¿Ciro santo, Ciro presidente?

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Fui envuelto, sin quererlo, en el tema de los dos Ciros, esos personajes que desde hace seis meses han tenido atolondrados al país. Uno hijo, el otro padre; uno porque se perdió en el Colca, el otro porque indesmayablemente emprendió su búsqueda. Todo el país sabe el trágico final: el Ciro hijo fue encontrado muerto; el Ciro padre fue erigido como ejemplo paternal.

El asunto es que fui envuelto en el tema porque no tardaron las entrevistas para entender el fenómeno que terminó en aura de multitudes: el Ciro hijo velado ante miles, incluso en la mismísima Plaza de Armas de Arequipa y el Ciro padre aclamado nacionalmente al extremo de ficharlo como posible candidato a algún cargo político, mientras que su hijo también es voceado para ocupar un puesto celestial. Es decir, del drama a la más pura huachafería.

Definitivamente, las ciencia sociales pueden encontrar en el caso un laboratorio extraordinario para explicar cómo opera la sociedad y especialmente la nuestra. Hay que reconocer que lo de Ciro tuvo todos los elementos para convertirlo en un thriller psicológico (la parejita que se va temerariamente de paseo, ella vuelve, él no; ella es una despistada, él…etc. etc); si a esto le sumamos la actuación de los padres, tenemos un cóctel que es la delicia de los medios de comunicación.

Y allí es donde entramos a otro componente del tema; es decir, la actuación de los medios que en nuestro país no sólo se especializan en estos temas para vender más, sino que saben que pueden hacerlo porque moviliza como espuma el morbo de la gente. Lo interesante en esta ocasión es que aquí no sólo intervino los medios tradicionales, sino también los virtuales que incluso actuaron con mayor morbidez. Como diría Jean Baudrillard, los medios actuaron tanto, que convirtieron el caso Ciro en una hiperrealidad; es decir, nuestra conciencia colectiva invadida al extremo de ser incapaces de distinguir la realidad de la fantasía. Eso explicaría porqué se tejieron tantas historias, se presentaron tantas hipótesis, se hicieron tantas acusaciones, principalmente a la enamorada del desafortunado.

Eso explicaría también porqué al chico se le quiere convertir en santo o porqué al padre se le quiere hacer presidente. Aunque en este punto las teorías de Baudrillard o Eco, no son necesarias, pues simplemente hay que recurrir a la ignorancia y huachafería de nuestra gente que es capaz de mostrar una solidaridad al borde del llanto que es totalmente falsa, pero de la que nuestros políticos saben aprovechar con maestría. Es decir, no hay que descartar que mientras más mórbido se tornaba el caso, Chehade y equipo se frotaban las manos.

Así son las cosas en nuestro país: drama convertido en circo por esa combinación perversa de ignorancia, hiperrelidad y política que nos hace buscar desesperadamente culpables, presidentes y hasta santos. Amén.

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