El premio

Buen momento el del cine peruano. Definitivamente la alfombra la ha puesto La teta asustada y el carisma de Magaly Solier, que se muere de risa de los prejuicios del gremio, que no la ven como integrante del medio, sino como una cholita suertuda. Lo cierto es que muchos se han colgado de ese buen momento para ganarse alguito.

Es el caso de El Premio. Chicho Durant regresa con una puesta en escena que quiere jugar con la dupla rural-urbana, formula siempre atractiva porque supone mostrar la cultura de la exclusión y marginación en nuestra sociedad, pero a la vez complicada, porque muchas veces se cae en lo simplón ya que reduce esa relación a un maniqueísmo irritante y aburrido. Eso es lo que pasa con la última entrega de este director peruano que, luego de Lombardi, es el que más recorrido tiene.

Tal vez lo interesante es que El Premio nos muestra el universo en los que se mueven la gran mayoría de nuestros migrantes (y nosotros mismos); es decir, la informalidad, el contrabando y el mundo de la piratería. Claro, está retratado más como fondo de escena que como una realidad que consume a la sociedad peruana, pero está. Eso sí, aunque innecesario, lo que no podía faltar en El Premio es su momento erótico: intenso, relamido, jugoso.

Parece que Durant aprendió que eso es lo que le gusta al público peruano: camas, buenas curvas y ejercicios nalgatorios, el resto no importa. Y Durant tiene razón. Luego de esa escena, la película no importa. De todas maneras se sugiere verla para saber en qué anda nuestro cine, después de que La teta asustada nos ha abierto la vitrina internacional de par en par. De lo que se trata es de saber si podemos aprovechar esa oportunidad o desperdiciarla. Con El Premio, parece que vamos por la segunda ruta.

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