Category: Desde adentro

La goleada del Planeta

Me uno. Ya sabes, apaga tu televisor. Leer más

Se habla español

A cada momento, se habla español. Leer más

Pre-finales

No necesito esa mítica mezcla de café con Coca-Cola para poder mantenerme despierto esta noche (y quizás mañana tampoco).

El remordimiento de no haber terminado una lectura me persigue bajo la almohada. La exigencia. Todo lo que has leído, repasarlo, seguramente no lo has captado bien. El motivo. Pensar que siempre puedes lograr más, otras horas despierto para poder transcribir lo más importante… y repasar.

Apenas los ojos se cierran saltan los latidos de la cabeza. Soñar, pesadillas.

Encontrarse en la cama. No poder despertar, y sentir sombras de seres mínimos volando por las paredes. Gritar pero no ser escuchado. De dónde salen, petisos mutantes. ¿Qué es lo que buscan esta noche? Acaso no dejarme dormir.

Parece una eternidad, pero sólo han pasado unos treinta minutos.

Volver a las lecturas. Cuando los ojos no den otra vez, una nueva pesadilla.

Un niño que corre tras las carreteras en movimiento. Por favor no corras, por favor. Cuidado con ese carro. Un perro que escapa de las ruedas de un auto y se dirige a otro. Los tratas de seguir esquivando la lluvia de asesinos para sacarlos de aquel infierno. No más, no más. Tienes miedo que te atropellen ¿no?

Continuar con las lecturas, ya se me ha quitado el sueño.

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Rompe cabeza

Dime, por favor, que a ti también te gusta…

El invierno. Caminar en soledad nocturna. Los abrazos. Besar cuellos. Soñar. Atravesar galaxias desde la cama. Pellizcar el adormecimiento. Cantar mal en la ducha. Respirar bajo el agua. Los labios ardientes por las naranjas. No creer en fantasmas. El plátano con queso. Mirar a los ojos. Las orejas rojas. Escuchar la misma canción. No presionar tan fuerte el lápiz. Pintar de arriba abajo y salir disimuladamente de las líneas. Definir bien los trazos, no el relleno. Dibujar-te.

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Autorretrato

Los pasos lentos, él cree caminar en el aire. Su percepción busca descanso en las paredes, en los colores, en las formas, en los detalles que nadie quiere ver. Todo lo que pueda transportarle a otro momento.

Un rastro de lunares concluye en sus labios. Busca fingir una inexpresión siempre, la mayor parte, en vano. La piel reseca en su nariz es el cómplice ideal del puente plastificado de sus anteojos: el objetivo, la realidad. Tras las lunas rectangulares, el par de ojos perdidos no cae en la trampa; se relaja en las formas y siluetas que lo roza, logra abstraerse.

En su mente, sólo quiere recordar. Por estos últimos meses, se ha acostumbrado a vivir en selectos fotogramas de su pasado. Todas las veces vistas desde una tercera persona; él es un actor. Esas palabras, esa postura, esa mueca. Se ve, te ve. ‘Qué estúpido’ ‘Cómo hiciste esto’, las voces han aumentado en cantidad. Critican.

Al fin sus labios se ensanchan para mostrar los frenillos. Cierra los ojos mientras sonríe, un cuasi reflejo de algún ‘buen’ instante recordado.

Los pasos lentos continúan. Las sombras deformadas aparecen y desaparecen delante de él, las considera bellas.

Cerca, un recuerdo más. Momentos, rostros, voces; nuevamente la escena teatral. Espera un regalo, algo feliz, otra sonrisa.

Y créelo, todo esto le gusta.
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Errar es divino


– Profesor ¿qué pasa si me equivoco?… digo, ¿lo oculto con nuevos trazos? ¿Es necesario borrar? ¿Tengo que empezar de cero hasta que me salga bien?

– Los errores no importan. En la imperfección está lo perfecto, así es el Arte.
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Para ti, para mí

El micro da brinquitos a causa de la tediosa remodelación de pista. Por ello, el apoyar su cabeza en la ventana del asiento preferencial se ha convertido en un vaivén de sutiles golpecillos.

El reflejo de una sonrisa distorsionada lo acompaña esta noche. Trata de enfocarse en esa boca para ignorar los gritos del cobrador y el disparejo gras de asfalto que retrasa su viaje.

En su mente, ha encontrado un pasaje de su vida muy remoto. Quizá, el momento más antiguo que ha podido recordar alguna vez.

Su papá subió al bus con un niño de la mano. El pequeño sostenía en la otra mano una bolsa gigante de Cheetos. Recuerda, fue la primera vez que subió a un bus con alguna chuchería tan grande.

Persiguió a su papá en fila india mientras se encargaba de buscar asiento. Encontró uno vacío casi al medio, lo cargó en sus rodillas.

Al fin ubicado, empezó el llamativo canto de una envoltura abriéndose. Ese sonido desencajado, nunca cambiará.

A punto de coger unos cuantos Cheetos se percató de la mirada de su vecino, un señor mayor. La curiosidad, eso tampoco cambiará.

Pensó, era casi hora del almuerzo.

De pronto, con una carita feliz le extendió la bolsa de Cheetos. El señor sonrió pensando que era broma. Luego buscó algún gesto del padre para encontrar respuestas.

Al padre también le había sorprendido aquel acto, sin embargo no lo detuvo. Asintió al desconocido, como invitándolo a acceder.

Se fijó otra vez en el niño, no vio maldad. Cogió unos cuantos Cheetos y le regaló un ‘gracias’ al chamaquito. Empezó a comerlos uno por uno.

De inmediato el niño se desprendió de su papá. Caminó al fondo del bus abrazando su bolsa de Cheetos.

El padre lo perseguía con la mirada, tratando de adivinar lo que iría a hacer.

Se acercó a la señora del último asiento, también le ofreció Cheetos. La señora preguntó ‘¿Para mí?’. El pequeño asintió con la cabeza. Ella aceptó coger unos cuantos, luego le agradeció.

Así continuó a lo largo de todo el bus, asiento por asiento. Una lluvia de agradecimientos se escuchó tras su paso. Unas señoras robustas predijeron que sería un santo o mínimo un sacerdote en el futuro. El niño no tenía idea de lo que significaba ‘sacerdote’.

La sonrisa no se le borraba. Una sonrisa real, en verdad se sentía bien consigo.

Cuando terminó de dar a todos los pasajeros del bus se sintió extremadamente feliz. Vio su bolsa de Cheetos, había mucho menos. Pero a cambio todos los demás habían comido de la misma bolsa.

Pensó, qué bonito.

Volvió al asiento de su papá. Él aún no entendía la actitud de su hijo, pero finalmente pensó que debía ser algo bueno. Decidieron compartir entre ambos lo poco que quedaba en la bolsa.

En los siguientes instantes trató de recordar otros momentos en los cuales hubo sentido esa misma felicidad. Sí, sí los hay…

Otro bache. Salir de este último lo hace volver al presente. Prefiere no volver a soñar más por ahora, la casa está cerca. Leer más

Super héroe

Y de las tantas historias, cuentos o intentos que quisiera escribir esta madrugada, por ahora, únicamente puedo relatarles la historia de un ente híbrido, un hombre murciélago o un hombre araña.

Todo empezó cuando fue destinado a convertirse en alguien que no era. Cosas de la vida, no existe tanto llanto en el mundo para el mismo velorio.

El intento de adaptación lo hizo huir de su origen y esencia; se renegó como consecuencia.

Sin embargo nunca se convirtió completamente en lo que debía ser. Mitad del camino, por así decirlo.

Tal incapacidad de superación, lo transformó en un objeto sin sentido. Su frustración carcomió los siguientes pasos.

Se sintío solo. Y es que solo estaba, le replicó su pasado, presente y aparente futuro.

Un as bajo la manga, sucesos sin rostros ni nombres. A new challenger is approaching.

De lejos, el villano de la historia siempre lo persiguió. Buscó clavar sus ojos tras la espalda. Buscó afilar su lengua tras los oídos.

Buscó el mejor momento para atacar. Buscó ser encontrado en su propio juego. El motivo, también se sintió solo.

Ya fueron dos. Pero nadie se dio cuenta de nada. Todos los demás eran seres insípidos o animales asombrosos.

Al final, todo terminó cuando… mejor, dejémoslo ahí.

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Veinte

Un año más. Leer más

SE BUSCA. Alexandra Estefania Carbajal Herrera

Una fotocopia (en formato azul) de un cartel de SE BUSCA me esperó aquella tarde en el portón principal del colegio primario del centro poblado Santa Rosa en Chincha Baja.

Una niña vestida de blanco sonreía en la parte superior-media del afiche. La cabeza ligeramente inclinada denotaba ternura; las colitas que sujetaban su cabellera, infancia. Abajo, con una llamativa fuente de letra, el apodo Sandrita se introducía en la foto.

El nombre completo de la extraviada se exhibía en mayúsculas bajo la foto. ALEXANDRA ESTEFANIA CARBAJAL HERRERA. Información importante le sigue: la fecha en la que se perdió y la urgencia de una operación.

– Desde el 22 de junio al 13 de julio. A la… casi un mes -me dije.

– Espero que la encuentren -respondió otra voz en mí- y pronto.

– Y espero que, sobre todo, esté bien -volví.

Las horas pasaron y mientas esperé a los voluntarios la mirada angelical de Sandrita me acompañó a toda hora en el colegio.

Al día siguiente tuvimos que ir al mercado de Chincha a comprar ciertos materiales para la noche. En el centro, todas las calles exhibían el mismo rostro: Sandrita sonriente. En cada esquina Sandrita esperó paciente a que alguien se detuviera y la ayude, día tras día, pero fue en vano, los transeúntes se habían acostumbrado a verla así, estática y muda.

– Sorprendente -pensé en la familia- cuánto deben estar buscándola. Pedacito de cielo, pobeshita.

En Lima los días siguientes erradicaron la mayoría de los detalles vividos el fin de semana en Chincha. Sin embargo, nunca olvidé el nombre Alexandra o mejor Sandrita. Había sembrado algo… una preocupación de hermandad.

El televisor me despertó hoy, jueves 17 a las 7 am, el canal cinco transmitía las noticias policiales del día. La cama me ganaba otra vez cuando sucedió. Entre sueños, escuché algo acerca de una niña perdida llamada Alexandra, más conocida como Sandrita. No puede ser coincidencia, le grité al dormir. ¡Chincha! Es ella.

Al fin, desperté sonriente recordando el cartel del portón del colegio. Callé mis voces para escuchar el reportaje. La sonrisa se esfumó y un nudo en la garganta se formó. Las imágenes eran desastrosas. La lentitud del parpadeo matutino no me hizo captar bien el reportaje. Recurrí al oír. Rescaté tres palabras claves entre el sueño (horribles todas): putrefacción, degollada y acuchillada.

Me derrumbé. La madre lloraba incansablemente entre desmayos. Pedía la búsqueda del culpable y su futuro castigo.

– Desgraciado -dije cerrando los ojos-. Maldito desgraciado.

Cerrar los ojos no evitó que derramara algunas lágrimas. Inevitable. No era un llanto, era una mezcla de gemidos de impotencia e hileras de repudio mientras mentaba la madre al asesino.

El conductor del noticiero únicamente atinó a decir “lamentable” dos veces. Presentaron el siguiente reportaje. Bajé el volumen casi en su totalidad.

Volví a mi almohada. Giré mi cabeza hacia la pared. PUM. Un puñetazo a la pintura crema de mi muro. Algunas lágrimas ya se sentían en mi almohada.

– ¡Maldito! En qué estabas pensando hijo de perra.

Pensé en venganza. En la justicia comunal. En encontrar al culpable de una vez por todas y matarlo. No, castigarlo y luego matarlo. Hacerlo sufrir y mandarlo directo al infierno. PUM. Otro puñetazo. Maldita indignación, ¿no puedo hacer algo para volverla a la vida?

– Por qué no te llevaste a un adulto “perdedor” cualquiera, ¿no te has dado cuenta?, acá sobran. Ella era una niña inocente, tenía una vida por delante; no se lo merecía. Por favor, ¿si te doy algo a cambio, la traes de nuevo?

Caí en la imposibilidad de aquello último, pensé en algo más dable. Una llamada a la madre. Los teléfonos ¿cuáles eran? Mi mente, sin embargo, no memorizó los tantos números que contenía el cartel. Quise llamar a la señora, decirle que lo siento, no sé por qué. Que estoy con ella. Que mi ética se puede ir “por un tubo” (¿Regenerar a este perro asesino?). Que si podría formar parte del ajusticiamiento comunal.

PUM. Un grito. No era el dolor en mi mano. Era el nudo en la garganta que merecía salir y explotar. Algunas lágrimas continuaron.

– Puto. Puto. Desgraciado. Hijo de mil perras. Ojala que te mueras, ojala que no puedas dormir esta noche -era yo inyectado de ira.

El calor de las sábanas volvió a cubrir el pensar y adormeció mi puño. Pronto, el sueño.

– Por favor Dios, por favor, que esto sea sólo una pesadilla.

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