¿A qué le temes más?

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En una “sincera” noche, demasiado tarde y frente a todos sus compañeros, le preguntaron:”¿A qué le temes más?”.

Continuó callado. Deformaba el pedazo de plastilina que estrujaba accidentalmente con los dedos.
Había pensado previamente en la respuesta, pero ¿realmente sería lo que más temía?

Entonces gritó: “¡A la soledad!”.

Casi todos callaron, expectantes a la explicación, quizá fue porque nunca había hablado de esto con ellos.

El muchacho, que se sintió de algún modo desconocido ante la mirada de los demás, prosiguió con algo que esperara no suene tan ‘anormal’.

“Es que… tengo miedo de quedarme completamente solo. Sin mis padres ni las personas que siempre están a mi lado”.

El muchacho se sintió aliviado ¿quién no tendría temor a lo mismo? Pero en el fondo sabía que no era lo que más temía.

Cayó, recién en ese mismo instante, en el error que había cometido.

… En los pequeños segundos de la explicación, sin buscar demasiado, se vio cara a cara con su mayor miedo: le teme a los ojos de los demás, al que-dirán de él.

El sólo cambiar su discurso fue motivo para invocarlo.

Se percató, al momento de sentarse, que la figura de plastilina poseía un azul cuerpo cuadrado y en el centro un ojo gigante. Siempre tuvo la respuesta a la mano.

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