El nuevo Arequipazo

Estuve en el coctel de apertura que organizó la cadena Wong con motivo de su instalación en Arequipa. Al día siguiente fui a su inauguración y ahí ya noté la locura que significa el arribo de esa marca para nuestra ciudad. Pero todo eso no fue nada comparado con lo del domingo pasado, pues parecía que toda Arequipa se volcó a esa tienda que no soportaba tal afluencia de gente. Lo que más me llamó la atención fue ver, en ese mar de gente, a un colega y amigo, viejo militante del partido comunista que, comprando, se ahogaba entre el descontrolado público. Le pasé la voz, le pregunté qué hacía en medio de tanto capitalismo y me respondió “…Varguitas, el socialismo se fue a la mierda”.

Varias veces he comentado de la revolución comercial y urbana que vive Arequipa, pero quiero compartir con ustedes, otro ensayo que nos dan más luces del tema y que pertenece a la pluma de David Rivera y Christian Navarro.

El nuevo Arequipazo.- En Arequipa se viene gestando una nueva revolución económica y social. Los tres centros comerciales que tendrá a finales de este año son solo una señal, y el “comienzo” para una región en la que se invertirán US$ 7.000 millones en el próximo lustro. Los retos también son muchos.

Es conocida (y criticada por algunos) la autoestima de los arequipeños, por ellos y por su tierra. ¿Cómo conseguir una apreciación objetiva de lo que viene ocurriendo en una región que está creciendo a tasas por encima del promedio del país? Porque el PBI de Arequipa ha venido siguiendo un ritmo anual de 6,8% durante los últimos nueve años.
María Pía Palacios es limeña pero llegó a Arequipa hace 18 años. Fue testigo del colapso del parque industrial arequipeño tras las reformas de los noventa, vio de cerca el Arequipazo del 2002, vivió el terremoto del 2001, y hoy es parte, como consultora y directora, del despegue de muchas empresas arequipeñas. Tiene la cercanía y la distancia necesarias para dar una opinión objetiva sobre lo que ocurre en la segunda economía del país. Nos encontramos con ella en el Zig Zag, un restaurante de comida “alpandina” donde las carnes y pescados a la piedra volcánica son la especialidad. Tras mirar la carta le comentamos que en Lima es cada vez más común escuchar hablar sobre el boom gastronómico arequipeño. ¿Cuánto tiempo tiene este restaurante, dos años?, le preguntamos. “No”, nos responde. “Unos 10, y tal otro [que habíamos comentado antes] unos ocho. Ustedes los limeños se quedaron estancados en el Arequipazo”, disparó a boca de jarro.

Como para darle la razón, el segundo día de nuestra visita a Arequipa hubo un paro convocado por el Sutep, el sindicato de los maestros. Y, la verdad, jamás nos hubiésemos enterado si no fuera por una pequeña nota en el principal diario de la ciudad, El Pueblo, donde se informaba que mayoritariamente el paro no fue acatado, diríamos que casi por nadie. Palacios, directora del Instituto de Desarrollo del Sur del Perú (Prosur), no niega que el levantamiento contra la privatización de las empresas eléctricas del sur durante el gobierno de Alejandro Toledo pusiera freno de emergencia a las inversiones en la región, pero también cree que el boom actual se viene gestando desde hace más tiempo del que conocemos en Lima. ¿Desde cuándo?, nos preguntamos. Casi desde ese mismo momento, al parecer.

Para muestra, Quimera.- ¿Cómo se pasa de facturar S/. 1 millón a US$ 85 millones en solo cuatro años? No es fácil lograrlo, pero en Arequipa se puede.

Juan Carlos Córdova realizó sus estudios superiores y de posgrado en Estados Unidos, hacia donde partió siguiendo a quien ahora es su esposa. En el 2004 decidió volver a su terruño. “Siempre tuve claro que si volvía al Perú sería a Arequipa, de ninguna manera a Lima. Es un tema de calidad de vida… Mis amigos me decían que estaba loco, que cómo se me ocurría regresar a Arequipa. Todavía estaba la cicatriz del Arequipazo”, recuerda. Juan Carlos entró a trabajar al grupo Inca, uno de los principales productores de textiles de alpaca del país, donde solo duró hasta el 2007. Un año antes había comenzado a planificar el sueño del negocio propio. Aún como dependiente, decidió apostar por la compra de un terreno para diseñar un condominio, lotizarlo y vender los espacios. Su idea era darle un valor agregado que las constructoras de entonces ni consideraban: jardines y espacios públicos, entre otras innovaciones para la ciudad. Convocó a varios amigos para desarrollar el proyecto en conjunto. Todos aceptaron de palabra. A la hora de la hora, se tiraron para atrás. El “loco” decidió hacerlo solo.

Gracias a que el proyecto fue aceptado por un banco, logró el financiamiento, lo desarrolló y vendió todos los lotes en la etapa de preventa. Este fue su primer millón. Pero lo más importante fueron las señales que le dejó este primer éxito: que había recursos, que —sospechaba— venían sobre todo de la minería (Cerro Verde, en particular); que las personas estaban dispuestas a pagar más por una oferta diferenciada; y que era la hora de apostar. Con las ganancias y nuevos créditos bancarios (que se hicieron más fáciles por el éxito obtenido) comenzó a comprar terrenos, donde ha ido desarrollando nuevos proyectos habitacionales, siempre bajo la lógica de que ofrezcan algo más que el promedio del mercado. Pero no solo eso: con la seguridad ya ganada y con la visión que había adquirido viviendo afuera y que ahora buscaba trasladar a su tierra, convirtió el grifo que tenía su madre en una cadena de 12 estaciones de servicio. Más adelante ingresaría al mercado de lubricantes con una marca propia, y luego montaría una distribuidora de productos de consumo masivo, una empresa de transporte de carga pesada, una empresa de alquiler de maquinaria pesada para la minería —a partir de una empresa prestadora de servicios para el sector, que era de su padre—, la recolección de residuos industriales y reciclaje de una parte de ellos, etc.

Hoy, Quimera tiene en camino la construcción de la primera planta de tratamiento de residuos industriales del sur del país; está negociando asociarse con una empresa mexicana para la instalación de una planta para la producción de sus propios lubricantes; y construye el primer centro empresarial de la Ciudad Blanca, que estará listo en diciembre del próximo año y que albergará un hotel de cinco estrellas. Pero también tiene en cartera la construcción de otros tres hoteles de lujo, en un joint-venture con la cadena Sonesta (en el Colca, en el norte y en Puerto Maldonado); y ya planifica el primer proyecto inmobiliario en las tierras donde se espera que se traslade la nueva ciudad de Arequipa para evitar que la actual colapse.

Creando riqueza.- El caso de Financiera Crear también es digno de mención. Javier Valencia, el gerente general de esta empresa, nos contó su aventura de más de 18 años en su oficina de la calle Santa Marta, en el Cercado de Arequipa. En 1992, Hábitat Arequipa Siglo XXI, una ONG creada durante el gobierno de Fernando Belaunde para canalizar proyectos de vivienda, modificó su giro de negocios hacia las finanzas. Se orientaron a los emprendedores y migrantes a la Ciudad Blanca, pues entendieron que antes que un problema para una ciudad que solía rechazarlos, ellos podían ser una fuente de progreso. En 1998 se convirtieron en la Edpyme Créditos Arequipa (Crear), producto de la nueva regulación financiera que también generó entidades como Mibanco, Edyficar (hoy en manos del BCP) y Confianza (en las del BBVA Banco Continental). En el 2000 incursionaron en Lima y seis años después, producto de una mayor fortaleza patrimonial, se convirtieron en financiera.

Como el resto de la economía, Crear sintió los efectos de la crisis internacional de finales de los noventa y luego del Arequipazo, pero en los últimos ocho años (desde el 2002) su crecimiento ha sido de 40% cada año. Es decir, se multiplicaron por 10. Impresionante. Sus colocaciones han pasado, en ese lapso, de S/. 23 millones a casi S/. 240 millones. En el sur, después de la Caja Municipal de Arequipa, que reportó colocaciones por más de S/.1.200 millones en el 2009, son la segunda institución financiera más grande. Han pasado de tener 765 clientes en 1998 a más de 100.000, y tras su incursión en Lima, 50% de sus colocaciones se realizan en la capital.

Seis de cada diez créditos que otorga en Arequipa (el otro 50% de su cartera) van a empresarios que se dedican al comercio; tres, a actividades productivas; y uno, a servicios. En la década de 1990, la mayoría iba al segundo rubro. Este cambio reflejaría los mayores recursos que ingresan a la economía a través de los salarios que reciben los trabajadores de Sociedad Minera Cerro Verde, una mina que está 35 minutos al sureste de la ciudad, en auto, y que es responsable de casi una cuarta parte del cobre producido en el Perú. Cerro Verde fue uno de los activos que la estatal Minero Perú privatizó en 1994, y fue a parar a manos de la estadounidense Cyprus Amax, que en 1999 fue absorbida por la gigante Phelps Dodge.

Historia de una revolución.- La apreciación de Palacios sobre el resurgir de Arequipa coincide con la de otros entrevistados, como el saliente alcalde Simón Balbuena. La Ciudad Blanca, en general, venía siguiendo el mismo proceso del país hasta el Arequipazo, en junio del 2002. El parque industrial prácticamente desapareció con las reformas y la liberalización de los noventa; comenzó a despegar hacia 1994-1995; la recesión internacional de 1998 los golpeó como al resto del país (y con ella terminaron de morir las empresas que tenían que morir); y en el 2000 solo quedaban algunos buques insignia como Gloria, Laive y algunas textiles.

El retorno a la democracia en el 2001 había comenzado a generar una nueva expectativa y a mover la economía. Prueba de ello fue que en abril del 2002 la ciudad vio aparecer al primer centro comercial de provincias: el complejo de Saga Falabella en la Avenida del Ejército, en el corazón del residencial barrio de Cayma. “Los arequipeños comenzaron a sentir que ya tenían algo que perder”, señala Palacios. La ciudad ya era “visible”, “elegible”.

El presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa, Julio Morriberón, opina que hay un “antes” y un “después” de la llegada de Falabella. “La señal fue que había un mercado maduro y preparado para la modernidad”, afirma. Además, fue un hecho que levantó el ego ciudadano. “Nosotros no podíamos creer que la apertura de los cines fuera primera plana en los diarios de la ciudad”, recuerda uno de los ejecutivos que participó en el arribo a la ciudad de Cine Planet, una cadena que también forma parte de ese complejo comercial. Así, esta llegada rompió con una costumbre arraigada en los arequipeños: el estatus estaba definido no por quién tenía más o gastaba más dinero, sino por quién ahorraba más. Eso cambió desde ese momento.

Pero entonces, se produjo el Arequipazo y dejó desconcertado al empresariado. “Se vivía una situación de desesperanza”, confiesa un ejecutivo de Lima cuyo negocio ingresó al mercado arequipeño en esa época. Sin embargo, para Morriberón el levantamiento no expresaba un rechazo a la inversión privada, sino que era una muestra de dignidad, una respuesta a la forma en la que se pretendía proceder con la privatización, sin explicar nada ni escuchar la posición de los arequipeños. “En Arequipa nunca ha habido una oposición contra la inversión privada”, asegura. El Arequipazo, consideran otros, también habría sido un respuesta a la postergación que recibieron durante el gobierno de Alberto Fujimori, más aun después del terremoto que azotó la ciudad en junio del 2001. De otro modo, Arequipa jamás hubiera dado pase a Cerro Verde, uno de los proyectos privados que han dinamizado su economía.

Revuelta y reconstrucción.- La etapa posterior al Arequipazo, durante la reconstrucción de la ciudad, también gestó otro punto de quiebre relacionado con un cambio de actitud en el empresariado sureño, que tomó la iniciativa y se organizó al ver la inoperancia estatal con los recursos públicos que llegaban para volver a levantar la infraestructura caída durante el sismo del 2001. Fueron las empresas arequipeñas las que gestionaron e incluso financiaron algunas de estas obras.

En el 2003, la campaña de promoción del Perú como destino turístico en Europa y Estados Unidos, trajo como consecuencia el despertar del turismo en la región, sobre todo de la mano de la apertura del Colca como lugar de visita en el circuito turístico del sur. Ese año se duplicó el número de arribos a la ciudad y el número de pernoctaciones, según datos de Promperú.

En paralelo, el crecimiento de Lima empezó a irradiar —“chorrear”, dirían otros— a las provincias y se vieron los primeros frutos de los cultivos de agroexportación, como el pimiento piquillo, la palta y las alcachofas; así como el despegue de productos más tradicionales, como las cebollas, el orégano y los ajos. Al mismo tiempo, comenzaron a aparecer grandes campos ganaderos para abastecer de leche a la más transnacional de las firmas arequipeñas, Gloria, y el sector lácteo comenzó a repuntar.

En el 2007 fue el turno de la minería, de la mano de un boom en el precio de los metales. Ese año Phelps Dodge fue adquirida por Freeport-McMoRan Copper & Gold, como parte de la ola de fusiones entre las mineras globales, y Cerro Verde culminó un proyecto de ampliación que la llevó a más que duplicar su capacidad de producción con inversiones agregadas de unos US$ 850 millones. Con ello, se convirtió en una de las locomotoras de la economía regional: solo ese año, el PBI de Arequipa creció un sorprendente 15,5% anual. Un año antes, los ejecutivos de la minera se jactaban de haber cuadruplicado la producción de la mina desde su privatización y de haber reducido los costos en 40%.

Pero el boom de los precios de los metales se sintió también a través de otras minas del sur como la cusqueña Tintaya (explotada por Xstrata), cuyo canal de exportación es el puerto arequipeño de Matarani, y otras como Ares, Arcata (ambas en Arequipa y propiedad de Hochschild Mining PLC) y Minsur (en Puno, propiedad del grupo Brescia), que tienen a la Ciudad Blanca como su base en el sur, lugar de residencia para sus ejecutivos y sus familias y, sobre todo, plaza para sus gastos o inversiones.

Perlas del boom.- Con todo esto, los ingresos de las familias arequipeñas se han disparado, y se han incrementado en cerca de 60% en los últimos seis años. La Encuesta Nacional de Hogares así lo refleja. Ello ha significado, en primer lugar, un boom inmobiliario. Los terrenos en Cayma han pasado de valer US$ 80 por metro cuadrado a US$ 400 en unos cinco años. Y en Mejía, el Asia de los arequipeños, el alquiler de una casa en primera fila,

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