La PUCP

Desde mucho antes de terminar el colegio, sabía que quería seguir estudios universitarios en la PUCP. Pero también sabía que ingresar allí era súper difícil, y es que, a fines de los setenta, la PUCP ya ostentaba un gran prestigio, incluso ya en esos años, era considerada la mejor universidad del Perú y no importaba, para nada, si era cara o no, lo que importaba era ingresar a la PUCP, y estudiar allí porque eso garantizaba una formación profesional de primer nivel.

Ese primer intento para ingresar a esa universidad fue frustrante, pues no alcancé la vacante deseada; sin embargo, años después, logré hacerlo para seguir estudios postgraduales, y lo hice con dedicación, rigor y placer; gozando y explotando, en el mejor sentido de la palabra, de todo lo que ofrece esa universidad para una formación de calidad: buenos profesores, excelentes y actualizadas bibliotecas, aulas y espacios de estudio confortables y, en general, un ambiente académico único donde se respira un verdadero clima intelectual del cual es imposible no contagiarse. Es decir, sentí que a la PUCP, realmente se va a estudiar, a investigar; a hacer vida académica, elemento inusual en la mayoría de universidades del país.

Creo que la misma opinión la comparten otros colegas que pasaron por allí, así como alumnos míos que luego de egresar de las aulas agustinas tuvieron la sensatez de seguir estudios en la PUCP. A veces me cruzaba con ellos y podíamos hablar poco, pues siempre estábamos apurados, ya que teníamos que entrar a una conferencia luego de salir de clases, o asistir a un seminario o congreso de los cientos que permanente se realizan allí; o participar de la presentación de un libro, de los cientos al año que también se publican allí. Es decir, no había tiempo para otras cosas, y yo realmente me sorprendía, pues a esos mismos alumnos los recordaba en las aulas agustinas y no eran tan responsables o buenos estudiantes. Les hacía ese comentario y les preguntaba porqué en la PUCP mostraban un perfil tan distinto a cuando eran agustinos. “Profe es que es la Católica”, era la respuesta. Lo que entendí entonces era que, como pensaba Merton, el prestigio institucional tiene mucho peso o influencia en la decisión y conducta de las personas, al extremo que les puede cambiar positivamente para toda su vida, pues pertenecer y ostentar un cartón o título de la PUCP es sideralmente distinto a ostentar un título del ALAS o Néstor Cáceres, por ejemplo. El primero se exhibe con orgullo, los otros se traspapelan.

Y es que la PUCP da vitrina, por lo menos es lo que he experimentado luego de egresar de sus aulas. Y esa vitrina ayuda a posicionarnos, tanto como profesionales como seres humanos porque la formación que uno allí recibe es integral, variopinta, realmente universal; es decir, universitaria. Pero además actúa como una verdadera alma mater, pues desde que egresé de sus aulas nunca he dejado de recibir una revista, o folleto, o mail informándome de sus actividades, invitándome a escribir o publicar, etc. He sentido que siempre está atenta a lo que uno hace y brindando todo el apoyo, como ocurrió cuando publiqué uno de mis libros, pues mientras en la UNSA, mi cada editora, yo tenía que encargarme de su presentación, alquiler de local, tarjetas de invitación, etc. la PUCP, al enterarse que había publicado, me informó que ellos también estaban preparando su presentación. Me enviaron el pasaje y al llegar a su centro cultural de San Isidro, estaba todo listo: local, tarjetas, panelistas, recepcionistas e, incluso bocaditos. Es decir, una auténtica madre nutricia o alma mater que valora el trabajo intelectual de sus hijos.

Por todas esas razones, no puedo estar indiferente al actual enfrentamiento que tiene la PUCP con los dirigentes de la iglesia católica. Como sabemos, esos dirigentes y en especial el Cardenal Cipriani quieren tomar el control de esta universidad para respetar la voluntad de Riva Agüero, según dicen. No quiere hacer más, reiteran. Sin embargo, sabemos que no será así. De tomar el control, la PUCP perderá ese carácter académico universal, se volverá sectaria, intolerante y fanática. Es más, tal como ocurre en Arequipa, en la San Pablo, universidad que reclama la autenticidad de “católica”, la PUCP corre el riesgo de convertirse en un centro persecutorio por las ideas, el libre pensamiento e, incluso, la forma de vestir. Temo que eso ocurrirá en la PUCP y por eso creo que no es conveniente que el sector ciprianista de la iglesia la maneje, ya que detrás de él se esconden los grupos más ultraconservadores de la iglesia, encabezados por el Opus Dei y secundados por el Sodalitium Vitae, los Neocatecúmenos, la Iglesia Santa y Avanzada Católica, etc.

Ojalá me equivoque, pero todo indica que Cipriani ganará esa batalla legal, ya que en esté, su enésimo intento de controlarla, cuenta con el aval directo del Vaticano; por lo tanto, creo que la suerte de la PUCP está echada. Es más, leo por allí que sus propias autoridades están considerando esa posibilidad, lo que significaría que ya no tendremos más PUCP, o, en todo caso otra PUCP, la de Cipriani y compañía: oscurantista, medieval y poco humanista. Así que, a imaginarse la auténtica PUCP, pero sin P, o tal vez, incluso, sin C, pero siempre con el mismo espíritu: abierta, universal, humanista; una auténtica universidad.

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