Corrupción

Terremoto político. Es así como se calificó la puesta en vitrina de unos audios que demostraban que algunos personajillos ligados al gobierno estarían coludidos con el gobierno para medrar con ciertos contratos petroleros. Tremendo movimiento político ha tenido en vilo al gobierno e incluso nos hizo olvidar el verdadero gran tema: la crisis financiera internacional que ya se siente en nuestro país.

La corrupción no es una novedad en nuestro país. Es más, se ha convertido casi en una cultura aceptada tras la fracesita que robe, pero que haga. Pero todo tiene un límite, y parece que ese límite se alcanzó en el gobierno fujimorista que demostró la facilidad con que todos, sí todos, podemos caer en la aceitadita; es decir, comprar, envilecer, corromper y manosear, sin importar la institucionalidad del país, o simplemente el país. Recordemos que durante el fujimorato ningún gremio quedó inmune, pues empresarios, militares, congresistas, ministros, periodistas, animadores de televisión, cantantes e incluso miembros de la iglesia no escaparon de la política de las uñas largas con que Fujimori y en especial Montesinos los domesticó bajo el principio que todos ellos eran igual a él; es decir, buitres hambrientos de codicia.

Ese gobierno cleptócrata acabó cuando un mínimo de asco se hizo presente y pensamos que, en el 2001, con el advenimiento de la democracia, se terminaba la década de la corrupción. Sin embargo, sabemos que no es así. Toledo, según Transparencia Internacional, ostentaba los primeros lugares de corrupción en América Latina y el gobierno de García, con los sucesos de la semana pasada, también demuestra que está atravesada por la corrupción.

Para la sociología, la corrupción no es un tema nuevo, pues está inscrito dentro de la teoría de la anomia que tiene varias vertientes, una de ellas es la dukheniana que nos habla de una ausencia de normas que favorecen la solidaridad, la parsoniana que nos señala la desinstitucionalización por falta de internalización de valores normativos y la mertoniana que se refiere a la falta de oportunidades sociales para alcanzar metas culturales.

Por el lado peruano, de lo que conozco quien mejor ha abordado el tema es Gonzalo Portocarrero con su libro Rostros criollos del mal, cultura y transgresión en la sociedad peruana. Allí, el ex decano nacional del Colegio de Sociólogos ensaya un nuevo marco teórico para entender este tema: La Sociología del mal, categoría sustentada en los trabajos de Hannah Arendt, Giorgio Agambet, Richard Rorty y Slavoj Zizek. Es decir, regresando a las inacabables canteras de la filosofía y, fundamentalmente, ensayando con las seductoras herramientas del psicoanálisis. Precisamente en el marco de esa teoría, Portocarrero plantea que la corrupción vivida en forma exponencial en nuestro país en la década pasada, es una de las expresiones de una enfermedad más grave en nuestra sociedad: la cultura de la transgresión, que tiene como rostros más visibles, los rostros del mal, el abuso y el cinismo representados básicamente por el mundo criollo y anclados históricamente por su opción de perpetuarse en su visión colonial.

rc

Hablando en cristiano, como dice mi abuela, Portocarrero nos plantea que detrás de la transgresión hay un goce, un disfrute. Es decir, el político corrupto, el funcionario cínico o cualquiera que de nosotros que accione con su mala conciencia, consigue un doble beneficio: no sólo llenarse los bolsillos sino refocilarse con su accionar. Y justamente es lo que debe estar haciendo en este momento Rómulo León Alegría, donde esté escondido, pues sabe que todo este barullo terminará pronto, que sus compañeros le pasarán la franela, que otorongo no come otorongo y que, al fin y al cabo, el país se olvidará del asunto.

Por eso, si Yehude Simon, flamante Primer Ministro, logra que este escándalo no pase al olvido, o mejor dicho que no quede impune; si sólo logra que León Alegría no siga burlándose cachacientamente de todo el país; sí sólo hace eso, ya habrá logrado que el efímero premierato que va a tener, sea significativo.

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