La universidad propia

Los lamentables acontecimientos de Huancavelica, donde han muerto tres personas y hay una serie de heridos, todo por la oposición a la creación de una nueva universidad, pone nuevamente en mesa el tema de la necesidad o no de contar con más centros universitarios en nuestro país. La respuesta cae por su peso si uno revisa la cifra actual de universidades peruana, las que funcionan y las que están por funcionar, y que suman la friolera de cientotreintaitantos. Es decir, lo que más sobra en nuestro país son universidades.

El asunto adquiere rivetes de escándalo y verguenza cuando sabemos, como el caso de la Universidad Autónoma de Tayacaja, motivadora del desmadre huancavelicano, de qué forma se crean las universidades; es decir, no hay ningún criterio técnico y mucho menos científico para crear más centros superiores de estudios. Todo es puro populismo, cálculo político o el deseo de satisfacer el capricho de algunos congresistas que quieren irse del congreso con su “universidad bajo el brazo”.

Arequipa no está alejada de este problema. Ultimamente, hemos visto, pasivamente, como la ciudad ha empezado a atestarse de universidades, que ofrecen, sin rubor alguno, títulos por doquier con la única condición de “hacer el pago respectivo”. Por otro lado, también hemos sido y somos espectadores pasivos del deterioro sistemático de la universidad pública local.

Detrás de esto aparece uno de los graves problemas de nuestro país: la mediocridad paralizante de la universidad pública, aquella que debiera formar el capital humano para garantizar, desde la ciencia y tecnología, la sostenibilidad del país. De ese drama tampoco se escapan las universidades privadas, muchas de ellas son simplemente, como el caso de Alas Peruanas que conozco más cercanamente, centro tipográficos de títulos; y, lo que es peor, instituciones mafiosas que comprometen, incluso, a congresistas y funcionarios gubernamentales para seguir expandiéndose sólo con un criterio meramente crematístico.

Por lo visto, atrás quedó la promesa presidencial (cuando ocurrió el escándalo de Alas Peruanas) de regular la vida universitaria a través de la acreditación universitaria. Pero más allá de eso, lo que en realidad necesita el país es una nueva ley universitaria con lo cual podría resolver muchos de esos problemas. El asunto es quién se mete con ese monstruo que, incluso, goza de autonomía; es decir, instituciones que se alucinan enclaves, pero que viven a costa de todo el país. ¿Ingresará ese debate en el próximo gobierno? De seguro que no, pues justamente el próximo gobierno lo conformarán mayoritariamente aquellos que creen en sonsonetes como la “universidad popular”, concepto ideológico que no ha hecho otra cosa que desmejorar sistemáticamente la calidad de la educación en nuestro país.

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