Arequipa revolución

Toda una revolución viene produciéndose en nuestra ciudad de manera silenciosa. Una revolución que viene gestándose desde inicios del presente siglo y que hoy se luce en toda su magnificencia. Me refiero a la revolución comercial y urbana que está cambiando el perfil de nuestra ciudad.

Como sabemos, al acabar el presente año, Arequipa lucirá tres nuevos megacentros comerciales que no sólo traerán marcas o franquicias internacionales, sino que también estarán acompañadas de modificaciones urbanas que antes considerábamos impensadas y que rediseñarán la ciudad. Junto a esta explosión comercial y urbana, están concretándose grandes obras que nos conectarán a mayores mercados como el brasileño y están ad portas proyectos agrarios que harán más expansivas nuestras fronteras agrícolas.
Todo esto sin dejar de mencionar los imparables planes mineros y demás inversiones que, entre lo público y privado, auguran, mínimo, cinco años más de bonanza económica.

Sumado a este crecimiento económico, hay cifras en lo social que también son meridianamente alentadoras y que nos permiten mirar con optimismo el futuro mediato de nuestra región. Obviamente esta revolución no está beneficiando a todos. Tiene un carácter marcadamente citadino; sin embargo, esa es una base que podría permitirnos empezar a atacar los problemas que hoy se ubican más en nuestras zonas rurales, principalmente la pobreza que alcanza un poco más del tercio de esa población.

Lo paradójico de esta revolución es que se está produciendo sin la intervención de toda nuestra clase política; es decir, la pasiva, activa y dirigencial. Ninguno de ellos ni siquiera ha olfateado esta revolución ya que sus discursos pasados y sus miradas ombligueras se los impide. En esta revolución tampoco han intervenido las universidades. Esta es una revolución que parece dirigida por ojos foráneos que han encontrado aquí grandes oportunidades donde nuestros políticos y académicos sólo miran desazón, oposición o conflagración.

Sin embargo, y paradójicamente, esta revolución exige la participación de esos sectores que están de espalda, no se han dado cuenta o no la aceptan. Es decir, necesita una orientación para que se convierta en una oportunidad extraordinaria que garantice el despegue sostenido de Arequipa.

Necesitamos más que nunca de una clase política renovada que sintonice con las transformaciones que viene produciéndose aceleradamente en la región, una clase que política que garantice, a la vez, que pondrán a tono el aparato estatal, ya sea el regional y local para que acompañe este proceso y no lo torpedee como ocurre hoy. Y, finalmente, necesitamos también de un aparato educativo, principalmente superior que garantice, mínimamente, la generación del capital humano que exige esta ola transformativa que viene produciéndose en Arequipa.

Sin estos dos componentes, el actual proceso no pasará de un episodio más que es aprovechado por un pequeño grupo económico que descubrió que aquí se puede recoger dinero a carretillas mientras su clase dirigente mira al techo o se entretiene, como siempre, en discusiones bizantinas.

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