Implicancia gnoseológica que permite el surgimiento de la biología del conocimiento.

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Surge desde el darse cuenta de que uno no puede hacer referencia a una realidad independiente de uno. Yo no puedo distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción porque tal distinción es a posteriori (Maturana 1994: 23). Esta indistinguibilidad experiencial es una condición constitutiva de los seres vivos, es una condición propia de los sistemas determinados estructuralmente. Esta incapacidad de distinción es el fundamento de la biología del conocer. Una consecuencia al aceptar esta incapacidad es que el mundo en que vivimos es el mundo que nosotros configuramos y no un mundo que encontramos (Maturana 1994: 233).
Conocer es acción efectiva, es decir, efectividad operacional en el dominio de existencia del ser vivo (Maturana 1973: 15). El observador asigna conocimientos a otro observador o a otro ser, cuando ve que este se conduce de manera adecuada en el dominio en que lo que observa según lo que el (o ella) considera es conducta adecuada en ese dominio. Al fenómeno del conocer no se lo puede tomar como si hubieran “hechos” u objetos allá afuera, que uno capta y se los mete en la cabeza. Hay un encadenamiento circular entre la acción y la experiencia. Todo acto de conocer trae un mundo a la mano. Todo hacer es conocer y todo conocer es hacer. En todo esto el lenguaje es lo sustantivo, es un instrumento cognoscitivo, que nos permite la reflexión . Toda reflexión trae un mundo a la mano y en consecuencia todo lo dicho es dicho por alguien (Maturana 1973: 13).
El conocimiento del conocimiento obliga. Nos obliga a tomar una actitud de permanente vigilia contra la tentación de la certeza, a reconocer que nuestras certidumbres no son pruebas de verdad, como si el mundo que cada uno ve fuese el mundo y no un mundo que traemos a la mano con otros (Maturana 1973: 162). Todo hacer lleva a un nuevo hacer: es el círculo cognoscitivo que caracteriza nuestro ser, es un proceso cuya realización está inmersa en el modo de ser autónomo de lo vivo (Maturana 1973: 161).

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