Play me, I’m yours

Muy arriba, el cielo fue testigo de su inmensa pesadumbre. Minutos atrás, fracasó buscando oídos para su plática. Al darse cuenta que Lima se dejaba llevar por los violentos preparativos a los feriados de Semana Santa, decidió oponerse con una lenta caminata a la casa de sus padres.

Se armó con múltiples pensamientos y cruzó una avenida Paseo de la República carente de sus habituales vehículos. La avanzada noche ya había devorado a los peatones indiferentes, insistentes vendedores ambulantes y jóvenes lustrabotas. Sin ellos, las calles del Centro Financiero lucían moribundas.

Dejó atrás la avenida Juan de Arona mientras desmenuzaba los elementos de su vacío panorama. Unos pasos y de pronto, en plena acera, vio un objeto que no encajaba con los usuales ternos ni sastres del gris San Isidro: Un piano multicolor.

Al llegar a su lado, sin pensarlo dos veces, buscó un lugar en el taburete y se deslizó sobre las teclas blancas. Encontró su nota “si” y comenzó a fundirse en “El himno de la alegría”.

Poco a poco, fue dibujándole un tranquilizante fondo musical a la avenida Las Begonias que tenía al frente.

Sus dedos bailaron en un tono muy infantil. Recuerdos de un aprendizaje musical invadieron su mente. Lejanos pero bellos instantes que esperaron pacientes aparecer con esa canción.

Cuando acabó, escuchó unos cálidos aplausos de una pareja detrás de él. Se puso de pie y agradeció tímidamente las amables palmas. Aunque sus orejas ardían rubor, invitó a los jóvenes a disfrutar el bello instrumento musical.

Decidió continuar raudo su camino hacia la avenida Javier Prado. Pronto, con una sonrisa contagiada, entendió que “El himno de la alegría” había realizado su cometido.

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