La lección de Beijing

Creo que como muchos, estas dos últimas semanas, he vivido pegado del televisor viendo las Olimpiadas de Beijing. Desde la inauguración hasta la clausura de hoy, estas olimpiadas han sido una exhibición lujosa no solamente del nivel deportivo sino también de desarrollo del país que lo organiza.

Parece que la tendencia va por allí; es decir, cada Olimpiada nos deslumbra más no sólo por los record que se rompen, sino también por el despliegue de tecnología, sofisticación e inversión que hacen los países organizadores. Muchos dicen, por ejemplo que estos Juegos Olímpicos organizado por China son los mejores de la historia, pero de seguro que diremos lo mismo en el 2012, luego de las Olimpiadas de Londres.

Deporte y desarrollo, desarrollo y deporte, un binomio fraterno que sirve para medir, también, cómo andan los países, cuál es su IDH (Índice de Desarrollo Humano), como se dice técnicamente, hoy. El medallero final de estas olimpiadas lo demuestran: China y USA entre los primeros lugares, luego le siguen, los de siempre, aquellos que se ubican en los llamados países primermundistas. En la cola están, los tercer o cuatrimundistas. Entre esos se ubican, por ejemplo Ecuador y Panamá que lograron una medalla. ¿Cómo calificar a nuestro país que ni siquiera obtuvo una presea y que estuvo en Beijing de adorno, o, en todo caso, esperando un milagro, como siempre?

Difícil respuesta. Nuestro deporte, el que se practica aquí, también es sinónimo de nuestras miserias como país. No es equivalente de orgullo, sino de vergüenza. Y parece que la cosa seguirá así, pues no hay ningún ánimo de cambiar las cosas; al contrario, el gobierno acaba de anunciar que reducirá aun más los presupuestos al Instituto Peruano del Deporte. Es decir, para las Olimpiadas de Londres, en el 2012, también iremos de ornamento, con una delegación conformada más por burócratas y menos de atletas, y esperando un milagro de alguno de ellos que se preparó por su cuenta, sin ningún apoyo del Estado. Qué vergüenza.

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