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Por: Carlos Hakansson
DECANO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE PIURA

En uno de esos inolvidables seminarios que con mucha generosidad solía impartir el recordado don Álvaro D’Ors, profesor de Derecho Romano, a los doctorandos de la Universidad de Navarra, nos dijo que el estudio del Derecho es semejante al aprendizaje de un idioma. En efecto, en la universidad los profesores (juristas) nos enseñan a leer (léase interpretar), pensar, hablar y escribir jurídicamente para poder plasmar la justicia al caso concreto. Una comparación que llamó mi atención por su sabiduría, pues, la formación de un jurista es un intenso proceso de aprendizaje en las aulas y también fuera de ellas. El discurrir del profesor en clase, los libros que debemos encontrar y leer en la biblioteca para enriquecer lo aprendido, la orientación del profesor mediante un asesoramiento personalizado al alumno; todo ello con el tiempo forma la mente de los estudiantes y con el método del caso se les prepara para resolver y prevenir problemas jurídicos, ya sean públicos o privados. Curiosamente, son los padres, familiares y amigos quienes primero notan esos cambios en los alumnos desde los primeros años de carrera. El nuevo vocabulario y la exactitud de los términos empleados, la formalidad, así como la manera de encarar los problemas de fondo y el modo de argumentar su posición, son signos distintivos que los profesores –maestros a tiempo completo– van forjando en sus alumnos y luego discípulos. La razón es muy simple, ya que, como escuché decir alguna vez, para que exista la universidad solo hace falta un profesor, un alumno y una interrogante.

Todo lo anterior nos hace reflexionar en torno al perfil del abogado (jurista) del siglo XXI, lo cual no debe significar el olvido de los pilares básicos de la enseñanza del Derecho para su cabal comprensión. Hoy en día erróneamente se favorece una enseñanza técnica de esta profesión, conocida como legalismo, donde parece que no caben otras fuentes del Derecho para argumentar la solución de un problema jurídico. En otras palabras, pareciera que la respuesta a esos problemas solo puede provenir de la ley positiva, es decir, “si la solución no está en la norma, tampoco se encuentra en el mundo”.

En una época que tiende hacia la especialización, consideramos que el abogado del siglo XXI debe saber interpretar el entorno jurídico contemporáneo y ofrecer soluciones mediante sólidas bases fundadas sobre un profesorado y un currículo que brinde la misma formación exigente que forjó a los mejores juristas de todos los tiempos. El conocimiento de la persona y el fundamento de las instituciones jurídicas basadas en el derecho natural son esenciales para aprender a plasmar la justicia al caso concreto, que no es otra cosa que el significado del Derecho.

(El Comercio, 4 de agosto de 2009)En el mismo sentido

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http://www.justiciayderecho.org/revista1/articulos/El%20abogado%20frente%20a%20la%20convergencia%20de%20sistemas%20-%20Jorge%20Santistevan%20de%20Noriega.pdf

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