Mi papá Pedro

Aunque aquí se celebra el tercer domingo de junio (al igual que en varios países del orbe), hay algunas celebraciones por el Día del Padre que me tocó pasarlas en otras fechas, según donde me encontraba. Por ejemplo, en una ocasión me tocó recordar a mi papá un marzo, viviendo en Madrid y otro año, en esa misma fecha, en La Paz. En otra oportunidad, mientras recordaba los festejos arequipeños de agosto estando en Brasil, los cariocos celebraban el Día del Padre.

Pero no importaba el sitio o la fecha, igual recordaba a mi papá y especialmente aquella fecha en que siendo niño, ahorré las propinas que me daba para hacerle su primer, para mí, gran regalo: un disco de vinilo en 45 revoluciones, con sello RCA Víctor con el tema de moda: Mi viejo del cantautor argentino Piero. Creo que a mi papa le gustó el regalo, pues, por lo menos ese día, tocó el disco ininterrumpidamente en un novísimo (para la época) tocadiscos Philips, el mismo que yo también usé inmisericordemente durante mis primeros años en que descubrí la magia de los discos de rock.

Hoy, mucho más en esta fecha, recuerdo a mi papá, especialmente en sus últimos días, aquellos que me ayudaron a decidir ser también papá. Y por eso le recuerdo y le quiero mucho más. Se lo llevó una enfermedad perversa, pero, si hay un consuelo, se lo llevó pronto, casi inmediatamente después que supimos que la tenía. Mi amiga Regina Lidid, velándolo, me dijo que eso sólo ocurre cuando las personas son buenas. Es decir, como si Dios no pudiese evitar esa enfermedad, pero sí el sufrimiento. En ese momento, eso sosegó en algo mi gran pena; pues, efectivamente, mi papá Pedro fue muy bueno.

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