Desmadre y frustración electoral

Ocurrió lo que se preveía: las elecciones locales y regionales del domingo pasado, en lugar de ser un excelente espacio de educación electoral y antesala gratificante para las elecciones nacionales, han desnudado uno de los grandes males nacionales: la incertidumbre política. Y cuando nos referimos a ese espacio, pues nuestro país es incierto en varios aspectos, me refiero concretamente a la incertidumbre que reina en lo democrático, electoral, e, incluso, nuestra propia cultura frente a las coyunturas electorales.

Es decir, políticamente, nuestro país vuelve a su estado normal de incertidumbre, y eso se siente mucho más en Lima donde hasta el momento no sabemos quién ha ganado las elecciones. De las varias explicaciones que he leído sobre el tema, la que me ha causado curiosidad es la tesis que eso se debe a que estas elecciones se programaron el 3 de octubre, fecha fatídica, casi maldita para nuestro país. El argumento es que ese día se recuerda varios intentos o golpes de Estado que, hay que reconocerlo, son parte de la normalidad repúblicana de nuestra sociedad.

Aunque la tesis es sugerente, lo real es que hay otras causas que explican la actual incertidumbre o desmadre electoral que estamos viviendo. Una de ellas, tiene que ver con la cantidad grosera de postulaciones. Sólo en un país tan desinstitucionalizado como el nuestro se permite postular a meros aventureros electorales que sólo persiguen el poder con criterio crematístico. Como sabemos, eso produjo unos inmensos planillones electorales que fueron parte del suplicio el día de las elecciones. Varios miembros de mesa, me han contado lo torturante que ha resultado contabilizar esos planillones que, además, no expresaban una, sino ¡cinco elecciones! Es decir, sólo en un país como el nuestro nos seguimos baleando los pies realizando cinco procesos electivos en uno solo. Si a eso le sumamos, la incompetente actuación de los organismos electorales como la JNE, ONPE, etc. y el prehistórico conteo manual de votos que aún mantenemos y que nuestra clase política se niega a modificar, entonces es absolutamente comprensible, que el recuente proceso electoral, en lugar de robustecer nuestra cultura política la haya empobrecido aún más.

Nuestra ciudad no se ha escapado de esa situación; es más en muchos aspectos, la cosa ha sido peor ya que, haciendo gala de nuestro provincianismo, aquí las elecciones han estado aún más contaminadas con las encuestitis y debatitis que, no ha sido otra cosa de hacernos el cholito frente a supuestas preferencias electorales. Como lo señalado en otro post, en estas elecciones se ha perdido la oportunidad de plantear los grandes temas que tiene que ver con el futuro mediato de nuestra departamentalizada región. En ese sentido, hubiese sido absolutamente saludable que ocurriera una segunda vuelta, no sólo para que Juan Manuel Guillén y Walther Aguirre bajen de su nube, sino para que, precisamente, en una segunda vuelta se debate, realmente, los grandes temas que han estado ausentes en estas elecciones. Por lo visto, seguimos fieles a la entonación de un “fracaso más, qué importa”.

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