Por : Juan Carlos Tafur
Es necesario subrayar siempre la ausencia de quienes parten dejando detrás suyo una obra y gestión importante en la vida. Es el caso indudable de Henry Pease, a quien conocí desde tiempos universitarios en la Pontificia Universidad Católica, como alumno de su icónico curso de Realidad Social Peruana.
Tuvimos una fricción epistolar cuando me imputó en su libro “El año de la langosta” el haber contribuido ideológicamente a la ocurrencia del 5 de abril del 92 dada mi vehemencia editorial en contra del Congreso y su afán obstaculizador de las reformas económicas. Ello no fue obstáculo para luego reunirnos, discutir y establecer tácitamente una relación distante en las ideas, pero correcta, algo que sin duda fue facilitado por la común filiación jesuita que teníamos y él siempre refería con agrado.
Fue uno de los primeros en la izquierda en discrepar de la visión de la democracia como una superestructura burguesa por ende prescindible y, sobre todo, siempre tuvo claro que no había un solo punto de comunidad con la vesanía terrorista. Y se ganó muchos enemigos por ello, pero fiel a su manera de ser, no cejó en esa ruta y libró la batalla que desde su lugar correspondía.