Arequipa, la fiesta desbordada

Analizábamos con los alumnos de Sociología de la Cultura qué es lo más característico de la fiesta jubilar de Arequipa, esto a propósito de los 469 años de fundación española que cumple la también llamada Ciudad Blanca.

Se suele practicar en cada aniversario de la patria chica una serie de reflexiones que tienen que ver con su desarrollo, sus faltas y/o potencialidades, etc. Eso termina siendo un lugar común a la que a veces también ha caído esta página. En esta ocasión, por los 469 años de Arequipa, creemos que hay que hacer otro tipo de análisis y por eso nos propusimos explorar por el lado festivo, mismo pensamiento bajtiano; es decir, descubrir, a través de lo que causa placer a la gente, los ángulos más auténticos la gente arequipeña. Por eso es que planteamos pregunta de qué es lo más característico de la fiesta jubilar de nuestra ciudad.

La mayoría respondió acertadamente, pues, siguiendo el pensamiento bajtiano (es decir, la de aquel crítico literario ruso que, a pesar de la intolerancia estalinista, escribió un deslumbrante libro sobre Rabelais y que hoy es todo un clásico de las ciencias sociales para analizar la cultura popular), señalaron que la serenata, por excelencia, es lo más característico e importante de las fiestas de Arequipa.

Totalmente de acuerdo, pues es el 14 y no el 15 la verdadera fiesta de la Ciudad Blanca, ya que la noche de la serenata es una fiesta desbordante donde lo único que importa es el goce que se va a experimentar, sin ningún miramiento ni compostura; sin prejuicios ni complejos; es decir, en la serenata del 14 nadie se mira sobre el hombro, esa fiesta tiene la virtud de igualarnos a todos, aunque sea temporalmente, pero iguales al fin, abrazados o sintiéndonos pertenecientes a una comunidad.

Ese análisis no es de escritorio, pues es fácil comprobarlo viviendo un 14 de agosto. Ese día es sentido por los arequipeños, propios y extraños, como el día más importante del año, donde todo está permitido y el goce desbordado no hay que perdérselo. Todos se alistan para salir esa noche, desde las siete de la noche las calles anuncian que el desborde arrancó, el asunto es, simplemente, dónde experimentarlo y uno puede encontrar regocijo para todos los gustos. En ese escenario, el clímax son las doce de la noche, el momento que marca el cumpleaños de la ciudad. Es allí donde todos, al compas del entonemos un himno de gloria…se abrazan, gritan, explotan haciéndose una sola persona e identificados con un solo sentimiento. Es decir, el desborde total.

El 15, día de Arequipa, todo retorna a su nivel, viene la solemnidad y el resto de patrones establecidos en torno al festejo y la alegría. El te deum, al que asistí esta mañana, por ejemplo, es ese clímax de esa solemnidad donde el acartonamiento y la momificación es lo que vale. De allí sigue el corso que ha ido perdiendo su carácter festivo popular para convertirse en una insoportable y mal gustosa vitrina publicitaria.

Pasada esas dos fechas, especialmente la del 14, todo vuelve a la normalidad, como si la población de Arequipa, nuevamente seriecita, recupera su compostura…hasta el próximo año, hasta el próximo 14 de agosto para, de nuevo, perseguir ese goce desbordado, recuperando así su verdadera esencia.

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