La teta asustada

La gran ganadora del reciente Berlinale, la película que ha obtenido los mayores logros de nuestro endeble cine nacional, la cinta que sigue conquistando premios (Guadalajara, por ejemplo) ya está en salas mistianas.

De hecho que la sola mención del título y el recordatorio de sus lauros, atraerá al público que, de seguro, esperará ver una cinta cargada de grandes malabarismos técnicos y visuales y con una historia vertiginosa y redonda. Advertimos que no es así; es más, puede decirse que es una cinta prácticamente artesanal, pero lo que hay que rescatar es la forma como Claudia Llosa ha querido entregarnos una cinta que aborda el tema terrorista que sufrió nuestro país por veinte años, desde una entrada enteramente simbólica cuyas columnas son los diálogos y canciones hablados y cantados en quechua, uno de nuestros idiomas de factura enteramente autóctona.

En ese sentido, hay que centrar nuestra atención en las letras de esas canciones que dicen lo que el personaje central (Fausta que vive atravesada por el dolor de su madre, violada en tiempos del terror y ahora muerta a la que quiere enterrar en su tierra) no puede verbalizar, pero sí expresar a través del canto lastimero.

A la vez, la cinta nos da pinceladas de la situación del país, especialmente de esa población desplazada por el terror que fue a sobrevivir a la capital. Esa conjunción de lo andino con lo urbano, no sólo a través de los lugares físicos sino también de los personajes (serrano-costeño, cholo-blanco), nos refleja la brecha aún abierta en nuestra sociedad, factor clave para entender el porqué de nuestra inacabada y muchas veces frustrante construcción nacional.

Una cinta pues de visión obligada, si no para reflexionar, por lo menos para saber porqué hizo que Claudia Llosa ahora esté codeándose con directores de la talla de Ang Lee, De Sica o Polanski.

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