Category: Desde adentro

Reflejo

Durante el resto de la mañana se dedicaron a nivelar el piso. Nos ha tocado un terreno recontra yuca, el jefe de cuadrilla no guardó su queja. Ella nunca había construido antes, no supo aquella dificultad de la que el jefe habló.

El sudor jamás impidió los vaivenes de los picos y la firmeza por lograr que el nivel de agua en la manguera fuera el mismo por acá y por allá, las bases de la futura casa.

Unos vasos empolvados por la nivelación los compadecieron sobre una pequeña silla fuera del terreno rectangular. A su lado, la botella de plástico contenía sólo unas gotas de gaseosa amarilla. Finalmente habían acabado de nivelar, los vasos desaparecieron de la silla.

Ahorita le digo a Lupe que compre otra gaseosa, ya debe estar por llegar de la casa de su amiguita, dijo Blanca mientras los chicos descansaban. Volvió a entrar. Se detuvo. La loseta del piso enterrada. Por más que hubo barrido su pequeña única habitación en pie siempre quedaba igual. Extrañó su casita antes del terremoto.

Decidió entonces conocer a Blanca. No supo cómo empezar la conversación. Luego de meditarlo, comenzó presentándose personalmente. ¿La puedo ayudar?, continuó con la pregunta al verla dividiéndose entre cortar cebolla y verificar la olla con lentejas.

Lupe pudo verlos, estaban ahí en su hogar. Mis propios ángeles, pensó. Se escurrió entre las pilas de adobes y llegó a la carpa donde guardaba la ropita que vestiría el día de hoy. La seleccionó desde ayer, agradeció a dios haber salvado esas prendas.

Le pareció escuchar una conversación. Al entrar a la habitación, que se confundía entre cocina y dormitorio, la vio. Su primer ángel.

Se percató de los enormes ojos infantiles y puros de la niñita. Lupe se ruborizó de la sorpresa. Ella es mi hijita Lupe, la presentó su madre. Hola Lupita, saludó la voluntaria. La niña quedó pasmada. Un corto silencio consumió a las tres.

Hola, le respondió. Recibió inmediatamente un beso. Qué bonito ángel, pensó.
Su mamá la llamó a un ladito de la cocina. Anda a comprar otra gaseosa, le ordenó.

¿A dónde va Lupita?, preguntó al verla salir de la habitación. ¿Puedo acompañarla? De pasadita que conozco el lugar, sugirió. La señora aceptó. La Marucha vende los marcianos más ricos de todo el poblado, Lupe conoce su tiendita, agregó Blanca.

El sol la ahogaba. En los labios de Lupe una amistosa sonrisa ya se dibujaba: quería conocerla. No bastaba con el nombre.

Empezaron con el clima. Continuaron con detalles comunes en ambas. ¿Cuántos años tienes?, le preguntó. Ocho, pero ya me falta poquititito para cumplir nueve, dos semanas, respondió la menor. Y… ¿tu cumple’?, rebotó la pregunta grabando cada palabra en su cabeza.

La gaseosa negra de tres litros y medio presumía su enfriamiento, fue el trofeo para el resto. Sobre vigas de piso brindaron todos por el avance del trabajo. Lupe conoció a sus demás ángeles. El almuerzo estuvo buenazo, coincidieron.

A la mañana siguiente volvieron para levantar los paneles. La ruta se hizo más corta esta vez. ¿Qué tal dormiste?, Lupe demostró cierta preocupación por la columna vertebral de su voluntaria.

Le agarró ternura a Lupe. Ella prácticamente la consideró su hermana menor. Tal vez, ella misma.

El sol se escondió tras las nubes por piedad para los voluntarios. El mediodía se había desvanecido hace un par de horas. Los paneles quedaron aplomados. ¿Por qué se llama aplomar?, preguntó para sí la novata.

En el piso de madera, los tornillos dispersos no tenían escapatoria ante la vista de Lupe. Eres toda una voluntaria techera Lupita, era su agradecimiento. Lupe sonreía y se sonrojaba. Qué bella sonrisa tiene, se dijo. Siguieron entre bromas atornillando las ventanas mientras decidieron cantar las canciones del momento. Lo desafinado en sus canciones motivó a las risas de los demás voluntarios. No escasearon las bromas.

La casa estaba casi terminada, faltaba únicamente inaugurar. Ya regreso techeritos, anunció Blanca una hora antes. Jugaron todos al jazz, lingo y el avión mientras el sol se sonrojaba ante la presencia de una hermosa luna.

Quiero que sea mi hermana, pensó la menor. Mi ángel hermana.

Al fin, apareció Blanca con botella de cerveza a la mano. Un par de martillazos. La botella, envuelta en una bolsa, colgaba en la parte superior de la puerta. Comenzó la inauguración.

Durante, Blanca agradeció plenamente a sus techeros. Escuchó los discursos de sus adoptados, reflexionó, sonrió. Dijo sus palabras. Otro martillazo rompió la cerveza entre aplausos. Listo, bienvenida a tu casita Blanca, le dijo el jefe de cuadrilla.

Fue el momento, las lágrimas más bellas huyeron de los ojitos rasgados de Blanca. Lupe lloró al ver a su mamá llorar. Las voces se quebraron. Las emociones fueron mutuas.

Al finalizar los tijerales públicos, ella no encontró a Lupita. Temía no despedirse de su hermanita. Se había vuelto como una de sus mejores amigas. La iba a extrañar.

Luego conversó con Blanca acerca de los proyectos que tenía a futuro, qué iba a poner en la casita y sobre los datos para contactarla en unos meses.

Los pequeños pasos se apresuraron. En el suelo su sombra fue artificial, los focos de los postes estaban prendidos. Llegó. Estaba a punto de irse, pero logró detenerla a tiempo.

Le regaló una pulsera que había hecho la noche anterior. Gracias por todo, dijo Lupe mientras le entregaba la pulsera que decía con exactitud lo mismo.

Se abrazaron. Sus corazones palpitaron al mismo son. Los siete segundos del abrazo les pareció eterno, sus ojos cerrados las hizo olvidar de lo que ocurría a su alrededor. Una promesa se quedó con Lupe. La despedida, fue hora de partir.

Cepíllate los dientes antes de irte a dormir hijita, le pidió su madre. Un foco amarillo, colgado en un palo, iluminaba el agua de la batea a sus pies y su lozano rostro en el espejo, atrás, una pared de madera. Sonrió agradecida. No fue la única.

A decenas de kilómetros, otra sonrisa se reflejaba en la media empañada luna del bus de regreso. Por su muñeca los frescos recuerdos la hicieron palpitar tan fuerte como durante el abrazo.

La sombría noche de la carretera cubrió sus ojos. Durmió. Sin embargo, aquella misma sonrisa se estacionó en sus labios a lo largo de todo el camino.

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Una oveja, dos o tres

‘¿Por qué duermes tanto?’ me preguntas.

Pues la verdad, todo se debe a los sueños. Prefiero soñar dormido que despierto.

En mis sueños no existo. No aparezco físicamente.

Soy el director musical. El espectador que ansía ver una obra de arte finalizada. El consumidor que vive las emociones y pasiones de una telenovela. Aquel que juega con finales felices y trágicos para luego despertar.

Y sentir una realidad diferente, en la que el omnisciente es un idiota para los demás. Un estorbo… no, un vacío.

El soñar alimenta mi andar [oponiéndose a la inercia] diario. Palpitar es pensar que voy a volver a soñar otra noche u otro día. Quizás con los mismos elementos. Quizás con las mismas caras. Quizás con las mismas emociones.

Un pasado ideado, un presente o un futuro surreal. Un ‘que hubiera pasado si…’, un ‘mañana…’, un teatrín.

¿Recordar mis sueños? ¿Tú qué crees?

Dormir es pretexto para soñar y no al revés por si acaso, tenlo claro. Leer más

Vivir

Aquí estoy, otra vez escribiendo un fruto del conflicto de sentimientos.

La noche se volvió insoportable en un pestañear.

El techo es inmóvil, algo inusual. La oscuridad silenciosa… muy silenciosa.

Las lágrimas, centinelas a cualquier sonido, huyen si es necesario.

Tengo la cabeza adormecida pero aún funcionando. No quiero creer lo que creo.

Mi ojo izquierdo palpita. ‘Pronto pasará’ dice ella.

Solo. Estoy solo a esta altura ‘Solo naciste, solo morirás’, es mejor así, ya me acostumbré.

‘¿Tenías que salir?’ Fingir en un momento así. No me cabe ese atuendo.
Mañana ¿qué? ¿Mañana qué me espera?
¿Chismes? ¿Estúpidos rumores sin fundamentos? ¿Cicatrices? ¿Un perdón o tal vez dos?

¿Debe repetirse todo para aprender algo?

No lo sé.

Necesito un verdadero hombro amigo. No un consejo. Sentirme seguro.

Quiero volar. Escapar. Huir. Desaparecer.

Ni sé que escribo esta vez. Tú tampoco lo sabrás seguramente… ya me conozco esa.

Todos tenemos problemas

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Perro sarnoso

Martín dijo ‘¿Le damos vuelta?… para que no sufra más’.

Sus ojos nublados apuntaban algo en el aire. La muerte estaba cerca.
A duras penas de pie sobre sus cuatro patas. Carne viva carcomía un casi inexistente pelaje bicolor. Qué heroísmo, vivir así: costra y sarna alimentándose del cachorro cuerpo.
Reducido, temblaba. Pensaba quizás que así se le iba a quitar el escozor. Una flaquísima pata vibraba más que las otras tres. Simulaba el inútil movimiento de una rascada.

 

Me negué por dentro. No quería pensar en más dolor ajeno. Fui cobarde. Tuve miedo a la muerte. No quise jugar a ser un dios.
De igual modo pronto no tendría más remedio que morir.
Fijé mi mirar hacia otro punto tratando de olvidar lo que había visto. Arena, piernas, pisadas y huellas. Pronto no hubo más que eso, ni otros perros sarnosos.
Ninguna otra persona vio algo conmigo esa tarde aparte de Martín. Nadie más.

¿Qué hace que te mantengas vivo? ¿Qué le pasó a tu alma? ¿Por qué caíste tan bajo? No te acuerdas qué eras antes. Casi ya ni sabes qué eres ahora.
¿Qué serás mañana? ¿Un insecto, una paloma u otra vez un ser humano?, deplorable. Tratas de vivir hasta después de muerto. Ven. Una vez más.
Sé que me ves. Sé que me temes. La sarna es nada. Cae. Tienes que hacerlo para volver a una nueva aventura.

Le respondí ‘Paso’. Leer más

Cantares

‘Caminante no hay camino… se hace camino al andar’

En agradecimiento a S J L Leer más

Debajo del puente

Un puente, justo en tus narices. ¡Pronto! ya sabes que hacer. ¿Tienes algo que pedir esta vez cierto?

 

El carro volvió a iluminarse. Entonces me dijo: “¿Por qué no lo hiciste?”.

No entendí a que se refería. Luego especificó: “¿Por qué no pediste tu deseo?”.

Estaba más confundido ahora. Diego lo escuchaba a mi lado. Asumí que él tampoco sabía de qué hablaba Ulises.

“Cuando pases por debajo de un puente tienes que aguantar la respiración y pedir un deseo en tu mente. Vas a ver como se cumple”, explicó por fin Ulises. “Siempre lo hago y me funciona”, añadió.

El puente había quedado lejos de nosotros. El cumpleañero volvía ya a molestar a Ma-Fe’ mientras seguíamos camino al Daytona Park.

 

Alguien añadió unos años luego: “No sólo basta con aguantar la respiración. Debes cerrar los ojos. Ahí sí funcionará”.

 

Ciérralos bien. Termina la oración con tu deseo (fuerte y claro… nadie nos escucha) ¿Hemos salido? ¡No! Espera… cuando sientas el contraste más claro en los párpados lo sabrás.

Tranquilo… ya puedes respirar… ¿Alguna vez se te ha cumplido algo?

Cómo saberlo, siempre se te olvidan los deseos que pides. Esperemos que al menos se te cumpla éste. “En un mundo donde los deseos no existen, queda sólo crearlos al menos debajo de un puente, ¿verdad que sí?”.

 

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Feliz Navidad para todos

El constante doble sonido que el transcurrir de los segundos produce le parece irritante a ella. Sin embargo, sólo trata de concentrarse en acariciar la inmóvil mano derecha de él recorriendo sus pulgares en círculos como para brindar algo de calor nocturno.

En el hospital hay poca gente a esta hora. La mayoría trata de pasar la navidad con sus familias. Algunas enfermeras de turno se mueven de un lado a otro por el pasadizo, esto es algo que no pueden evitar… los accidentes. Ella las oye pasar rápidamente, la distraen de su molestia con reloj.

Minutos antes prefirió atenuar la luz de la lámpara que le había comprado como regalo de cumpleaños hace meses. El cuarto luce sombrío ahora, pero a ella eso no le importa mientras lo tuviera más cerca.
Le pidió al doctor que lo deje pasar a su lado la noche buena y la navidad. El doctor, esta vez, cumplió la voluntad de la madre.

A su lado, escondía desde hace unas horas un paquete con envoltura de carritos, osos y coronas navideñas.
Los segundos pasan y pasan y pierde la noción del tiempo.

Sus ojos acaban de abrirse. Había dormido a su lado toda la noche. Sus manos aún lo cogen. Busca su celular para averiguar la hora, parecen ser las 11.27 pm. Falta poco.

Con dificultad, lo mira. Recuerda. ‘¿Te acuerdas cuando viste ese carrito en Saga que tanto te gustó y te dije que si te portabas bien Papa Noel te lo iba a regalar en navidad? Cuánto mérito hiciste mi amor. Te lo merecías. Tenías para entonces siete años, creo que fue una de tus mejores navidades, mucho panteón, mucho chocolate y hasta te empachaste. Me acuerdo que habías juntado la platita de las propinas que te daba tu papito para comprarme un collarcito. Mira, mira… lo estoy usando ahorita ¿ves? como a ti te gustaría’.

Aunque ella quisiera no la puede escuchar, está profundamente sedado. El estado de salud de él es deplorable. Quemaduras de tercer grado por todo el rostro y cuerpo a causa del incendio producido por un cortocircuito en la casa.
Su corazón dejó de latir al momento de despertar al día siguiente del incendio, al sentir el peso de su dolor, no poder moverse y su desfiguración. El doctor prefirió que esta noche no sufriera más y le aplicó anestesia [oponiéndose a la súplica de la madre], lo único que emitía Efraín cada noche anterior eran gritos de dolor producto de cualquier mínimo movimiento.

Al darse cuenta que no muestra reacción su hijo, ella se confiesa. ‘Te digo un secreto mi amor. ¿Sabes lo que le pedí a Papa Noel? Le pedí que te mejorara del todo. Que puedas caminar, que vuelvas a casa pronto, que pueda abrazarte sin que sufras. Que todo sea como antes… que seas feliz mi vida’.

No puede más. Sintió el nudo en su garganta al pronunciar cada palabra. Por qué la vida la ha castigado así. Todo lo que ve se opaca. Suelta su mano para poder secarse la lágrima que se desliza por su mejilla derecha. Ahora recupera la visión. Le duele el corazón aún… no aguanta el panorama otra vez.
Le da la espalda y empieza a llorar como jamás lo había hecho, no quiere contagiarle la debilidad. Es un momento encontrado entre el enojo, la impotencia y el dolor. Golpea sus piernas tres veces, respira hondamente y secándose las lágrimas vuelve hacia su hijo con voz frágil. ‘Tengo suerte de que aún estés acá mi amor’.

De pronto, en la calle se empiezan a escuchar los cohetecillos reventarse a lo lejos. Los niños pasan corriendo por las avenidas gritando de alegría.

‘Ya es Navidad’ se dice. Se le acerca lo más que puede a Efraín con el paquete a las espaldas. Colocando el obsequio a un lado vacío de la cama, susurra. ‘Feliz Navidad Efri’. Un beso en el aire se queda. Leer más

Así es la vida… así es la muerte ¿un terremoto en Lima?

Estas noches han sido las más pesadas de mi vida. Casi no duermo a diario.

Me acuesto sobre la cama. Miro al techo en la oscuridad [sé que está ahí: inmóvil]. Pienso en lo que he hecho en el día y en lo que haré al día siguiente. Luego, por fin llega el momento de cerrar los ojos.

En mi oscuridad [aquella en la cual todo es negro y uno se deja llevar por sus propios sentidos], el corazón empieza a latir con fuerza. Reposo mi brazo sobre el pecho: siento que también tiembla al ritmo del corazón, salta, como queriendo alejarse.

Cambio la posición de dormir, mi cara en el colchón no ayuda a lograr el descanso. Ahora puedo oír el latir, fuerte, nada pausado, pum… pum… pum… comprendo al brazo.

Dicen que va a haber un terremoto en Lima. Esto es impredecible. Pero cada noche me viene a la cabeza nuevamente el crujir de las paredes, es cuando todo empieza otra vez.

Foto de ~kulibico en www.deviantart.com

El carro pasa veloz por la pista. Siento el sutil temblar del piso. Cómo dormir así. ¿Tomar relajantes? y si en ese estado de calma absoluta no siento algún terremoto, si duermo profundamente y no despierto jamás.

No, esto es un exceso. ¿Estar alerta? tener preparada una mochila salvadora al lado [quedé en esto con una amiga] sería lo ideal. ‘Dormir’ con pantalones esta noche. ‘Dormir’ con pantalones la próxima noche.

¿Cuándo acabará todo? Estoy cansado de tratar de dormir pendiente que pueda ocurrir un terremoto esa noche.

Cuando suele ocurrir algún movimiento telúrico [sea temblor, réplica o terremoto], mi corazón se detiene [me duele el pecho unos instantes] como concentrándose en sentir si el grito de la habitación se detiene y por unos instantes mi cuerpo queda flotando en la nada para luego salir corriendo de donde esté.

Habrá un momento, estoy seguro, en el que las paredes bailarán de incomodidad [les fastidia la inercia]. Y quede atónito con el espectáculo. Sienta el aliento de la muerte perforando mis venas cardíacas. Para al fin, caer al piso y no moverme más.

De esto temo, y seguiré pendiente cada noche del terremoto que ocurra en Lima.

Otra cosa que me incomoda es mi ‘preocupación’ por los demás: saber que no todos se salvarán si ocurre con demasiada fuerza. No puedo suprimir las escenas de paredes cayendo sobre mis familiares. Adiós abuelo. Lo siento, así es la vidaasí es la muerte.

Y por eso me despido si no sobrevivo al próximo terremoto que tanto anuncian.

Gracias.
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Cuando llegué a Perú…

▪ Cuando llegué a Perú, era alguien de afuera.

▪ Cuando llegué a Perú, era de noche y no llovía.

▪ Cuando llegué a Perú, no habían estrellas visibles en el cielo.

▪ Cuando llegué a Perú, mis fosas nasales se tupieron por la humedad.

▪ Cuando llegué a Perú, sostenía con mi mano derecha una figura de acción.

▪ Cuando llegué a Perú, los adultos hablaban demasiado diferente por ello no les entendía.

▪ Cuando llegué a Perú, no hablaba con nadie porque tampoco me entendían.

▪ Cuando llegué a Perú, sólo quería dibujar.

▪ Cuando llegué a Perú, no extrañaba la malta Polar.

▪ Cuando llegué a Perú, me perdí en Miraflores.

▪ Cuando llegué a Perú, no encontré mini-markets.

▪ Cuando llegué a Perú, no comprendí porqué el mar era tan oscuro y verde.

▪ Cuando llegué a Perú, creí que Lima era todo el país.

▪ Cuando llegué a Perú, me extrañaba el cielo gris plomizo del centro de la ciudad.

▪ Cuando llegué a Perú, las verdes montañas sin pasto eran habitados cerros marrones.

▪ Cuando llegué a Perú, casi me atropella una combi.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía que era “ESCARCHO 489-1891“.

▪ Cuando llegué a Perú, no entendí porqué las personas suelen santiguarse delante de una iglesia.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía lo bien que se siente comer un fresco tamal con ensalada de cebolla.

▪ Cuando llegué a Perú, no había probado cosa tan dulce como el turrón.

▪ Cuando llegué a Perú, no encontré respuesta del porqué de las diminutas casitas con cruces ubicadas a los lados de la carretera panamericana.

▪ Cuando llegué a Perú, me topé por primera vez a una mujer completamente desnuda en un diario ‘chicha‘.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía que era una vedette.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía por qué habían niños subiendo a los buses para cantar.

▪ Cuando llegué a Perú, no conocía el sabor de Inca Kola.

▪ Cuando llegué a Perú, no me di cuenta lo importante que es el fútbol.

▪ Cuando llegué a Perú, no sabía quién era Miguel Grau.

▪ Cuando llegué a Perú, no tenía idea de cómo era la bandera de este país.

▪ Cuando llegué a Perú, era completamente otra persona diferente a la que soy ahora.

▪ Cuando llegué a Perú, no era peruano.

▪ Cuando llegué a Perú, no era alguien de adentro. Leer más

A bad dream

Un malestar en el ojo izquierdo hace que lo frote bruscamente a pesar del ardor que provoca el hacerlo.

De pronto, me sorprende el sonido sutil del crujir de un vidrio.

Aclaro la vista… y percibo: se descuadra mi mirar. Hay una negra línea en mi pupila.

Vuelvo a frotar, el crujir anterior ahora adopta una forma más concreta. Lo siento. Siento en mis yemas el rápido desprendimiento de un pedazo del ojo.

Es extraño, aunque gelatinoso siento frágil su composición: intuyo que el astillar en su contorno excita al querer despedazar poco a poco mi ojo izquierdo.

El lugar donde debería estar aquel trozo de ojo únicamente percibo oscuridad, como si un párpado invisible ocultara mi visión.

“Mi ojo… ¡Carajo! Qué le pasa ahora”.

El craquelar se incrementa. Cual quebrada bola de cristal poco a poco los pedazos se separan: las rajaduras se intensifican.

Con los dedos los voy sacando uno tras otro, pedazo por pedazo.

La oscuridad se expande totalmente en mi ojo izquierdo. Siento en mi mano los trozos de ojo apilados sin un orden específico.

Ahora sólo tengo un ojo: puedo introducir mis dedos en el agujero que ha dejado el otro. Viscosidad.

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