Hobsbawm y Zizek sobre la crisis

Para entender un poco más la crisis financiera y económica que estamos viviendo (aunque nuestro mofletudo presidente insista que estamos blindados), comparto con ustedes un par de entrevistas que sobre el tema le han hecho a dos de los más grandes cientistas sociales contemporáneos: Eric Hobsbawm y Slavoj Zizek.

El británico y nonagenario Hobsbawm es considerado como el historiador vivo más influyente del mundo. Por su parte Zizek es reverenciado como una de los pensadores mundiales más brillantes y originales. Ambos combinan en sus análisis elementos marxistas, hegelianos y lacanianos, con toques de filosofía y comunicación. Aquí están los extractos de ambas entrevistas.

¿Qué opina Hobsbawm sobre la crisis?
Muchos hablan de lo está pasando como un regreso al estatismo e incluso al socialismo. ¿Usted cree que es así?– Bueno, ciertamente es la más grave crisis del capitalismo desde la década del 30. Recuerdo un titular hace unos pocos días, en el Financial Times, que decía: ‘El capitalismo en convulsión’. Hacía mucho que uno no leía ese titular en el FT. Ahora, creo que esta crisis está siendo más dramática por los más de 30 años de una cierta ideología ‘teológica’ del libre mercado, que todos los gobiernos en Occidente han seguido. Porque como Marx, Engels y Schumpeter han previsto, la globalización -que está implícita en el capitalismo- no sólo destruye una herencia de tradición sino también es increíblemente inestable: opera a través de una serie de crisis. Y esto está siendo reconocido como el fin de una era específica. Sin dudas, se hablará más de Keynes y menos de Friedman y

Hayek. Todos están de acuerdo en que, de una forma u otra, habrá un mayor rol para el Estado. Ya hemos visto al Estado como el prestamista de última instancia. Quizás regresaremos a la idea del Estado como el empleador de última instancia, que es lo que fue bajo FDR en el ‘New Deal’ en Estados Unidos. Lo que sea, será un emprendimiento público de acción e iniciativa, que será algo que orientará, organizará y dirigirá también la economía privada. Será mucho más una economía mixta que lo que ha sido.

¿Y qué del Estado como redistribuidor? Lo que se ha hecho hasta ahora parece más pragmático que ideológico…– Creo que será pragmático de la forma que era antes. Lo que ha estado pasando es que en los últimos 30 años el capitalismo global ha operado de una forma increíblemente inestable, excepto -por varias razones- en los países occidentales desarrollados. Ellos se han mantenido, hasta un cierto punto, al margen, y por ello lo han minimizado. En Brasil, en los 80, en México en los 90, en el sudeste asiático y Rusia en los 90, en Argentina en 2000: todos sabían que estas cosas podían traer catástrofes en el corto plazo. Y para nosotros eso implicaba caídas tremendas en el FTSE (bolsa de Londres) pero luego, seis meses después, recomenzábamos de nuevo. Ahora, tenemos los mismos incentivos que habían en los ’30: si no se hace nada, el peligro político y social es profundo y eso es, después de todo, la forma en que el capitalismo se reformó a sí mismo durante y después de la guerra, bajo el principio de ‘nunca más’ a los riesgos del 30. No sólo los riesgos económicos -que el ‘New Deal’ no fue muy exitoso- sino también los riesgos políticos.

Usted vio esos riesgos hacerse realidad: estuvo en Alemania cuando Adolf Hitler llegó al poder. ¿Usted cree que podría darse algo remotamente parecido a eso, como una consecuencia de lo que está pasando ahora?– En los años ’30 el efecto político neto a corto plazo de la Gran Depresión fue el fortalecimiento de la derecha, con dos excepciones. Una fue Escandinavia, que logró exitosamente moverse a la izquierda hacia regímenes socialdemócratas, y -curiosamente- Estados Unidos, donde reaccionaron a quien sería el equivalente de Bush. A la izquierda no le fue bien en los ’30 hasta que llegó la guerra. Entonces, creo que ese es el principal peligro. En ese momento, hubo una izquierda fuerte en varias partes de Europa -incluyendo Inglaterra, con el partido laborista- pero hoy no la hay. La izquierda está virtualmente ausente. Entonces, a mí me parece que el principal beneficiario de este descontento, otra vez con la posible excepción -al menos eso espero- de Estados Unidos, será la derecha.

¿Lo que vemos ahora es el equivalente de la caída de la Unión Soviética para la derecha? ¿Los desafíos intelectuales que esto implica para el capitalismo y el libre mercado son tan profundos como los desafíos que enfrentó la izquierda en 1989?– Sí, así lo creo, creo que este es el equivalente dramático al colapso de la Unión Soviética. Ahora sabemos que se terminó una era. No sabemos qué vendrá. Tenemos un problema intelectual: solíamos pensar hasta entonces que habían dos alternativas, o una o la otra: o el libre mercado o el socialismo. Pero en realidad hay muy pocos ejemplos de un completo caso de laboratorio de cada una de esas ideologías. Entonces, creo que tenemos que dejar de pensar en una o la otra y debemos pensar en la naturaleza de la mezcla. Particularmente hasta qué punto esa mezcla está motivada por la conciencia del modelo socialista y de las consecuencias sociales de lo que ha pasado.

¿Cree que regresaremos al lenguaje del marxismo?– Hasta un cierto punto, lo hemos hecho. Encuentro bastante extraño que el redescubrimiento de Marx lo han generado los hombres de negocios, ya que no hay izquierda. Desde la crisis de los 90, son los hombres de negocios quienes empezaron a hablar en términos de decir: ‘Bueno, Marx predijo esta globalización y podemos pensar que el capitalismo está planteado como una serie de crisis’. No creo que el lenguaje marxista políticamente será prominente; pero intelectualmente, la naturaleza del análisis marxista sobre la forma en la que el capitalismo opera verdaderamente será importante.

¿Siente un poco de reivindicación, después de años en los que la opinión intelectual iba en contra de lo que usted pensaba?– Bueno, obviamente hay un poco una sensación de schadenfreude (regocijo por la desgracia ajena). Siempre dijimos que el capitalismo se iba a chocar contra sus propias dificultades, pero lo que yo siento no es reivindicación. Lo que sí es cierto es que la gente descubrirá que de hecho lo que estaba pasando no ha producido los buenos resultados que se predecían. Mire, por 30 años todos los ideólogos dijeron que todo iba a

estar bien: el libre mercado es lógico y produce crecimiento máximo. Sí, decían, produce un poco de desigualdad aquí y allá, pero no importa porque también los pobres eran un poco más prósperos. Decían que funcionaría mejor que cualquier otra cosa. Ahora sabemos que lo que pasó es que se crearon condiciones de inestabilidad enormes, que han creado condiciones en las que la desigualdad afecta no sólo a los más pobres, sino cada vez más a una gran parte de la clase media. Sobre todo, en los últimos 30 años los beneficios de este gran crecimiento hemos sido principalmente a nosotros en Occidente en una condición de vida inmensurablemente superior que en cualquier otro lugar. Y me sorprende mucho que el Financial Times diga que lo que esperan que pase ahora es que este nuevo tipo de globalización controlada beneficie a quienes realmente lo necesitan, que se reduzca la enorme diferencia entre nosotros que vivimos como príncipes y la enorme mayoría de los pobres y los desaventajados.

La lucha de clases en Wall StreetPor Slavoj Zizek.

Lo primero que salta a la vista cuando se observan las reacciones actuales ante el derrumbe económico es que nadie sabe lo que hay que hacer. Esto surge debido al hecho de que la incertidumbre es parte del juego económico; la manera en cómo reaccionará el mercado depende no solamente de la confianza que los principales actores otorguen a las intervenciones gubernamentales, sino también, y es esto aún más importante, dependerá del grado de confianza que ellos estén dispuestos a otorgar a los otros actores implicados; es decir, no se puede tener en cuenta, con certeza, los efectos de sus propias intervenciones. Estamos así obligados a hacer elecciones sin disponer del conocimiento necesario que nos permita elegir claramente, o, como dice John Gray: “Estamos obligados a vivir como si fuésemos libres”.

Pero, puesto que no cesamos de repetir que la confianza y la credibilidad son determinantes, nos deberíamos de preguntar en qué medida el hecho de que la administración americana esté, justo en medio del pánico, aumentando el riesgo de sus apuestas, no ha agravado el peligro que ella misma intenta conjurar. Es fácil señalar la similitud entre el lenguaje utilizado por el presidente Bush en sus discursos tras los ataques del 11-S y aquel utilizado ante el colapso financiero: se podría decir que son dos versiones de un mismo discurso.

En ambas ocasiones, Bush alude a una amenaza que se cierne sobre la “American way of life” misma, y por ende, la necesidad de reaccionar, de manera rápida y decisiva, con el fin de hacerle frente. De manera reiterada, hace un llamado para abandonar, provisionalmente, los valores típicos americanos (las garantías concernientes a las libertades individuales, el capitalismo del mercado, etc.) para poder salvar precisamente esos mismos valores. Acaso, ¿es inevitable la paradoja?

La presión dirigida a “hacer cualquier cosa” ante un problema, aparece aquí como una compulsión supersticiosa por hacer algo, lo que sea, cuando observamos un proceso sobre el cual no tenemos ninguna influencia verdadera. Llega también en esas ocasiones en que actuamos para eludir el tener que hablar o pensar sobre aquello que hacemos. Por ejemplo, para responder rápidamente a un problema, el liberar 700 mil millones de dólares en lugar de preguntarse cómo es que esta situación llegó a este punto.

Recordemos que el pasado 15 de julio, el senador republicano Jim Bunning atacó al presidente de la Reserva Federal de Estado Unidos, Ben Bernanke, afirmando que su propuesta confirmaba que “el socialismo está bello y saludable en América”: ” La FED quiere ser, de ahora en adelante, el regulador del riesgo en el sistema. Pero, la FED es el riesgo en el sistema. Incrementar el poder de la FED vendría a ser como darle a un niño que ha roto nuestra ventana, mientras jugaba beisbol, un bate más grande, pensando que eso resolverá el problema”.

Bunning fue el primero en exponer públicamente las grandes líneas del razonamiento que justifica la oposición del Partido Republicano contra el rescate federal. Dicho argumento amerita que lo miremos más de cerca. Podemos, así pues, remarcar que la resistencia al plan de salvamento fue formulada en términos de “luchas de clases”: la

Bolsa, Wall Street, contra la calle, Main Street [Wall Street versus Main Street puede entenderse como los financistas versus el hombre común ](1). ¿Por qué deberíamos ayudar a los responsables de la crisis (Wall Street), y dejar que sean los simples prestatarios (en Main Street) los que paguen la mayor parte? Esto último se define como “el riesgo que alguien asume, de manera inmoral, debido a que se sabe protegido por medidas de seguridad, leyes u otras instituciones, contra los prejuicios que su comportamiento podría engendrar”. Dicho de otra manera, si yo estoy asegurado contra los incendios, entonces tomaría menos precauciones contra él (o, llevando esta lógica al extremo, yo mismo metería el fuego al edificio asegurado que me está generando pérdidas). La misma cosa sucede con los grandes bancos. ¿No están protegidos contra las grandes pérdidas, todo para ser capaces de conservar sus ganancias? No nos tomará por sorpresa el saber que Michael Moore ya ha escrito una carta pública en la que califica al plan de rescate como el robo del siglo. Estas inesperadas imbricaciones entre la izquierda y los republicanos conservadores deberían darnos algo sobre qué pensar.

Ambos comparten el desprecio por los grandes especuladores y los CEOs (2) que se hacen de grandes beneficios a costa de decisiones azarosas que, sin embargo, están protegidas de fallos por “paracaídas dorados”. ¿No va esto mismo en relación con el escándalo de Enron en el año 2002, que se ha interpretado como una clase de comentario irónico sobre la idea de sociedad de riesgo? Los miles de trabajadores que perdieron su empleo y sus ahorros fueron expuestos a un riesgo, pero sin tener realmente ninguna otra opción. Aquellos que, por el contrario, tuvieron un real conocimiento de los peligros, y también la posibilidad de intervenir en la situación (los dirigentes), minimizaron los riesgos e hicieron efectivas sus acciones y sus opciones antes del derrumbe. Si es verdad que vivimos en una sociedad de elecciones riesgosas, entonces, algunos (los patrones de Wall Street) hacen las elecciones, mientras que son otros (las personas ordinarias que pagan hipotecas) los que asumen los riesgos…

Entonces, ¿el plan de rescate es realmente una medida “socialista”, el alba del socialismo de Estado en los Estado Unidos? Si ese fuera el caso, es claro que lo es en un sentido muy singular: una medida “socialista” en la que el primer objetivo no es ir en ayuda de los pobres, sino de los ricos, no de aquellos que piden prestado, sino de aquellos que prestan. La ironía suprema reside así en el hecho de que la “socialización” del sistema bancario es aceptable cuando sirve para salvar al capitalismo: el socialismo es nefasto, excepto, claro, cuando permite estabilizar al capitalismo.

¿Y si, al mismo tiempo, un “riesgo moral” estuviera inscrito en la estructura fundamental misma del capitalismo? En otras palabras, el problema es resultado del hecho de que es imposible separar ambos aspectos, en el sistema capitalista, el bienestar en Main Street está subordinado a la prosperidad de Wall Street. Así, entonces los populistas republicanos que se oponen al plan de rescate financiero actúan incorrectamente, motivados por buenas razones, y los partidarios del rescate actúan correctamente movidos por malas razones. Para decirlo en los términos más refinados de la lógica proposicional, su relación no es transitiva, pues aquello que es bueno para Wall Street no lo es necesariamente para Main Street, y Main Street no puede prosperar si a Wall Street le va mal. Y dicha asimetría le otorga, a priori, una ventaja a Wall Street.

Todo eso muestra claramente que no existe algo así como un mercado neutro; en cada situación particular, las coordenadas de la interacción mercantil están siempre reguladas por decisiones políticas. El verdadero dilema no es aquel de saber si el Estado debe o no intervenir, sino bajo qué forma debe de hacerlo. Y en este punto nos confrontamos a la verdadera política: la lucha por definir las coordenadas “apolíticas” de nuestras vidas. Todos los problemas políticos son en un sentido no partidistas, ellos se relacionan más con la pregunta: ¿Cuál es la naturaleza de nuestro país?

Así, es precisamente el debate sobre el plan de rescate lo que constituye un verdadero problema político concerniente a las decisiones a emprender sobre los elementos fundamentales de nuestra vida social y económica, yendo hasta el movilizamiento del fantasma de la lucha de clases (¿Wall Street o los acreedores hipotecarios? ¿Intervención del Estado o no?). No encontraremos ninguna posición claramente “objetiva” que nos baste aplicar aquí; debemos tomar partido políticamente.

¿Cuál es la solución? El gran filósofo idealista de origen alemán Emmanuel Kant respondió a la divisa conservadora: “¡No piense, obedezca!”, no con otra como: “¡No obedezca, piense!”, sino con: “¡Obedezca, pero piense!”. Cuando somos sometidos a un chantaje como el del plan de rescate financiero, debemos vigilar la intención de dicho chantaje, y esforzarnos entonces por resistir a la tentación populista de dar expresión a nuestra cólera y darnos de golpes. En lugar de ceder a una expresión impotente como esa, debemos dominar nuestra molestia para transformarla en la firme resolución de pensar, reflexionar de una manera realmente radical, de preguntarnos sobre el tipo de sociedad, que estamos en camino de dejar, que hace posible chantajes de este género.

Notas.
1. – Main Street es el nombre genérico que reciben las avenidas principales de algunas ciudades pequeñas, villas o pueblos en los Estados Unidos y algunos otros países. (N. del T.)
2. – CEO, iniciales del inglés Chief Executive Officer; el equivalente en español sería Presidente Ejecutivo o Director Ejecutivo de una empresa.

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