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RERUM NATURA

Carlos Ramos Núñez

Miembro de la Academia Peruana del Derecho

José de la Riva-Agüero y Osma, cuyas obras deberíamos leer por la riqueza de su contenido y la belleza de su prosa, aseguraba que si nos atuviéramos a la literalidad de nuestras constituciones nos formaríamos una idea muy falsa sobre la historia política del país.

Sobre este aspecto, vale decir, las paradojas de nuestra historia constitucional, versó mi discurso el viernes pasado al ser distinguido por la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO) de Trujillo como profesor honorario. Invito a los lectores que revisen los textos constitucionales que rigieron en el país. El contraste con la realidad no puede ser más elocuente. Asoma el jurado criminal y no tuvimos, salvo para casos de difamación por medio de la prensa, esta forma popular de administrar justicia; se establecieron mecanismos de control parlamentario que no funcionaban o que desgastaban la figura del presidente de la República; la Constitución de 1856 prohibió la pena de muerte como ideal abolicionista, pero no tardó en reponerse cuatro años más tarde con la Constitución de 1860. La reelección presidencial fue evitada sistemáticamente, pero no tardó en imponerse. La duración de la Constitución vitalicia de Bolívar no superó los 45 días. La Constitución roussoniana de 1823 que estipulaba el pacto social fue suspendida ante el arribo de Bolívar. El azar quiso que tuviéramos un sistema unitario de gobierno. La extraña muerte de José Faustino Sánchez Carrión dejó el camino libre a los partidarios del unitarismo con Javier de Luna Pizarro a la cabeza.

¿Cómo estudiar entonces la historia constitucional? No basta el examen de la norma, es preciso hurgar en el contexto. Uno advierte que las instituciones, por ejemplo, la elección del sistema unitario en lugar del federal; el presidencialismo en lugar del parlamentarismo; el rechazo a la reelección presidencial; o el antejuicio para los exmandatarios; más que a consideraciones teóricas respondieron a un cúmulo de circunstancias. ¡Cuánta razón tenía Riva-Agüero!

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