Cultivar la comunicación

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Creo que estoy aprendiendo a ser menos reactivo y terco frente a determinadas circunstancias en las que, hasta hace un tiempo, hubiera tomado la palabra y dado una opinión, la que sea, pero hubiera dicho algo, así después tuviera que obligarme a matizar, cuando menos. No sé si es mejor dejar que las cosas fluyan como vienen, dejar que se expresen otras voces, otras opiniones y, después, si es necesario o lo veo adecuado, doy una opinión o hago una pregunta sobre lo que se esté conversando.

Ya me ha sucedido varias veces y me hace sentir más en libertad de poder escuchar un poco más, de intentar aprender un poco más de lo que dicen los demás sobre lo que pudiera corresponder e incluso, abstenerme de decir algo por prudencia o pertinencia. Lo experimento en mi trabajo, en mi casa a veces, en mi comunidad CVX… No por eso dejo de hablar y, a veces, en demasía. Nila, mi linda esposa, dice que hablo demasiado o que me encanta hablar como “loro”, seguro algo de razón tiene.

Sin embargo, yo me percibo más bien bastante parco y me gustaría tener un mejor don de la conversación y ser más proactivo en ello. No es fácil. No basta hablar mucho, sino saber ser oportuno y agradable, situarse en cada público y hasta en cada persona. Mantener la atención y la comunicación (siempre es de ida y vuelta, si no es monólogo); es muy importante la variedad, el involucrarse con historias personales propias, algo de humor y el interés del otro (otros). Algo mejor me sobrellevo en lo que escribo, ya que puedo procesarlo un poquito más y hasta volver sobre ello.

Algo que me gusta mucho es cuando mis hijos u otra persona me pregunta sobre temas de su interés personal, sobre el tema que fuera, profesional, afectivo, creencias, opiniones sobre algo, un hecho determinado, etc. En particular, con mis hijos (Pedro y Luis Fernando) suele suceder y cuando hemos tenido tiempo adecuado, nos hemos agarrado a conversar de modo algo extenso. Por ejemplo, yo que soy más que aficionado a la política, que uno de mis hijos me pregunte qué pienso de tal o cual organización política o de su posición sobre tal tema, puede ser un pretexto para una motivada y quizás extensa respuesta.

Mejor aún si se trata de temas más personales, afectivos o afines. Desde “Papá, ¿tú crees que estaría bien si celebro mi cumple en casa de mi amiga tal…?” Pero, cómo, ¿no debiera ser en nuestra casa? “No, pero no hay problema, así estaremos con más amplitud, es más privado ya que tiene un sótano…”. Pasando por “¿podemos estudiar toda la noche con una amiga de la U?” Por supuesto. O temas como “¿Papa, tú qué piensas del racismo? ¿Por qué crees que se da? ¿Estás de acuerdo? (…)”. Y toda una perorata que me puede terminar apasionando más de la cuenta para el interesado.

En todo ello sí debo de mencionar que ayuda y es muy importante el cultivar círculos de conversación recurrentes, donde se pueda conversar un poco de todo pero también algunos puntos que puedan ser más “útiles” y ayuden a mejorar las relaciones entre los implicados, su comunicación, confianza y aprendizajes comunes o de interés general. Por ejemplo, en casa, uno puede tener conversaciones de lo más diversas, pero puede ser importante darse espacio para reuniones familiares donde se comparta de modo más consciente cómo se está, qué planes se tiene, qué se piensa sobre lo que se viene haciendo, el país, etc. Hablando y escuchando, acogiendo todo lo que se dice en el mejor sentido de buscar conocerse y crecer de manera compartida.

Eso mismo se puede situar en diversos ámbitos. Puede ser muy significativo y, en algunos casos, uno se reúne con ese especial propósito. Cultivemos diversos círculos de comunicación, especialmente en cada espacio en el que nos movemos con cierta recurrencia como es la familia, el trabajo, el centro de estudios, el vecindario, la comunidad cristiana o parroquial, entre otros.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 26 de agosto de 2016

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