Queremos amar

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La vida nos asombra a cada paso porque quisiéramos que sea como un ramo de flores o un jardín extendido de paisajes que nunca llegamos a terminar de conocer y nos encontramos con lagunas de aguas pantanosas lluvias que generan huaycos y árboles caídos o quemados por la sobrevivencia de terceros o la ambición pura y dura.

Y resulta que la vida incluye todo ello. En la cual, de por medio estamos los seres humanos para “gobernar” esas diferencias o diversidad de realidades y aprender a establecer los equilibrios necesarios para vivir hermosamente en medio de ello. Pero tendemos a ver sólo las flores o vivir sólo los huaicos y nos olvidamos del “resto”, como burbuja o nicho en el cual crecemos sin ser orugas que se transforman en la bella mariposa.

¿Cuánto nos falta aprender del dolor y de la alegría? ¿De la aparente sinrazón y de lo que significa el amor y la mentira, la sabiduría y el desencanto, los intereses y la justicia? Parece que el mundo es un constante retorno circular de experiencias aunque es muy cierto que nunca se vive dos veces, es decir, no hay circunstancia igual a otra por parecido que tenga, porque los seres humanos le damos su singularidad. Qué mejor para decir que nos hay ser humano igual que otro y que somos únicos, que nos hacemos influidos por nuestros prójimos y, por cierto, por el contexto y lugar en el que crecemos y vivimos.

Podemos preguntarnos por qué el dolor nos puede conducir al amor o por qué el amor nos puede traer aparentes desgracias. Sobre todo, si ellas ocurren con personajes indefensos como un niño o una niña, o vulnerables como los pobres sin nada o los viejos con mucha experiencia abandonados. Lo que no me deja dudas es que nuestra condición humana encierra tanto significado y plenitud que a veces urge preguntarse (y hallar respuestas) de por qué desperdiciamos tanto tiempo en otras cosas vanas (violencia, guerras, envidias, rencores, venganzas y etc.) y no dedicamos nuestras fuerzas y empeño a descubrir toda esa belleza y grandeza que encierra nuestra humanidad y de la que podemos crecer de modo tan inconmensurable.

Es que la felicidad de un viejo o de una niña pueden ser tan grandes, tan llenas de vida que se confunden con personajes de ficción de una novela o de un crimen a lo Dostoiewsky… Sin embargo, ambas situaciones nos hacen profundizar y aprender de la humanidad de cada uno de nosotros. Cuánto podemos aprender de cada uno, de cada una. Y nos dejamos jalonear más por otras cosas, otras distracciones; nos envolvemos en la cotidianidad de la violencia, de los juegos del poder, de las ambiciones que revestimos de “realización personal”, del “todo vale” o de “el que puede puede”.

Pensar que muchas veces necesitamos de escuchar un poco más al otro. De perdonar una falta que se cometió desprevenidamente o de modo premeditado. De valorar más los fracasos, entre otras cosas, porque la vida no es sólo “triunfos”. De mitigar o anular un dolor que nos atraviesa en terceros que amamos tanto y no sabemos cómo proceder. De luchar por la justicia de algo que nos conduce a cometer otros males y erramos o acertamos. De la necesidad de amar y no sabemos muchas veces cómo hacerlo o nos mareamos en el intento o en el éxito del mismo.

Pensar que casi todo lo recibimos y, nos falta más, saber agradecer.

Guillermo Valera M.
sábado, 30 de noviembre de 2013

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