Michael Jackson

Me encontraba fuera de la ciudad y estaba ese jueves concentrado en la interpelación al gabinete Simon, asombrándome del infantilismo de nuestros políticos que nunca tienen la culpa de nada, cuando se interrumpió la transmisión radial para dar una noticia de último minuto: Michael Jackson, el rey del pop, ha muerto.

Adiós interpelación, adiós concentración en explicarme la actitud obtusa de nuestros políticos. Nada de eso interesaba, uno de los dioses de la cultura popular había muerto y eso sí es trascendente, así que desde ese momento me dediqué a bucear entre la televisión e Internet para hallar más información que hasta ese momento me parecía fruto de la imaginación o simplemente una noticia de mal gusto; sin embargo, la llamada de Jorge ratificandola y suplicando que regresara pronto para homenajear a Jackson con el video que traje de Milán, terminó por confirmar tremendo dato.

¿Cómo explicar el fenómeno Jackson? Hay varias entradas, tal vez la musical sea la más correcta, no en vano se le ha calificado como el rey del pop, pero eso es insuficiente, pues su música está asociada a lo visual y creo que esa es en realidad la valía de su obra artística. A Jackson no se le escuchaba, se le veía, se le tenía que ver, pues era inexplicable su música si es que no se le veía con sus espectaculares pasos, con su estrambótica ropa, con sus mutantes y coloridos rostros. Primero eran chocantes, pero a las finales terminaban fascinándonos y por eso todo se le era permitido, todo en él encajaba, por algo era el rey, el que impone modas, el que trasciende.

Pero otra forma de explicar el fenómeno Jackson es desde el impacto cultural que él logró en toda su dimensión, pues no sólo fue música, imagen, espectacularidad en los conciertos, etc. sino también formas de entender el concepto de identidad. En ese aspecto, creo que Jackson abrió una nueva veta de entender que identidad no es vivir forzosamente anclados a las raíces que natura nos dio, sino vivir como realmente queremos ser, como la

cultura del momento nos invita a ser. El hizo de ese concepto una forma de vida que la llevó a extremos: no quiso ser negro, quiso ser blanco y lo logró; no aceptó el rostro africanizado, quiso parecerse a Diana Ross o Taylor y lo logró. Es decir, el androginismo, una de las máximas expresiones culturales de la postmodernidad, concentradas en Jackson.

De ese exceso, de esa lucha insulsa con natura, Jackson pagó caro la factura. Por eso lo veíamos últimamente cada vez menos humano y cada vez más caricaturizado. El mismo era eso, una caricatura, pero igual se le quería y por eso esperamos ansiosos su retorno a escena luego de trece años. Y en ese ambiente, el musical y el del espectáculo, volvía ser él, con sus extravagancias, con sus pedidos inimaginables como leones o elefantes encadenados con oro; es decir, la parafernalia para, como él decía, espectáculos inolvidables. Y la gente le creía, por eso agotó las entradas de sus cincuenta conciertos. Ahora que ha muerto, nos quedaremos con las ganas e imaginándonos qué había tramado para seguir en la cúspide de ese reinado que terminó devorándolo. Es que el genio en vida, no dura tanto.

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