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Por: Eduardo Dargent

Amigos, colegas y periodistas han resaltado durante toda esta semana las diversas facetas y virtudes de Henry Pease: teniente-alcalde de Lima, socialista, congresista, profesor, demócrata, católico, padre, abuelo. Cálido y generoso; y al mismo tiempo severo y firme. Su energía inacabable, su participación política constante y también sus discrepancias públicas y privadas, siempre matizadas (cuando apreciaba al contendiente) con una buena conversación y almuerzo en su estudio. Todo esto ya se dijo y no voy a repetirlo.

Se ha dicho menos de otro aspecto de su vida, un momento que suele ser fundamental en la vida de un político: lo que sucede cuando se deja la política electoral. En muchos casos ese momento es terrible para el político profesional, que da tumbos buscando el retorno electoral o deprimiéndose por lo perdido. La lección que me deja Henry es que ese momento puede ser uno de enormes gratificaciones y aporte público si uno tiene la cabeza y el corazón bien puestos. En su caso, cuando dejó el Congreso en el 2006, retornó a su querida PUCP. Henry nunca dejó de dictar en la universidad, pero desde ese año, y especialmente desde el 2009 que asume la dirección de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas, fue parte del día a día de nuestro campus.

Creo no equivocarme al señalar que Henry disfrutó este periodo tanto o más que otros en su vida. No se trató de un reposo o de un retiro cómodo. Fue otra forma de hacer política. Entendió su nombramiento como la posibilidad de impulsar una serie de agendas en las que creía profundamente. Fueron muchas sus preocupaciones centrales en estos años, tal vez resumidas en contribuir a enraizar, legitimar, la democracia.

En ese sentido, dos aspectos fueron centrales en su trabajo desde la Escuela. Primero, el fortalecimiento del Estado. Despreciaba esa idea absurda que se ha instalado en diversos espacios que ven al Estado como un problema y no como una posibilidad. El Estado tenía que ser un gran árbitro, un moderador de intereses particulares y ganar efectividad para cumplir la promesa de una buena vida en sociedad. Segundo, y ligado a lo anterior, se dedicó a pensar y debatir cómo incrementar la legitimidad del sistema político. Por ello su obsesión en impulsar reformas institucionales que construyan el vínculo entre representantes y representados.

Pero a esta misión institucional se suma otra faceta personal que inspira a quienes vemos la docencia como un ejercicio privilegiado: se comprometió a fondo con los alumnos, varios de los cuales luego fueron parte de su equipo. Dirigió tesis, grupos de investigación y apoyó los eventos de nuestros estudiantes. Entregó con amplia generosidad su tiempo a los cachorros que se inician en el estudio de la política, salpicando sus clases con anécdotas sobre los entretelones del poder. Los miembros de su equipo más cercano se convirtieron en sus compañeros de ruta; amigos y colegas a los que escuchó, apoyó y quiso entrañablemente.

Hace unas semanas le pregunté si le había dolido perder la elección del 2011 cuando fue candidato invitado en Perú Posible. No, me dijo, con esa bancada pequeña hubiese sido difícil hacer algo en este Congreso. Por el contrario, continuó, perder le permitió consolidar su espacio en la universidad, seguir enseñando a excelentes estudiantes y armar un equipo sensacional, un aspecto de su vida que había aprendido a valorar. Henry vino a su PUCP a construir y compartir, y fue muy feliz haciéndolo. Lo vamos a extrañar profesor.

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