El ogro Bedoya

Enterado la mañana de hoy del fallecimiento de Andrés Bedoya Ugarteche, más conocido como “El Ogro”, quiero compartir con ustedes un ensayo breve que escribí en el 2009 sobre este polémico personaje arequipeño y que publiqué en mi libro “Mundo ordinario, microsociología y vida cotidiana”.

Bedoya y racismo nacional
De nuevo por estos lares, y poniéndome al día sobre lo ocurrido entre nosotros, me ha llamado la atención el triste galardón que ha obtenido nuestro país al ganar el premio Survival Internacional que consiste en reconocer al artículo periodístico más racista del mundo. Dicho premio nos toca directamente porque recae en Andrés Bedoya, paisano nuestro.

Trabajé con Andrés Bedoya en Arequipa al día. En el desaparecido diario de la familia Mendoza, Bedoya tenía una columna muy leída que matizaba con la televisión a través de un personaje que él creó: Don Timoteo. Este era un viejo chacarero, un loncco como se diría en Arequipa. Don Timoteo refunfuñaba todos los días, criticando a todo el mundo y en especial a nuestros políticos y autoridades.

En su columna periodística, Bedoya hacía casi lo mismo. Versado y con buena pluma, Bedoya enfilaba su crítica a las autoridades. Yo guardo algunas de sus columnas y varias veces le sugerí que las publicara en formato de libro, pero siempre me contestó que ni él las almacenaba. Cuando desapareció Arequipa al día (y creo, incluso, que antes) Bedoya fue invitado a formar parte de los columnistas del Correo de Lima. Eso obligó a que la edición local publicara sus opiniones y allí es donde apareció el primer escándalo, pues a los juliaqueños no les agradó la batería de adjetivos que Bedoya descargaba sobre ellos. Incluso antes, Bedoya protagonizó otro escándalo con el entonces alcalde Luis Cáceres quien no le perdonó su acidez.

Cuando uno conversa con Andrés Bedoya, puede encontrar en él a un tipo simpático, risueño y buena gente; es decir, todo lo contrario a la imagen que vende a través de sus columnas (enjutado y cascarrabias). Pero en medio de eso, sí encontramos a un tipo consecuente con lo que escribe: racista visceral. Es cierto también que el tono y estilo de sus escritos han cambiado, pues comparando sus opiniones del desaparecido Arequipa al día y las de Correo hay ostensibles diferencias. Es más, parece que en el diario limeño ha recibido luz verde para opinar no a través de ideas sino de ofensas por doquier, lo cual lo demeritan, pues no hay que negar que Bedoya es un tipo cultivado.

Ahora, no sé si Bedoya como personaje deba ser motivo de escándalo. En todo caso, lo que debe llamarnos la atención no es el racismo de ese señor, sino el carácter racista de nuestra sociedad. Ahora, si se trata de levantar escándalos personalizados, creo que más impacto debió tener las declaraciones presidenciales sobre los nativos de Bagua, que las de Bedoya. Pero así somos; es decir, la pita se rompe por el lado más débil.

En todo caso, Bedoya nos ayuda a recordar el racismo que atraviesa la sociedad peruana, pero él no la encarna; al contrario, él tiene el coraje de visibilizarlo y sabemos que el racismo más peligroso es aquel que se esconde, incluso con discursos esquizoides o de doble moral. Y allí es donde caemos muchos, ya que no sólo somos una sociedad racista sino que las mediciones que se han hecho sobre este mal en el país, colocan a Arequipa entre las más racistas a nivel nacional. Es decir, entre nosotros, los arequipeños, el racismo es un medio casi natural de relación ulterior e incluso de prestigio, lo cual nos coloca, además, como una de las ciudades más huachafas porque eso de estar choleándonos entre nosotros es sencillamente ridículo.

Sobre lo pernicioso de continuar refiriéndonos racialmente en nuestra sociedad, hay mucha literatura. Aquí mismo he escrito sobre el tema sumándome a las serias advertencias que hacen los expertos. Pero el problema no está Bedoya, sino en nosotros mismos.

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