Ser papá es un desafío muy grande. Es tan tremendo que no es para los cobardes. Y es una alegría tan grande poder ser papá que solo pueden descubrirla los valientes.
Cuando era niño era muy introvertido, encontraba refugio en mi madre pero sobre todo en mi padre. Un hombre recio, trabajador, creativo, con carácter, jovial, que amaba intensamente la vida y esclavo de la palabra empeñada y del sentido del honor. Uno de mis recuerdo más vivos de él es cuando por azar del destino, yo me encontraba rumbo a recoger a mi hermano, cuatro años menor, a su jardín y me atropelló un taxi (de esos ticos amarillos que ya no se ven). El conductor intentó esquivarme y yo también al él: la velocidad que traía y mis reflejos de niño no pudieron evitar el accidente. Perdí una zapatilla, pensé que había roto el parabrisas y me fugué del lugar, corrí, una señora me dijo: ¿estás bien hijito? Al instante me estaba echando agua en la cabeza, estaba desorientado. Recuperé la lucidez y me fui a casa, entré, me senté. Al rato mi tío tocó la puerta y estaba con un señor desconocido, me había seguido el conductor. Me llevaron a una clínica. Presupuesto elevado. Terminé en el hospital Casimiro Ulloa. Ni el conductor y menos mi familia, que no sabía que había pasado aún, podíamos pagar.
Esas horas fueron de tormento. Muchos médicos pasaban con sangre en las manos, mucho riudo, mucha gente. Lo esperable de un Hospital de Emergencias. Y unos señores de media bata me interrogaron: ¿cómo te llamas?, ¿qué edad tienes?, ¿qué estabas haciendo? Lo sentí como un interrogatorio porque estaba solo. Les conté. Ellos siguieron: ¿El carro te atropelló en tu casa? No, que yo volví a mi casa. ¿Y cómo llegaste aquí? Mi tío vino conmigo. ¿Tu tío te atropelló?
vamos
Debo decir que unos amigos de la salud mental, hace algunos años me explicaron que es un procedimiento para verificar que no tenía afectación de mi capacidad mental. De rutina. Pero para mí, niño entonces, me pareció una tortura al punto que cuando escuché bulla, gritos, señor no puede pasar, y un quién es usted, sonreí cuando mi papá sentenció: “vamos”. Me cargó en sus brazos y ya no tenía miedo. Ya no tenía dolor. Era un milagro. En sus brazos todo dolor había desaparecido y el lugar de las torturas, se desvaneció tras los pasos apresurados de mi papá. Mi papá era mi héroe.
Por esas cosas de la vida que nos ha tocado sufrir a los peruanos, mi papá tuvo que buscar mejor futuro lejos, muy lejos. Y como muchos peruanos que se fueron, volvía ocasionalmente y siempre se debatía entre la disyuntiva de enviar más dinero o regresar. Cada vez que volvía se quedaba conmigo un mes y fuimos cómplices de aventuras interminables, que sólo él y yo conocemos. Mi papá era mi mejor amigo.
tú preocúpate de estudiar, yo ya veo cómo consigo
Una vez hizo coincidir su viaje, muy a pesar de su presupuesto, cuando me tocó dar mi examen de admisión para entrar a la Universidad. Él estaba muy emocionado. Él en Perú nunca pudo acceder a la universidad, es un lujo al que pocos accedemos. Aunque en Inglaterra pudo acceder a un crédito de honor que le permitió estudiar a sus cuarentaytantos años y demostró ser un muy buen ingeniero. Yo no lo sabía, él en secreto estudiaba la misma carrera: ingeniería electrónica. Ahora entiendo su emoción cuando le dije que iba a estudiar ingeniería. Ese día del examen estaba muy nervioso: quería lograr un primer puesto para obtener una beca y así no ser una carga para mi familia. ¿Quién en su sano juicio podría elegir una universidad tan cara sobre todo habiendo estudiado en un colegio tan pobre? Así era yo y creo que sigo siendo así: un soñador. Pero mis sueños siempre eran respaldados por mi padre. Mi papá soñaba conmigo.
Después de muchas horas. Mi papá me recibió con la bandera peruana en una mano y haciéndome señas con la otra. Estuvo ahí todas las horas sin saber a qué hora íbamos a salir porque no nos dejaron entrar con celular. Me recibió conmocionado. Ya está, me dijo. Y me abrazó. Yo no me sentía bien porque no sabía si había logrado el primer puesto. Y mis amigos de la academia me rodearon, fuimos a la casa de un amigo que estaba cerca a esperar los resultados. Todos lloraban, se lamentaban, y yo repasaba en mi memoria si había resuelto bien algunas preguntas o si las había marcado bien o se me habían corrido las respuestas en la papeleta de bolitas. Mi papá reconoció lo que me pasaba y dijo: hijo, lo has hecho bien, estoy seguro.
Los resultados llegaron horas después. Y ahí estaba mi papá con mis amigos compartiendo cervezas, yo por supuesto seguía preocupado. ¿Por qué no postulé a otra universidad más barata o una nacional, así no estaría preocupado? Unos amigos festejaban, otros lloraban desconsoladamente. Algunos lo consiguieron, otros no. Vino hacia mí mi tutora y me dijo: lo siento Samuel. Mi papá: no importa y sonreía. ¡Mentira 1640 puntos! Nuestro mejor resultado. ¿Ahora sí puedo festejar? ¿Primer puesto? No tercero. ¡Felicitaciones, hijo! ¡Bien hecho! Pero papá no tendré beca. Ya veremos cómo hacemos: tú preocúpate por estudiar, yo ya veo cómo consigo. Mi papá cocinó un sudado de lenguado con mucho tomate, en ollas grandes como le gustaba cocinar a él: un montón para que alcance. Invitó a toda la familia: tíos, primos. Un agasajo inmerecido. A diferencia de mi papá yo no sé celebrar los pequeños logros. Quizá deba aprender a disfrutar más de la vida. Mi papá era mi mentor.
seas lo que seas, sé el mejor
La filosofía de vida de mi papá era muy simple: “Seas lo que seas, sé el mejor. No importa si eres barrendero o zapatero, sé el mejor, porque profesional es el que hace bien su trabajo no el que tiene un cartón. Pero sobre todo sé mejor de lo que yo pueda ser. Y cuando tengas tus hijos que ellos sean mejor que tú. Así con cada generación, el mundo será mejor”. Mi papá era policía en Perú. Pero como el sueldo de un policía era muy bajo (sigue siéndolo pero en los 90s era miserable) también era taxista y vigilante. Y antes de ser policía fue locutor de radio, lavaplatos, cobrador de combi, lustrabotas, vendedor ambulante, pintor de brocha gorda, baterista en una banda de rock, lo que se llama un miloficios porque “lo importante es ganarte el pan con el sudor de tu frente, hijo, tú tienes un apellido que debes cuidar, siéntete orgulloso de ser un Asto”.
Pasó el tiempo y me hice más fuerte, más seguro y temerario. El miedo no caminaba conmigo. Hasta que supe que iba a ser padre a mis treintaytantos años. Nunca he tenido más miedo desde entonces. Miedo de no ser un buen padre, miedo de que le haga falta a mi hija, pero sobre todo miedo de que ella me falte. Cuando mi hija nació, pensé en mi papá, pensé si había sentido lo mismo que yo estaba sintiendo en ese momento. Y cuando la salud de mi hija estuvo en peligro, sentí que la vida se me iba con ella, miedo, ansiedad, frustración. La llevamos a la clínica más cercana de mi casa. Pero esta vez sí pudimos pagarla. Me pregunté varias veces, hasta ahora, si mis padres no me hubiesen dado todo lo que me dieron, podría yo darle a mi hija algo de lo que le doy. Tu mano protectora, también cuida a mi hija papá. Gracias.
no llores o no me podré ir
Todavía recuerdo todo lo que lloramos cuando partió del aeropuerto: no llores o no me podré ir, me rogaba. Así que cuando se fue de este mundo, no lo lloré para que pueda irse. Pero papá desde que te fuiste no he sido el mismo. Siento que nada me satisface. Antes te tenía a ti para celebrar mis pequeños logros. Para darme ánimos de no rendirme jamás. Cuando finalmente me gradué, me titulé, me colegié no estabas con la bandera en la mano y agitando la otra dándome la bienvenida. Cuando te fuiste a un lugar más lejano, me sentí como una barca en alta mar, sin rumbo. Al principio, tu voz era clara y te encontraba en la oración. Pero cada vez siento que no puedo oírte. ¿Ya has cumplido tu misión? ¿Me has enseñado todo lo que tenías que enseñarme?
Cuando me entero que alguien cercano ha perdido a su padre, revivo todo lo difícil que es saber que ya no estás aquí. Porque para seguir he pensado que aún estás en Inglaterra y que algún día nos veremos. Podré abrazarte y contarte todos mis pequeños logros para que podamos festejarlos. Dios te tenga en su Gloria y me permita algún día un reencuentro. Descansa en Paz, papá.