Ensayo ganador

Nuestro afán de poner en vitrina los trabajos ganadores del II Concurso literario de El Búho, lo culminamos presentándoles el primer puesto en la categoría Ensayo que lo obtuvo el antropólogo Rafael Alberto Bedregal Carpio. El autor reflexiona acerca de los avatares del peruano promedio, sus paradigmas, su visión del mundo y cómo algunas tradiciones culturales han creado frenos que impiden nuestro ingreso a la modernidad. Servidos.

Nuestra posmoderna libertad

Para ti, Angie.
Porque ese mundo que rodeamos y nos rodea,
A cada uno de nosotros individuos diversos,
Cual infinitesimal hebra que dibuja su globo
y nuestro ser culminando en su intersección,
Sea cada día alguna vez mejor.

Aunque discutible, teóricamente; la realidad de la praxis social deja entrever que los peruanos -con nuestras permanencias culturales, particular velocidad de sus cambios -,estamos -querámoslo o no, sean sentimientos de amor u odio los que inciten nuestra percepción ante esta condición -, inmersos en el unívoco, previsible, inevitable, proceso de globalización; “mundialización”; para sus críticos, “occidentalización”. En medio de la emergencia de la sociedad de la información, del conocimiento. Somos parte del aún inacabado “proyecto de la modernidad” (Habermas). Tiempos de la liberalización del individuo (Touraine). La controversial, necesaria secularización de la sociedad peruana. Dentro de cuyo marco, el discurso filosófico de la posmodernidad delinea, hoy, como sociedad pluricultural, convincentemente.

En este contexto; no sé si un estilo de ensayo consista en hacer critica ciega y cerrada contra las ideas de un autor. He leído que esto es lo propio de tendencias conservadoras, tradicionalistas; mentes proclives al fundamentalismo. No lo sé. Me otorgo el derecho a la duda. Lo que sí sé, es que en estos tiempos de apología a la libertad, un ensayo, exige pensar. Reflexionar desde la propia reflexión. Hacer, pues, literatura de ideas. Y es así que deseo deslizar en este opúsculo, el discurrir del ensayo y sus conceptos, algunas reflexiones, juicios, hipótesis interpretativas, sobre la libertad individual, su autonomía, en la realidad socio-cultural peruana. En ella claro está la arequipeña. En efecto, ¿somos libres? Políticamente sí. No obstante ¿cuánto en sí, culturalmente? ¿Cómo es que somos libres ante la realidad de este mundo de la vida (Husserl) que compartimos, día a día, entre colectivos diversos, individualidades, la alteridad, en la sociedad peruana?

Los actuales tiempos de la globalización, nos sitúan frente no una sino varias formas de vida. Multiculturalismo. En dinámica interactiva; interculturalidad. Condición palmaria que define dos tipos de actitudes en las interacciones sociales cotidianas al interior de la sociedad peruana. Una externa, de mutuo respeto y reconocimiento, al extranjero; en el peruano de a pie, casi culto, si es anglosajón o caucásico (quien no aspira un hijo u hija política gringos). Respecto los vecinos latinoamericanos, con una cierta parquedad a la medida del bolsillo, la imagen del país, o el sentimiento (de rencor, respecto al agresivo chileno; y recelo, al boliviano y al ecuatoriano, hermanos de pluriculturalidad nativa).

Luego, otra, interna, en la que el trato, es no poco distante como volátil el respeto; a la susceptibilidad del mínimo gesto u acto; a la sensible diferencia. (“que se habrá creído”;”ese tal por cual”; matriz de peyorativas expresiones). Entre peruanos es pues otro el rollo. En las relaciones inter-personales e, ínter-subjetivas face to face, “la diferencia se degrada en desigualdad; la igualdad, en identidad; esas son las dos grandes figuras de la relación con el otro” (Todorov). Es decir que, “un peruano más un peruano no son dos peruanos. Un francés más un francés son dos franceses. Aquí son un peruano y medio o un peruano tres cuartos, nunca dos peruanos” (sic ). Códigos socio-culturales latentes en los colectivos diversos que, a cuyo contacto, el entrecruzamiento de sus poseedores, los individuos, sus individualidades; toman en propicios desde uno y otro lado a prejuicios y distancias sociales; a la violencia. Pero ¿cómo es qué es así? ¿Por qué es que se hace difícil reconocemos, conciliar y respetarnos entre peruanos? ¿Por implícitos complejos de inferioridad o superioridad? ¿Por alguna fatídica huella histórica, tradición?

Tal es el enigma. Empero, visto cartesianamente el asunto, el espíritu de la permanencia de esta tara histórica, llega hace quinientos años con el catolicismo de contrarreforma: los “estatutos de la limpieza de sangre”. La condición privilegiada de cristiano viejo o su descendiente, ante otros colectivos, no-cristianos. Estatutos que no solo eran el medio para justificar la discriminación sino, en última instancia, monopolizar el poder material y simbólico. Es explícita pues la racionalidad utilitaria en tal ética cristiana. No obstante si bien han pasado los siglos, en el actual contexto republicano, el poder del clero sigue intacto y severo como los tiempos idos de la Inquisición. Lo mismo que, ¿casualidad? La discriminación sociocultural. ¿Qué relación puede guardar pues la religión católica en el Perú con la naturalización de la discriminación y exclusión sociales? Mucha creo yo. La más importante, la permanencia del principio jerárquico en función del dogma religioso.

En efecto, además de la centralización de la estructura del Estado (unitario) y del poder temporal (presidencialismo) análogamente a un poder espiritual al cual rinde pleitesías cada aniversario patrio; la histórica tradición católica en el país, y los cismas que ante la influencia de nuevos credos esta ha experimentado; consecuentemente ha fortalecido no sólo los grupos separados y el principio jerárquico, si no, una arcaica, sutil y beligerante interacción entre el católico o cristiano que esta más cerca de su fe y quienes están en el legítimo derecho de su libre albedrío individual en cuanto a la fe o su individualidad. La religión católica tiende hoy pues a desunirnos antes que unirnos socialmente mediando el respeto a la alteridad.

Es decir, hoy su feligresía mientras más cerca crea que se está de la doctrina ( ergo, el mensaje de Dios, su divinidad) presume tácitamente el privilegio de sentirse más y superior a quienes están menos cerca de su ortodoxia (entre estos, los evangelizados; los adscritos a otros credos religiosos; los que viven a su manera la fe (agnósticos); o la gran mayoría del país, provincianos pobres en las ciudades, quienes están sumergidos en prácticas (sincretismo religioso) que entremezclan en su culto a los iconos de la religión católica, lo pagano de su ancestral y muy bien preservada por la misma religión gracias antropólogos limeños, cultura nativa). Sin el menor sentimiento de culpabilidad, remordimiento, y claro está, mucho menos aún responsabilidad. Pues, un arrebato cualquiera, una manifestación abierta de desprecio, discriminación, rechazo, distancia social, ultimadamente de violencia, contra alguno de los individuos de, o estos colectivos diversos, no sólo es comprensible desde esa creencia sino, además, factible, de perdón. Total, “Dios sabe porque hace las cosas”. ¿Escape moral? ¿Quien se apiada de chantarle tanta basura a nuestro aciago demiurgo?

En esa ética católica, en la que priman más los fines que los medios, sus consecuencias (a + fe + privilegios + influencias + poder; no importa configurar no sólo estamentos, sino consolidar una cultura jerárquica), ¿cómo es que asume este reto la feligresía que – siendo la gran parte de la sociedad, es leal a la religión católica gracias a las dadivas misericordiosas y la promesa de ser inversa su condición en el cielo -; es de condición marginal, es

decir, no-privilegiada? Viendo avaladas la preservación de sus costumbres muchas de ellas enviciadas (las Fiestas Patronales). Pero en particular, la racionalidad utilitaria subyacente en la ética católica gregaria, la del rebaño guiado por la justicia y poder del pastor; legitimando la sanción social, el juicio colectivo (fundado acorde a sus creencias), como dispositivo evaluador-regulador, por excelencia, de las conductas y comportamientos, colectivos e individuales. Así, sin una moral individual, iluminados por la ética católica; estos estamentos de la sociedad re-legitiman el prejuicio social que viene formulado desde arriba No haciéndose nadie, responsable de sus consecuencias. La Trascendencia lo ha querido así. Y, es palmario, los prejuicios sociales discriminan, segmentan, estigmatizan; desde este “piso de las ideas” y desde el poder, establecen significados, categorías sociales, dispositivos (Foucault); cuya praxis social, maniquea, tacha, arbitrariamente, colectivos e individualidades.

En la religión católica, su ética, su tradición, el conservadurismo tradicionalista que la sostiene hoy; reposa pues el espíritu de la discriminación y su contraparte, es decir, el de la marginalidad. Los colectivos diversos de pobres y sus individualidades, con los que nos vemos las caras día a día en las calles de las barrocas, posmodernas, pluriculturales, ciudades del Perú. Y que tratamos con todo el desprecio que el subliminal derecho que brindándonos la fe en nuestras creencias, pueda ofrecemos.

Bajo el imperativo de la tradición católica, nuestra posmoderna libertad, la agonística libertad de los peruanos, su autonomía; degenera en heteronomía. Gregarios antes que solos; desamparados de la trascendencia; con la angustia de los riesgos de sus actos (Sartre ); antes que forjarse hombres libres, autónomos, responsables; se preservan sus estamentos, las desigualdades sociales, las estigmatizaciones. Se auspicia así, por ende, políticamente, el “clientelaje”, el culto al líder, el caudillo. Una especie de “servidumbre voluntaria” que, convive en la realidad, con la lenta liberalización del individuo per se.

Por ejemplo, la homosexualidad es ya una expandida opción sexual, pero se le margina, desconoce, yo mantiene oculta; el suicidio, que hoy más que una posibilidad (Ciorán), es expandido escape sin distingos generacionales, es tabú; el aborto que es una práctica social constante, sin embargo el peso de la moralina, injerencia del clero, pugnan porque prevalezca en la ilegalidadl5; asimismo hay innovación, creatividad que se menosprecia, desecha en nombre de las permanencias históricas, culturales; lo mismo que sucede en el mundo las ideas, iconoclastas, que nacen condenadas al ostracismo; etc. ¿Un imperio de la represión socio-psico-sexual? “La sociedad fabrica los individuos a partir de una materia prima, la psique” (Castoriadis). ¿Se trasmite el significado libertad a los niños desde la familia? ¿Se les enseña, durante su formación, ser efectivamente, sujetos autónomos, responsables? O se les impone el temor de que de “no adherirse y participar, en su vida y misión” del credo católico desde su formación corren el riesgo de ser inexorablemente condenados a la discriminación (creyentes/no-creyentes). No

ser tolerados; “sancionados con el aislamiento”. ¿Lo hace aquella pedagogía política que bajo el concepto de “inclusión social” garantiza, bajo sanción (antes muerte civil; hoy, multa), el ejercicio de la ciudadanía, la democracia? ¿ y qué de los partidos políticos que supuestamente representarían la “Soberanía del pueblo”? ¿Forman conciencia cívica, la responsabilidad individual en sus partidarios? O convierte en meros acólitos de líderes, cúpulas. ¿Dónde está pues su pedagogía? ¿Son inclusivos, democráticos en su vigencia? O, cacicales, panacas (porras); utilitarios en los sacros “tiempos de elección”.

El conservadurismo católico hoy, instituye y monopoliza la formación en los educandos hacia la “servidumbre voluntaria”; legitima, avala la naturalización de las desigualdades sociales que segmentan la sociedad peruana; como las arbitrariedades que caracterizan a la política nacional. Nadie nace esclavo, siervo; pero el dogma católico estanca, limita, reprime, socio-psico-sexualmente, a los individuos; los extrae de sí mismos, aliena; les exprime su voluntad de poder (Nietzsche ); manipula su razón. Sin darles la posibilidad de gobernarse. Ser amos de su destino; sentidos; deseos; instintos. Todo lo contrario, los pone en manos de una Trascendencia que transforma en esclavos de las contingencias y claro está, la tradición (“Sea lo que Dios quiera”). En sí mismos; respecto al Estado. Los lleva amerizar pues en lo que durante el Antiguo Régimen Etienne de La Boétie llamó “servidumbre voluntaria”. Que no es como se construye un Estado moderno yo una democracia con ciudadanos libres, autónomos y responsables. ¿Una tiranía teocrática? “Cada sociedad, naturaliza su propia arbitrariedad” (Bourdieu).

Así pues, el conservadurismo católico se torna hoy instintivo, y poco creativo. Como los Talibanes contra el “impío”, “infiel e “impuro” Occidente. y no lo digo yo. Lo advierte insinuativamente Russell Kirk en su escrito “Ten conservatives principles”. Siendo así, las ideas hasta aquí expuestas, no tratan de romper con valores particularistas {la lealtad al grupo, a la familia, a la región, por encima de otros). Más bien por el contrario, lo que trata es de enriquecerlos, flexibilizarlos, oxigenarlos de impurezas arcaicas que puedan afectar su posicionamiento en una realidad integrada al mundo en que nos encontramos hoy. La propuesta aquí, que parte de la tolerancia irrestricta a la autonomía y libertad del individuo; sitúa al hombre en el lugar y condición inevitables que le corresponden; a saber, la de artista o administrador, finalmente amo, de sí mismo. Lo que en la práctica permite sostener -sin maquiavelismo -valores humanos como la igualdad, solidaridad, tolerancia, dignidad, libertad, responsabilidad, la justicia social, y la democracia.

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