Los efectos del MonoPlanet

Martes de cualquier semana. Cine Planet, la única cadena de salas cinematográficas en la Ciudad Blanca, ofrece la oferta de entradas a mitad de precio. Como es de esperarse, la comodidad del precio atrae, y cientos de personas se arremolinan en el hall para adquirir su ticket.

Allí empieza el problema, pues se forman largas colas de un público ansioso que tiene que soportar los apretujones y la lentitud de la atención para, por fin, adquirir la entrada. Pero el suplicio recién empieza, pues al subir a las salas hay que hacer, no una, sino varias filas que se forman de acuerdo a la película que se quiere ver.

Poca o ninguna orientación hay en ese momento, pues un aturdido empleado y un atolondrado administrador, no saben explicar cuál de las filas es para determinada película y el público está allí, apretujado y rodeado de restos

de pop corn, gaseosa y cuanta basura hay regada en el salón, pues la limpieza brilla por su ausencia.
En medio del caos se logra pasar la revisión de los boletos y, por fin, se consigue ingresar a la sala. Pocos son los asientos limpios y disponibles pues la sala, recientemente abandonada por el público de la función anterior, convirtió el auditorio en un depósito de desechos. Otra vez, la limpieza se deja extrañar.

Los efectos del monopolio.-
Estos son sólo algunos de los maltratos que el público debe soportar por parte de la cadena de Cine Planet. Consecuencia propia del despreocupado monopolio que esa cadena ejerce en la ciudad.

Reconociendo ese carácter monopólico, al Planet no podemos pedirle que deje de aburrirnos únicamente con películas de corte comercial; es decir, parece una quimera solicitarle que haga el esfuerzo de acercarnos al cine como arte. Su lógica empresarial la obliga a someternos al cine lucrativo. No hay cómo pedirle, por ejemplo, que el Festival de Cine que hubo la semana pasada en Lima, también se proyecte aquí. Eso no lo lograría ni la magia de Harry Potter.

Pero lo que sí hay que exigirle a la administración del Planet es que deje de tratarnos como ciudadanos de segunda al ofrecernos su desorganización y caos, sus ambientes sucios y salas descuidadas. El mal gusto de traer solo cintas taquilleras tenemos que aceptarlo, pero el maltrato, no.

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