Entre el tutelaje y la lamentación

Mientras la Defensoría el Pueblo se desgañita informando que el país está atravesado por más de doscientos conflictos, lo cual hace que el Perú sea, literalmente, un polvorín, nuestro país sigue la polémica si Magaly debe estar o no en la cárcel, y nuestro Congreso, o sigue buscando a León Alegría o discute, una vez más, si hay que darle amnistía o indulto para los militares, específicamente para aquellos que cometieron delitos de lesa humanidad.

Ese no es un tema nuevo en el país. Recordemos que durante el fujimorato se perdonó a los militares involucrados en casos similares con el pretexto que ofrendaron su vida por luchar contra el terrorismo. Hoy se sigue usando ese argumento, lo cual demuestra que al actual gobierno, promotor de la propuesta, le falta ideas (es más, entre apristas se pelean sobre la supuesta originalidad de la misma).

El hecho es que nuevamente se indultará o amnistiará a los militares (no importa en término, pues a las finales, los militares saldrán orondos a las calles), aquellos que perpetraron crimines de lesa humanidad, atentatorios a los derechos humanos que cualquier país, medianamente maduro en lo que a conciencia democrática se refiere, negaría. Pero nosotros no tenemos esa conciencia, y muchos creen que ni siquiera somos un país.

La razón de eso, creo, es que aún nuestro país está sostenido en un paralelismo de dos sociedades donde la militar tiene, en definitiva, más poder que la otra, la civil. Como diría Nuggent, entre nosotros está muy internalizado la cultura tutelar protagonizada por las fuerzas armadas ya que ella, con su supuesto rigor, orden y disciplina, garantizan la rectitud con la que debe andar la sociedad. Esa noción encaja o llena la gran debilidad de la sociedad peruana, justamente nuestros supuestos grandes vacíos: irresponsabilidad, indisciplina, anarquía, tendencia al ocio y a la juerga sinfín; es decir, los grandes valores sobre los que se ha enaltecido la cultura criolla.

Pero hay más. Temo que nuestra sociedad ha logrado sustituir el odio por la lamentación. Es decir, esa emoción vital a la que alguna vez invocó Gonzáles Prada para resarcirnos de la humillación que generó la derrota contra Chile, ha sido reemplazada por la lamentación. En otras palabras, más puede la pena que la indignación. Eso lo constaté cuando se capturó a Abimael Guzman, y se le exhibió en traje a rayas y enjaulado, como bestia; es

decir, como realmente es. Me inquietó que entre los profesores universitarios y varios alumnos, en lugar de festejar el suceso de ver preso a aquel que encabezó una guerra interna que causó más de setenta mil muertes y destrucciones por todo el país, en lugar de eso, los presentes empezaron a decir pobrecito, cómo le hacen eso.

Hay pues una cultura tutelar y un trastrocamiento de emociones que impide que a los militares se les condene por lo que hicieron: no luchar contra el terrorismo, sino por violar los derechos humanos. Ese, tal vez, siga siendo un vocablo sofisticado en nuestro país, pero si postulamos por una sociedad superior, pleno de derechos, tenemos que aceptar hoy que los derechos humanos se respetan y que a los que las violaron, se les debe juzgar en el fuero correspondiente; es decir, el Judicial. Lo otro, lo que están haciendo, buscando pretextos para que salgan orondos a la calle, sólo es una muestra más del tutelaje y vasallaje de la sociedad civil frente a la militar.

Puntuación: 4.00 / Votos: 1

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *