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VCR [VHS]

Allá está parada… muy extraña ahora. Hace mucho no la vemos y está de vuelta, al parecer, de ultratumba.

En la formación matutina nos preguntamos si volvería a ser nuestra tutora.

Nos dirigimos al aula de 6º grado, la perdemos de vista entonces.

El primer día de clases usualmente suceden ciertas cosas:

* El correr por el encontrar el mejor sitio dependiendo de los que se sienten al lado.

* La distancia con la pizarra y a su vez con la puerta.

* El olor de los útiles escolares recién comprados que perfuma al aula que nos acogería por un año entero.

* El explotar de la pregunta ‘¿Qué hiciste en las vacaciones?’.

* La bienvenida a los recién añadidos al nuevo año.

De pronto, todos sentados, nos pasmamos cuando entra ella.

Ahora la vemos mejor. La extrañeza primera apuntó a su cabellera: ¡Qué extraño peinado! Todo lo demás seguía sin embargo siendo igual. Su tamaño diminuto y único, sus anteojos, su conjunto morado y su serio comportamiento.

– Quizá esa impresión fue producto de su alejamiento ¿Cómo era antes? –pienso- Su sola presencia hace callar a todos.

– ¿Qué tal hijos? Este último año vamos a ser todo lo posible para ser la mejor promoción -nos dice-. A los que no me conocen, mi nombre es la profesora Mabel Deza Arévalo, su tutora otra vez.

La profesora Mabel ha traído algo a la clase: es un celular. Ya estaba acostumbrado a los beepers, no muchos tienen celular.

Su clase de Lenguaje me gusta demasiado sin embargo suele dar sus famosos canillazos a los que no hacen la tarea y a veces ver saltar a los flojos no es agradable. Felizmente no he tenido la oportunidad de presentar mis canillas a su vara de madera.

En este instante suena el celular que está sobre el escritorio, ella lo recoge, es una llamada de su hijo, no contesta.

– Este es un celular hijos, si sus padres les compran uno, nunca lo lleven con ustedes -nos dice mientras apaga su celular-. Nunca lo pongan en sus bolsillos porque puede producir cáncer. Las ondas radiales de los celulares son muy potentes. Por eso no lo pongan al lado del corazón o de sus vientres. Mi hijo me ha regalado uno pero siempre lo tengo en mi maletín.

Muestra su celular a la clase: un Nokia pantalla verde, carcaza azul, pequeño y moderno en esta época.

La clase continúa.

– ¿Será cierto? las radiaciones pueden dañarnos si ponemos los celulares cerca de nuestro cuerpo -pienso-. ¡Claro! Podría tal vez provocar cáncer a los genitales ¡Auch!

Escribo para no perder el dictado.

Mi bolsillo tiembla. Felizmente sólo es un mensaje de texto. Cuando es una llamada directa empieza la interminable tembladera. Un mensaje provoca una sola sacudida.

El profesor de Filosofía Antigua no se va a dar cuenta si lo saco ahora.

– Es de ella. Un mensaje escrito con demasiada prisa, responderé luego, ahora estoy en clases -pienso.

Vuelvo a meter mi celular al bolsillo.

La tutora hace semanas que no viene al salón. Ha dejado de dictar las clases de Lenguaje. Al principio nos alegramos mucho, pero ahora la preocupación nos consume.

Entra y sale el conserje del salón. Día tras día.

De la nada llega: nadie la esperaba.

Es joven, clara, cabellera castaña. Se concluía, era su primera vez enseñando.

– Hola soy su profesora de reemplazo, me llamo Nyria -empieza diciéndonos y continúa-. Su tutora Mabel no se encuentra muy bien de salud y la suplantaré hasta que se recupere.

– Se parece a mi mamá –me digo.

– Quisiera que todo salga bien estos días. Voy a dictarles Lenguaje -ella continúa-. Saquen sus cuadernos.

Nadie dice algo. Todos sacan sus cuadernos.

El dictado empieza. Las trabas son demasiado distantes pero ahí están. Tratamos de entenderla.

El recreo llega. Algunas alumnas se quedan en el aula para hablar con la profesora. Parece que han quedado embobadas con su personalidad y su juventud.

En el patio principal nos reunimos para conversar sobre la profesora Nyria:

– Oye has visto que joven.

– Sí, es demasiado joven ¿Será buena?

– Tiene cara de buena. Me cae bien.

– Parece que no tiene mucho carácter ¡Ya perdió!

– Pero… ¿Qué le habrá pasado a la profesora Mabel para que venga un reemplazo?

– No sé pero ya no podíamos perder más clases. Era lógico que traigan a otra profe’.

– ¿Y será nuestra tutora también?

– No creo.

– Se parece a mi mamá.

La profesora Nyria hace unos meses que ya es nuestra tutora. Manda a un alumno a traer el control remoto de la televisión.

Ahora voy a mostrarles un video de como es un reportaje -nos dice.

Saca una cinta de video de su bolso y lo pone en el reproductor de VHS.

Cuadra el inicio y empieza la reproducción: es el estudio de televisión de Red Global canal 13, el programa de las noticias.

El señor del video empieza a hablar sobre una noticia que no parecía muy reciente. Luego del reportaje de la noticia sale una chicha muy bien vestida presentando la siguiente nota.

Se murmura:

– Es ella – no ¡no es ella! – Sí es – ¿Es ella? – ¡Mira se ve más joven!

La tutora nos calla.

Efectivamente es la profesora Nyria la que daba las noticias. Se veía más lozana en la televisión. Ahora está más ojerosa, incluso más de como cuando llegó.

– Con que trabajaba en el canal 13 ¡Qué chévere! -me digo.

Algunos se aburren del noticiero y prefieren conversar. Otros muy aparentemente atentos escuchan cada noticia.

Termina la clase. Saca la cinta.

– Se ha pasado toda la clase con ese video. Qué feo -dice una compañera.

Más tarde recibirá una queja por parte de la mamá de esa compañera: ¿Cómo es posible que en vez de clases vean un noticiero?

– Este año aún hay padres de familia que revisan los cuadernos a sus hijos: ¿Hay tarea? ¿Te la hago? Seguro molestarán con este descuido de la tutora -pienso-. Ya lo han hecho una vez con el profesor de Computación, por qué no lo harían con ella.

Se ha oído que la tutora Nyria se ha quejado con el padre director por un alumno cuya malcriadez es incontrolable.

A estas alturas la profesora Mabel hubiera agarrado a mil canillazos a este grosero.

Pero sabemos que la profesora Nyria es más dócil e incapaz de pegarnos, por eso aprovechan algunos para hacer de las suyas.

Se equivocó al ser nuestra tutora. Yo la quiero como profesora: es tan buena, amable y bonita. Pero sé que los más laberintosos del salón la botarán del cargo o quizás… del colegio -pienso.

Los padres han visto su debilidad. También se la han agarrado con ella. Toman de excusa el comportamiento de los niños para culparla como irresponsable.

Ella no se merece esto.

La profesora Nyria renunció de la noche a la mañana. Algunos dicen, con lágrimas en los ojos. No se despidió de nosotros.

Tenemos que arreglar este periódico mural para hoy día.

Felizmente cuento con la ayuda de Allison y Estefanía, siempre tan cumplidas. Acá vienen otros compañeros a ayudarnos. Va a quedar muy bonito todo esto.

– La otra vez mi mamá me dijo qué tenía la profesora y por qué faltó casi 2 años.

– ¿Qué tenía?

– Tenía cáncer y estaba malísima por la edad.

– ¿Qué?

– ¡Sí! ¿No le has visto? ese no es su pelo de verdad, usa peluca hasta que le crezca otra vez.

– ¿Qué?

– A su… pobrecita. Debe ser por ese tratamiento que hace perder todo el cabello.

– Yo sí me he fijado. Tienes razón.

– Y ha vuelto para ser nuestra tutora. Quiere acabar con nosotros de una vez.

– Acabar la primaria. Ya estamos en 6º grado y no ha podido terminar de ser nuestra tutora en un año desde 4º. Se lo merece.

– ¿Ya vas a acabar de recortar las letras de Deportes?

– Espera.

Ella está adelante, sentada en esa banquilla. Con ese conjunto morado del primer día de clases. Tenemos que tomarnos la foto conjunta anual.

Dentro de poco terminaremos la primaria. El tiempo ha pasado volando. Vuelvo a la profesora Mabel. De acá se nota: el peluquín, demasiado perfecto como para ser pelo de verdad.

– El flash nos retratará para toda la vida. ¡Ya quiero ver el anuario! -me digo.

Nos dirigimos al aula otra vez.

Se acaba 6º grado. Se acaba nuestra primaria.

Revuelvo entre mis cosas para arreglar mi cuarto. Encuentro el anuario de 6º grado.

El título: Promoción Sagrado Corazón de Jesús 2000. Abro para recordar aquellos alumnos.

Esas caras: no detengo mi reír.

Es tan hilarante comparar aquellos rostros con los actuales.

– ¡Ahí estoy! Tenía cara de buen chico -me digo mientras me señalo.

Acá aparecen algunas personas que no terminaron el colegio con nosotros.

– Esos tamaños. Qué impresionante. Esas poses son únicas. Esto vale oro -paso de uno a otro compañero.

Me llama la atención alguien en especial. Detengo mi dedo sobre un punto: Mabel Deza Arévalo, nuestra tutora, una gran mujer.

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Un libro, un lapicero, algo de pita y Miguel Grau: nuestra ouija perfecta [II]

Primera Parte

* * *

El día del concurso había llegado. Nos sentaron en unos escritorios a manera grupal por secciones.

La primera ronda se dio por puntaje acumulativo. Sin prisa, sin alteración. Todo normal.
Las preguntas no resultaron excesivamente difíciles.

Nuestra sección llegó a la segunda ronda.
Desde la puerta, algunas voces de ayer nos alentaban. Apostaban nuestro triunfo.

En la segunda y final ronda las cosas fueron más complicadas. Era eliminatorio, un todo contra todo.

Las preguntas eran entregadas al mismo tiempo a todos los equipos, las respuestas correctas eran las que validaba la estancia en la competencia.
Uno por uno, fueron acortándose el número de miembros de aquel salón.

Poco a poco, lentamente, sólo quedaron tres secciones en competencia.

Las voces seguían afuera expectantes de todo. Felices tras ver los rostros derrotados de las otras secciones.

– Te juro que si quedamos en primer puesto, alabaré a Miguel Grau toda mi vida. Escribiré sobre él -una voz decía en broma.

– Shhhhhh! Nadie debe saber. Pero ya está predicho: vamos a ganar.

Concentración total. El aula de la competencia se cargó con un ambiente demasiado ardiente.

Quedamos dos secciones: 5º año de secundaria, bicampeón consecutivo y 3º año de secundaria, nosotros.

Las preguntas se tornaron complicadas en un abrir y cerrar de ojos.
Ninguno daba su brazo a torcer. Respuesta correcta tras otra respuesta correcta: la suerte estaba con nosotros.

De pronto. Uno de los dos salones falló. Un error mínimo. Descalificación.

El veredicto se dijo: “Campeón del concurso de conocimientos, 5º año de secundaria”.

Habíamos perdido. Segundo Puesto, eso nos quedó, segundo puesto.

Revisábamos la pregunta, debía tener alguna falla. ¿La respuesta era la errónea? ¿Qué ocurrió?

Nos rendimos. 5º año se lo merecía, además sería su último año en el colegio.

– Bien hecho muchachos -nuestras voces desilusionadas felicitaron a los ganadores.

Al salir nos encontramos con las voces de anoche. Nos comprendieron.

– Perdimos -dijo una voz inconforme-. Todo por culpa de esa pregunta.

– ¡No se preocupen! Quedamos segundos -reconfortó alguna voz-. Eso nos da demasiado puntaje en los juegos florales este año. El próximo año campeonaremos.

– Qué raro -dijo la voz creadora del aparato-. Ayer Grau nos dijo que íbamos a ganar.

– Muy extraño -otra voz ajena al concurso pero cercana al juego.

Esa noche, luego del concurso, apareció la duda: todas esas voces en quién creyeron más ¿en nosotros o en Miguel Grau?

Yo no mudo, creí completamente a Miguel Grau.

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Un libro, un lapicero, algo de pita y Miguel Grau: nuestra ouija perfecta [I]

Era una tarde en las afueras del colegio. Nuestras voces se encontraban aún con uniforme a pesar de la avanzada hora extra-escolar, el motivo fue un prolongado estudio grupal previo al concurso de conocimientos del día siguiente del cual éramos partícipes representando a la sección.

Una voz nos llamó, se trataba de un juego algo peligroso. Un oráculo. Nos dirigimos al origen aún sabiendo lo que ocurriría si alguien se enteraba de nuestra aventura: expulsión inmediata, por algo estábamos en un colegio católico.

La voz inicial se perdió con otras voces de compañeros sin uniformes. La intriga nos llevó a la casa del pata que más cerca vivía del colegio.

En su puerta se escuchó débilmente:

– Eso está mal -una voz precavida como para apaciguar el ansía de las otras voces.

Nadie hizo caso a aquella voz. Ese mismo día, más temprano habían estado jugando a lo mismo en la casa de otro pata.

El dueño de la casa en la que nos encontrábamos dudaba en dejarnos jugar ahí o botarnos.

Otra voz armó el escenario del juego.

– ¿Ahora a quién le preguntamos? –dirigiéndose a nosotros mientras señalaba el busto de cada personaje en la lámina escolar ¿Alfonso Ugarte? ¿Miguel Grau? ¿Francisco Bolognesi?

– ¡Miguel Grau! -saltó otra voz apuntando al caballero de los mares- Tiene cara de buena gente. No creo que se enoje si lo molestamos.

– Miguel Grau será entonces -la primera voz dijo cortando con una tijera la figurilla.

Luego empezó a construir el aparato. Introdujo la laminilla a la mitad del libro antiguo marrón y enredándolo con una pita cuyo extremo tenía fija un lapicero enrollado, suspendió el libro mientras sujetaba ambas puntas del lapicero con los dedos índices.

– Alguien tiene que sostener esto. El mismo que hace las preguntas no puede tenerlo. ¡Tú! -dijo la voz rechazando el artefacto y queriéndose otorgar a una nueva voz, esta era brusca, tosca y áspera.

– ¿Yo? -se señaló la otra voz- Ya, está bien, pero si noto algo raro lo suelto.

– Chévere -dijo la primera voz mientras soltaba su creación. Ahora presta a las demás voces silenciadas por la extrañeza-. Ya saben, si el libro dobla a la derecha es sí, y si dobla a la izquierda no.

De pronto, nos vimos, estábamos listos para empezar y nuestras voces se miraban en un círculo cerrado de más o menos 11 personas. Caímos que ya estábamos adentro, no había salida. Sabíamos ahora del serio riesgo. Si pasaba un profesor por ahí todos caíamos. Todos. Sin decirnos nada, empezamos.

– ¿Quién hace la primera pregunta? -dijo la experta voz.

– ¡Al toque! -se mostraba el malestar en la voz anfitriona.

De repente una lluvia de preguntas obvias, por la pubertad, saltaron sobre la voz que sostenía el oráculo:

– ¿A fulano le gusta mengano? -dijo una voz nueva- es sólo para comprobar.

– ¿A mengano le gusta sultano? -cierta voz se sonrojó a su lado.

– ¿Me casaré a los 40 años? -otra voz pregunta luego de contestada la anterior.

– ¿Tendré hijos? -y otra voz.

Luego de satisfacer a nosotros mismos con más respuestas, llegamos atribuirle veracidad el aparato. Miguel Grau el infalible.

– Ellos pueden ver el pasado y el futuro. No les preguntamos a ellos. Les preguntamos a sus almas -la voz creativa nos aclara sobre los otros bustos en la lámina.

Luego de un susto por parte de la voz que sostiene el libro [creyó en algún instante que le pasó electricidad de ningún origen visible] las preguntas parecían agotadas.

– ¿Qué más nos queda por preguntar? -una voz agotadas de ideas.

Luego aparece. La pregunta que todos han estado esperando. Felizmente sería aclarada. No más intrigas. No más espera ¿Para qué esperar teniendo este poder?

– Preguntemos si ganaremos el concurso de conocimientos mañana -una voz aportó.

– ¡Sí! tienes razón -las demás voces lo apoyan.

– Pero no preguntemos de una si vamos a ganar -la voz creativa dijo-. Para que haya más suspenso preguntemos así…

Empezó con sus preguntas. Todos atentos al movimiento del libro:

– ¿Miguel Grau, dinos, vamos a quedar en quinto puesto mañana en el concurso de conocimientos? -dirigiéndose al libro.

Algo en el aire lo llevó a la izquierda. Gritos callados saltaron a un lado. Volvieron a callarse para continuar con las preguntas:

– ¿Quedaremos en cuarto puesto mañana en el concurso de conocimientos?

Volvió a doblar a la izquierda. Otra vez una alegría nos envolvió. Al menos quedaríamos entre los tres primeros puestos.

– ¿Miguel Grau, quedaremos en tercer puesto?

Giró nuevamente a la izquierda. Parecía que el libro se estaba cansando de las preguntas.

– ¡Pregúntale de una vez si vamos a quedar primeros para ahorrarnos respuestas! -añadieron ciertas voces.

– Miguel Grau -continuó la voz- ¿Quedaremos en primer puesto mañana en el concurso de conocimientos?

El libro demoró en su respuesta más que lo usual. Fue un momento desesperante. Todos en silencio esperando la respuesta. Algunas voces cruzaban los dedos.

Finalmente giró a la derecha.

Se rompió la ronda en manifiesto de alegría. Saltaron de sus lugares. Ganaríamos. La voz que hacía las preguntas nos calló.

– Gracias Miguel Grau.

Percatamos la hora, era tardísimo. Decidimos retornar a nuestras casas manteniendo todo lo ocurrido esa noche como secreto. Una experiencia inolvidable, las voces sonreían alejándose.

* * *

Segunda parte Leer más

Rigidez

En la clase de Historia todos los alumnos se dedicaron a escribir sus apuntes mientras las exposiciones de la profesora Muñoz buscaban la mayor claridad posible.

De pronto sucedió. Matías no se lo esperaba, no en ese preciso momento. Detuvo el zigzagueo de su lapicero lentamente. Llevó la mirada a su pantalón y luego la levantó a la clase: todo seguía normal, felizmente nadie lo había notado.

Faltaban aproximadamente diez minutos para el recreo, tenía que bajarlo de alguna manera pues si se ponía en pie, las chicas del salón lo notarían, se intimidarían y sería el hazmerreír del resto.

Decidió pedir permiso para ir al baño y tratar de apaciguar la calentura: alzó la mano desde su asiento y detuvo a la profesora con su intervención.

– ¿Profesora, puedo ir a los servicios higiénicos?

– ¿Es urgente? Falta poquísimo para el recreo; ¿no puede esperar?

– Por favor -insistió-. Sí, es urgente.

Calló, se concentró en percatar que nadie mirara bajo su carpeta y a su vez, no sonar tan angustiado pues llamaría demasiado la atención.

– Está bien alumno Rivera -accedió algo decepcionada por el motivo de la interrupción-. Por esta vez, vaya.

– Gracias.

Cayó en un problema más ¿Cómo saldría sin llamar la atención? ¿Hubiera sido mejor quedarse sentado y pensar en algo que no lo excite?

Esperó un minuto antes de abandonar el salón para que sus demás compañeros perdieran el interés por la conversación con la profesora. Ocultando la erección con el libro más próximo salió rápida y silenciosamente del salón dejando a la profesora, el dictado y el resto tomando apuntes.

Lo logró, ya estaba afuera del aula. Se dirigió al baño. Aún mantenía esa firmeza en la entrepierna. Se rió ¿Qué la había causado? ¿La voz de la profesora? ¿Su descuidada silueta deformada por la vejez? Rió aún más por dentro.

A pocos pasos de la entrada del baño de varones se dio una sorpresa al toparse cara a cara con Mariana. Inmediatamente bajó el libro que continuó con la complicidad.

– ¡Hola Matis!

– Hola Mari -contestó él inmediatamente.

Ella le miró a los ojos primero, pero algo capturó su interés y bajó la mirada luego.

– ¿A dónde vas con el libro de Historia si aún no es recreo? La fotocopiadora está cerrada.

– Ah es que… voy al baño.

Inevitable, se encontró atrapado por una chica. En todo caso, ¿qué daño podía causarle?

– Qué tienes ahí ¿ah?

Matías retiró el libro de su cremallera.

– Se te ha parado. Tienes una erección. Jajajajaja -Mariana explotó en carcajadas.

El muchacho se ruborizó, pero no sintió vergüenza. También una rebuscada risa suya acompañó a la de ella.

– Bueno, voy a ver que hago. Me quito al baño. Ya nos vemos en el recreo, pero… no le digas a nadie porfa’.

– No te preocupes, nadie sabrá de esto.

– Gracias Mari. Te debo una.

Ella no dejaba de mirar la prominencia en el pantalón de Matías. A Matías eso lo excitaba más ¿Acaso a ella también le gustaba aquel estado? Se dispusieron a continuar por sus caminos luego de unos segundos de silencio.

A unos pasos Mariana volvió a él corriendo y con una mirada sugerente dijo:

– Espera… voy a entrar al baño contigo.

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