El arquitecto incansable

Por: Iván Lanegra

480 millones de soles. Estos fueron los recursos que el segundo gobierno de Prado (1956-62) destinó a la construcción de aulas en las escuelas públicas. Construyó 400 en 6 años. En cambio, el Almirante Franklin Pease Olivera, Ministro de Educación entre 1962 y 1963, solo tuvo 80 millones para la misma tarea. Levantó 1500 aulas. ¿Milagro? No exactamente. Simplemente gastó el dinero que antes era depositado en el Banco Popular –de los Prado-. Ganancia privada. Pérdida pública.

El joven Henry Pease, uno de los hijos del marino, no olvidó esta lección: el Estado importa. Reglas adecuadas, sumadas a una gestión eficiente y honesta, pueden hacer la diferencia. Sin dichas condiciones, reinarán la ineficiencia y la corrupción. ¿El gran perdedor? Los que menos tienen. ¿Es posible salir de esta situación? Su respuesta fue un rotundo sí. Los actores sociales y políticos pueden alterar estas tendencias y delinear el trayecto de los cambios. Su mirada, la de un arquitecto de la política, partía de una inquebrantable fe en el ser humano.


UN MUY JOVEN HENRY PEASE. FOTO: ARCHIVO PUCP

Sin embargo, entendió muy temprano que toda propuesta de reforma debía sostenerse en un riguroso conocimiento de la historia y en una mirada crítica y ética de la realidad social del país. Las instituciones políticas peruanas son el fruto de un largo, difícil y conflictivo proceso que Henry Pease conocía como pocos. La generalizada desconfianza de la población en las instancias estatales no podía ser sino uno de los síntomas de las graves falencias del resultado.

No es sorprendente, por lo tanto, que Henry Pease haya estado profundamente comprometido con la formación de nuevos científicos sociales. Buscaba alentar el interés de los jóvenes en el estudio de nuestra historia política reciente y de la compleja realidad social en la cual vivimos. Y trabajó en la formación de sólidos investigadores, dispuestos a discutir sus hallazgos y propuestas en amplios foros académicos y de debate público.

El pensamiento nunca se desligó de la acción. Continuamente tuvo que pasar al lado de las luchas, la deliberación pública y las decisiones. Explicar, convencer, dialogar, debatir. Y enfrentarse –lealmente y con la armas de la ley- a quienes eran capaces de minar –e incluso destruir– las débiles instituciones del país en beneficio de sus bolsillos o de ideologías fanáticas –vengan de izquierda o de derecha-. Lo hizo con valentía, incluso en los peores momentos de nuestro pasado reciente. Esta experiencia reforzó sus convicciones a favor de preservar y profundizar el régimen democrático. Su idea era clara: La democracia brinda las mejores oportunidades al desarrollo de las políticas públicas que benefician a las mayorías.

No tuvo descanso. Sacrificó el tiempo que debía pasar con una familia que amó con intensidad. En “Cualquier tiempo pasado”, un libro publicado hace poco, confesaba que de lo primero que se arrepentía era de “haber estado casado durante 20 años con la chica más linda del mundo y sólo haber salido 15 días de vacaciones [con ella]”.

“En todas las esquinas estoy, y desde ahí agito mis banderas”. ¡Qué advertencia y arenga la de Luis Jaime Cisneros, el enorme maestro de la PUCP! Por las mismas esquinas está ahora Henry Pease, levantando con energía los estandartes de la política como promesa, responsabilidad y tarea. Ahí estaremos con él, siempre. Potenciando su legado, cada día. Sin descanso.

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