ser considerados cuidadosamente por nuestras autoridades cuando se realicen acciones parecidas, ya que este tipo de reubicaciones se tendrán que dar progresivamente e inevitablemente en la mayoría de ciudades importantes del Perú, debido al crecimiento espelúznate y desordenado con el que se “dibujan nuestras las ciudades”.

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