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Cuando llegué a Perú…

▪ Cuando llegué a Perú, era alguien de afuera.

▪ Cuando llegué a Perú, era de noche y no llovía.

▪ Cuando llegué a Perú, no habían estrellas visibles en el cielo.

▪ Cuando llegué a Perú, mis fosas nasales se tupieron por la humedad.

▪ Cuando llegué a Perú, sostenía con mi mano derecha una figura de acción.

▪ Cuando llegué a Perú, los adultos hablaban demasiado diferente por ello no les entendía.

▪ Cuando llegué a Perú, no hablaba con nadie porque tampoco me entendían.

▪ Cuando llegué a Perú, sólo quería dibujar.

▪ Cuando llegué a Perú, no extrañaba la malta Polar.

▪ Cuando llegué a Perú, me perdí en Miraflores.

▪ Cuando llegué a Perú, no encontré mini-markets.

▪ Cuando llegué a Perú, no comprendí porqué el mar era tan oscuro y verde.

▪ Cuando llegué a Perú, creí que Lima era todo el país.

▪ Cuando llegué a Perú, me extrañaba el cielo gris plomizo del centro de la ciudad.

▪ Cuando llegué a Perú, las verdes montañas sin pasto eran habitados cerros marrones.

▪ Cuando llegué a Perú, casi me atropella una combi.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía que era “ESCARCHO 489-1891“.

▪ Cuando llegué a Perú, no entendí porqué las personas suelen santiguarse delante de una iglesia.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía lo bien que se siente comer un fresco tamal con ensalada de cebolla.

▪ Cuando llegué a Perú, no había probado cosa tan dulce como el turrón.

▪ Cuando llegué a Perú, no encontré respuesta del porqué de las diminutas casitas con cruces ubicadas a los lados de la carretera panamericana.

▪ Cuando llegué a Perú, me topé por primera vez a una mujer completamente desnuda en un diario ‘chicha‘.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía que era una vedette.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía por qué habían niños subiendo a los buses para cantar.

▪ Cuando llegué a Perú, no conocía el sabor de Inca Kola.

▪ Cuando llegué a Perú, no me di cuenta lo importante que es el fútbol.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía quién era Miguel Grau.

▪ Cuando llegué a Perú, no tenía idea de cómo era la bandera de este país.

▪ Cuando llegué a Perú, era completamente otra persona diferente a la que soy ahora.

▪ Cuando llegué a Perú, no era peruano.

▪ Cuando llegué a Perú, no era alguien de adentro. Leer más

Un libro, un lapicero, algo de pita y Miguel Grau: nuestra ouija perfecta [II]

Primera Parte

* * *

El día del concurso había llegado. Nos sentaron en unos escritorios a manera grupal por secciones.

La primera ronda se dio por puntaje acumulativo. Sin prisa, sin alteración. Todo normal.
Las preguntas no resultaron excesivamente difíciles.

Nuestra sección llegó a la segunda ronda.
Desde la puerta, algunas voces de ayer nos alentaban. Apostaban nuestro triunfo.

En la segunda y final ronda las cosas fueron más complicadas. Era eliminatorio, un todo contra todo.

Las preguntas eran entregadas al mismo tiempo a todos los equipos, las respuestas correctas eran las que validaba la estancia en la competencia.
Uno por uno, fueron acortándose el número de miembros de aquel salón.

Poco a poco, lentamente, sólo quedaron tres secciones en competencia.

Las voces seguían afuera expectantes de todo. Felices tras ver los rostros derrotados de las otras secciones.

– Te juro que si quedamos en primer puesto, alabaré a Miguel Grau toda mi vida. Escribiré sobre él -una voz decía en broma.

– Shhhhhh! Nadie debe saber. Pero ya está predicho: vamos a ganar.

Concentración total. El aula de la competencia se cargó con un ambiente demasiado ardiente.

Quedamos dos secciones: 5º año de secundaria, bicampeón consecutivo y 3º año de secundaria, nosotros.

Las preguntas se tornaron complicadas en un abrir y cerrar de ojos.
Ninguno daba su brazo a torcer. Respuesta correcta tras otra respuesta correcta: la suerte estaba con nosotros.

De pronto. Uno de los dos salones falló. Un error mínimo. Descalificación.

El veredicto se dijo: “Campeón del concurso de conocimientos, 5º año de secundaria”.

Habíamos perdido. Segundo Puesto, eso nos quedó, segundo puesto.

Revisábamos la pregunta, debía tener alguna falla. ¿La respuesta era la errónea? ¿Qué ocurrió?

Nos rendimos. 5º año se lo merecía, además sería su último año en el colegio.

– Bien hecho muchachos -nuestras voces desilusionadas felicitaron a los ganadores.

Al salir nos encontramos con las voces de anoche. Nos comprendieron.

– Perdimos -dijo una voz inconforme-. Todo por culpa de esa pregunta.

– ¡No se preocupen! Quedamos segundos -reconfortó alguna voz-. Eso nos da demasiado puntaje en los juegos florales este año. El próximo año campeonaremos.

– Qué raro -dijo la voz creadora del aparato-. Ayer Grau nos dijo que íbamos a ganar.

– Muy extraño -otra voz ajena al concurso pero cercana al juego.

Esa noche, luego del concurso, apareció la duda: todas esas voces en quién creyeron más ¿en nosotros o en Miguel Grau?

Yo no mudo, creí completamente a Miguel Grau.

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Un libro, un lapicero, algo de pita y Miguel Grau: nuestra ouija perfecta [I]

Era una tarde en las afueras del colegio. Nuestras voces se encontraban aún con uniforme a pesar de la avanzada hora extra-escolar, el motivo fue un prolongado estudio grupal previo al concurso de conocimientos del día siguiente del cual éramos partícipes representando a la sección.

Una voz nos llamó, se trataba de un juego algo peligroso. Un oráculo. Nos dirigimos al origen aún sabiendo lo que ocurriría si alguien se enteraba de nuestra aventura: expulsión inmediata, por algo estábamos en un colegio católico.

La voz inicial se perdió con otras voces de compañeros sin uniformes. La intriga nos llevó a la casa del pata que más cerca vivía del colegio.

En su puerta se escuchó débilmente:

– Eso está mal -una voz precavida como para apaciguar el ansía de las otras voces.

Nadie hizo caso a aquella voz. Ese mismo día, más temprano habían estado jugando a lo mismo en la casa de otro pata.

El dueño de la casa en la que nos encontrábamos dudaba en dejarnos jugar ahí o botarnos.

Otra voz armó el escenario del juego.

– ¿Ahora a quién le preguntamos? –dirigiéndose a nosotros mientras señalaba el busto de cada personaje en la lámina escolar ¿Alfonso Ugarte? ¿Miguel Grau? ¿Francisco Bolognesi?

– ¡Miguel Grau! -saltó otra voz apuntando al caballero de los mares- Tiene cara de buena gente. No creo que se enoje si lo molestamos.

– Miguel Grau será entonces -la primera voz dijo cortando con una tijera la figurilla.

Luego empezó a construir el aparato. Introdujo la laminilla a la mitad del libro antiguo marrón y enredándolo con una pita cuyo extremo tenía fija un lapicero enrollado, suspendió el libro mientras sujetaba ambas puntas del lapicero con los dedos índices.

– Alguien tiene que sostener esto. El mismo que hace las preguntas no puede tenerlo. ¡Tú! -dijo la voz rechazando el artefacto y queriéndose otorgar a una nueva voz, esta era brusca, tosca y áspera.

– ¿Yo? -se señaló la otra voz- Ya, está bien, pero si noto algo raro lo suelto.

– Chévere -dijo la primera voz mientras soltaba su creación. Ahora presta a las demás voces silenciadas por la extrañeza-. Ya saben, si el libro dobla a la derecha es sí, y si dobla a la izquierda no.

De pronto, nos vimos, estábamos listos para empezar y nuestras voces se miraban en un círculo cerrado de más o menos 11 personas. Caímos que ya estábamos adentro, no había salida. Sabíamos ahora del serio riesgo. Si pasaba un profesor por ahí todos caíamos. Todos. Sin decirnos nada, empezamos.

– ¿Quién hace la primera pregunta? -dijo la experta voz.

– ¡Al toque! -se mostraba el malestar en la voz anfitriona.

De repente una lluvia de preguntas obvias, por la pubertad, saltaron sobre la voz que sostenía el oráculo:

– ¿A fulano le gusta mengano? -dijo una voz nueva- es sólo para comprobar.

– ¿A mengano le gusta sultano? -cierta voz se sonrojó a su lado.

– ¿Me casaré a los 40 años? -otra voz pregunta luego de contestada la anterior.

– ¿Tendré hijos? -y otra voz.

Luego de satisfacer a nosotros mismos con más respuestas, llegamos atribuirle veracidad el aparato. Miguel Grau el infalible.

– Ellos pueden ver el pasado y el futuro. No les preguntamos a ellos. Les preguntamos a sus almas -la voz creativa nos aclara sobre los otros bustos en la lámina.

Luego de un susto por parte de la voz que sostiene el libro [creyó en algún instante que le pasó electricidad de ningún origen visible] las preguntas parecían agotadas.

– ¿Qué más nos queda por preguntar? -una voz agotadas de ideas.

Luego aparece. La pregunta que todos han estado esperando. Felizmente sería aclarada. No más intrigas. No más espera ¿Para qué esperar teniendo este poder?

– Preguntemos si ganaremos el concurso de conocimientos mañana -una voz aportó.

– ¡Sí! tienes razón -las demás voces lo apoyan.

– Pero no preguntemos de una si vamos a ganar -la voz creativa dijo-. Para que haya más suspenso preguntemos así…

Empezó con sus preguntas. Todos atentos al movimiento del libro:

– ¿Miguel Grau, dinos, vamos a quedar en quinto puesto mañana en el concurso de conocimientos? -dirigiéndose al libro.

Algo en el aire lo llevó a la izquierda. Gritos callados saltaron a un lado. Volvieron a callarse para continuar con las preguntas:

– ¿Quedaremos en cuarto puesto mañana en el concurso de conocimientos?

Volvió a doblar a la izquierda. Otra vez una alegría nos envolvió. Al menos quedaríamos entre los tres primeros puestos.

– ¿Miguel Grau, quedaremos en tercer puesto?

Giró nuevamente a la izquierda. Parecía que el libro se estaba cansando de las preguntas.

– ¡Pregúntale de una vez si vamos a quedar primeros para ahorrarnos respuestas! -añadieron ciertas voces.

– Miguel Grau -continuó la voz- ¿Quedaremos en primer puesto mañana en el concurso de conocimientos?

El libro demoró en su respuesta más que lo usual. Fue un momento desesperante. Todos en silencio esperando la respuesta. Algunas voces cruzaban los dedos.

Finalmente giró a la derecha.

Se rompió la ronda en manifiesto de alegría. Saltaron de sus lugares. Ganaríamos. La voz que hacía las preguntas nos calló.

– Gracias Miguel Grau.

Percatamos la hora, era tardísimo. Decidimos retornar a nuestras casas manteniendo todo lo ocurrido esa noche como secreto. Una experiencia inolvidable, las voces sonreían alejándose.

* * *

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