Tirándose un pedo

“El Perú se tiró un pedo”. Así describió César Hildebrant el resultado final de las elecciones de 1990 que en la segunda vuelta protagonizaron el más ilustre de los peruanos, Mario Vargas Llosa y un folclórico y perfecto desconocido de la política de entonces, Alberto Fujimori. Los resultados de las encuestadoras que colocan a Humala en el primer lugar, y fijo a ocupar el sillón presidencial, ha hecho pensar a muchos que nuevamente estaríamos por tirarnos un pedo. ¿Así será de escatológica nuestra política y futuro escenario nacional?

Es cierto que a muchos en 1990 les causó espanto el triunfo de Fujimori, pues se pensaba que era la gota que iba a derramar el vaso de una situación tétrica que construyó el primer gobierno alanista. Es decir, se pensaba y temía que llegaba la consumación del Perú, recordando, además, que Sendero Luminoso estaba a la vuelta de la esquina, listo a tomar el poder. Sin embargo, no ocurrió el apocalipsis; al contrario y contra todo pronóstico, el gobierno fujimorista empezó a sentar las bases para la reconstrucción del país que hoy gozamos… y sufrimos, pero no de la manera como lo hacíamos en el período 1985-1990.

Hoy se habla que con Humala en la presidencia volvería el cataclismo. Es cierto que en el fondo somos una sociedad con tendencia suicida, pero de allí a que un simple comandante nos lleve al cadalso, creo que hay una gran exageración, porque al fin y al cabo, qué es lo peor que puede suceder si un militar ocupa el sillón presidencial?. Creo que nada, simplemente reproducir lo que está instalado en el inconsciente de todo peruano: la cultura autoritaria, el goce por las botas. Esa es la constante de nuestra vida republicana y es muy difícil aún aprender la lección democrática, mucho más cuando ésta es todavía una exquisitez para un tercio del país.

No dudo que en el entorno humalista hay gente bienintencionada que cree de veras que con el militar se producirá el gran cambio estructural que el Perú necesita. Conozco a varios de ellos, han sido mis profesores y hoy son colegas míos. En ese sentido comprendo el optimismo de Lynch, López, Manrique, Adrianzen y una serie de buenos intelectuales; sin embargo, el problema no son ellos, sino el propio comandante que, de hecho, tomando el poder, lo primero que hará es deshacerse de ese grupillo intelectual que, al fin y al cabo le es incómodo, simplemente por una razón: los militares (y mucho más los peruanos) están prohibidos de razonar; ellos “ordenan”, “mandan”, no piensan. Humala no es la excepción, peor aún, es posible que sea la figura que acumula toda la cultura del militar peruano: matón, ignaro y recontra pendejo. La razón de esa fórmula es que Humala es un simple comandante; es decir, un acomplejado por la falta de estrellas en el hombro. Con esa carga, es mucho más probable que se deshaga, inmediatamente, de las personas pensantes que hoy le rodean, para acometer lo que más saben hacer: llenarse los bolsillos con la plata de Estado.

Esa ha sido otra constante en nuestra historia política: fascinación por presidentes militares que terminan envueltos en un mar de corrupción. En eso, los militares terminan siendo tan o peor de conservadores que los políticos tradicionales, a quienes denuncian y prometen acabar. La historia ya nos ha demostrado que terminan siendo peores que los tradicionales. Humala no es la excepción (que yo sepa, nunca aclaró lo de sus jugosos ingresos que le permiten vivir envidiablemente).

Desde esa perspectiva, es posible que nuestro país termine tirándose un pedo si es que triunfa un simple comandante, pero creo que no habría de qué aterrorizarse, pues, simplemente, estaríamos volviendo a la normalidad. Y nuestra normalidad ha sido, justamente la que hoy vivimos: un país que goza de un período de bonanza económica, pero donde se profundiza la desigualdad; un gobierno que muestra orondo cifras azuladas, pero sin capacidad de atacar en serio problemas elementales como educación, salud, justicia y seguridad (aquí es donde la imagen de militar gorilizado encaja perfectamente). Nuestra normalidad es la de un escenario político con políticos mezquinos que actúan con la consigna de “si no soy yo, que se jodan todos”. Esa es nuestra normalidad, y esa normalidad es la que es la que hoy nos ha puesto en posición de volvernos a tirar un pedo. Bienvenidos pues a la normalidad de un país que sufre de colitis.

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