Militares militarezcos

Nuestra sociedad militar, también denominada por sus familiares y afiliados como “el glorioso ejército peruano” ha mostrado esta semana, impúdicamente, su verdadero rostro: una corporación gansteril, rapiñezca, cobarde y embustera. Los hechos que han develado ese rostro una vez más es por todos conocidos: un falso grito de triunfo tras la supuesta liberación de los trabajadores de Camisea que fueron secuestrados por revitalizadas columnas terroristas, y luego la revelación de cómo se festinan los presupuestos militares para indumentarias y comidas de los soldados o tropas.

Sobre lo primero sabemos que todo fue una vil mentira montada por los militares y sus oficiosos voceros de prensa para hacerle creer al país que realizaron una acción heroica de salvataje cuando lo real fue que actuaron cobarde e irresponsablemente, incluso con saldos trágicos. Sobre la comida o la indumentaria mínima que debieran tener los soldados, todos adulterados o podridos, pone en evidencia cómo se manejan los recursos estatales por jefes corroídos por la ambición e insensibilidad.

En cualquier ejercito mínimamente decente del mundo, el abandonar a su tropa en acción combativa como ocurrió en las selvas del Cusco, o dar comida podrida a las tropas, es considerado un acto de traición a la patria; sin embargo, en nuestro país inventamos mil pretextos para seguir conservando la imagen de una sociedad militar irreprochable, tutora y salvadora de la patria. Lo triste es que no es primera vez que eso sucede. Nuestra historia nacional está atravesada por acciones militares deleznables, con militaruchos autoproclamados héroes nacionales que luego terminan con sus huesos en la cárcel tras descubrir sus trapacerías; y en general, por una sociedad militar que lo primero que aprende durante su formación en las escuelas militares, es saquear las propinas de sus soldados.

De esa sociedad, que también está atravesada por la obediencia ciega y genuflexa, ha salido nuestro actual presidente. A esa sociedad pertenece Ollanta Humala y él sabe perfectamente lo que pasa y está pasando en el ejército peruano. Claro, frente a tamaños escándalos, lo saludable es que él salga a aclarar las cosas, que le diga al Ministro de Defensa, Luis Alberto Otárola que no siga payaseando al país celebrando victorias de papel; que explique porqué se envió a la selva cusqueña soldados sin preparación; qué nos explique porqué un equipo de investigación periodística pueden encontrar a los líderes senderistas mientras que las brigadas militares siguen tonteando; que se investigue el caso de los chalecos o de la comida malograda a los soldados, etc. Es decir, necesitamos una explicación seria para saber si, por lo menos, estamos protegidos frente al despertar senderista.

Obvio que nuestro presidente no lo va a hacer. No sólo porque sabemos que su estilo presidencial es la del avestruz, que, finalmente, le funciona; sino por lo que decimos líneas arriba: él es militar, sabe cómo son las cosas, sabe que esa estructura rapiñezca es imposible de desarmar; y porque, finalmente, como buen militar, también tiene que obedecer.

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