EL SUFRIMIENTO DE MI ABUELA

Día quince de abril, las lluvias ya se han fugado, la helada muestra sus primeros indicios de su presencia en la sierra rural del antiguo imperio incaico redistributivo. Hoy poblaciones quechua hablantes muy discriminados y pobres económicamente para los ojos de la gran sociedad occidentalizada y moderna.

Una tarde volví a la comunidad que está dentro del cauce de las poblaciones andinas, nací en esa comunidad rural cinco meses antes del autogolpe de Alberto Fujimori que hoy está preso, mientras que sus hijos piden una gracia presidencial que se reduce en un indulto de Humala.

Llegué un día viernes de 2013, mi presencia en las pampas y callejuelas envueltas de polvo era después de casi ocho años que migré de aquel lugar a una ciudad que fue cuna de la civilización andina y hoy capital arqueológica de América, pero hoy es una urbe muy peligrosa, ansiada, recelosa, insegura, desordenada que sigue recibiendo una muchedumbre que llega de las alturas rurales.

Ingresé atentamente al caserío deteriorado donde nací, ni una oveja, ni una llama, ni un ganado, ningún puerco se encontraba en los corrales. Todas vacías, el silencio y el viento se adueñaban de los corrales. En unos minutos llegó la abuela Saturnina,  saludé, no me escuchó, más tarde descubrí que bordeaba los 82 años y por ello su sistema de audición había ido en ruina.  Al verme se puso a llorar, percibía su tristeza, pena y dolor, me pregunté cuál era el motivo. En un rato fui testigo de una herida más arriba de su cadera y un poco más debajo de sus últimas costillas derechas. Herida grande,  por sus alrededores del mal eran todavía piel pero de color violeta. Era cáncer a la piel que lo sofocaba hace más de cinco años, nadie lo curaría y seguirá con el dolor noche y día hasta su muerte que tal vez lo salve de aquel dolor inmenso de la abuela.

Ya caía la noche, en los páramos de  aquellas cuestas de los cerros, las personas se internaban en sus casonas esparcidas, mientras me quedaba solo decidí volver al poblado cercano que estaba a una hora de caminata. Rápidamente abandoné aquel  lugar, pasando la noche en una habitación que estaba en el segundo piso de la casa ubicada en la vía que une el Pacifico con el Atlántico.

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