Luces y sombras: Los resultados del alcalde Castañeda

Luis Castañeda Lossio mostró su capacidad ejecutiva desde el comienzo de la década del 80, cuando fue responsable de la reubicación de los vendedores ambulantes en Polvos Azules con el alcalde Orrego, y lo confirmó con el alcalde Barrantes cuando se hizo cargo de Emape, la primera administradora del peaje invertido en obras. Fue entre 1980 y 1986 regidor metropolitano elegido por Acción Popular y lo hizo muy bien.
En los años 90 su capacidad ejecutiva lo llevó al IPSS y al error político de asumir un cargo dentro de la autocracia fujimorista. Fueron pocos los políticos que optaron por el autócrata, pero muchos los profesionales y los empresarios que lo hicieron. Lo pagó caro en los años finales, cuando los siameses Fujimori y Montesinos lo atacaron sin piedad para dañar su candidatura presidencial.
Hay varios ejemplos similares en la historia, pero el mayor sigue siendo el de Pedro Beltrán, quien tras apoyar activamente el golpe de Odría contra Bustamante y ser su presidente del BCR terminó en prisión. En las autocracias se obedece sin dudas ni murmuraciones.
Los ciudadanos tenemos que preguntarnos por qué este alcalde —casi mudo— tiene una enorme aprobación en Lima, aunque esté descendiendo. No tengo duda de que las obras que viene haciendo llegan a mucha gente. El Metropolitano, la más importante y la causante de su crisis actual, puede ser emblemático signo de la incapacidad de nuestra clase política en el siglo XX. Estamos llegando a 50 años sin un transporte rápido masivo, porque hace 50 años que enterraron los tranvías y los reemplazaron por nada. El vacío lo llenaron los caóticos microbuses. El Metropolitano es la primera obra que ya podemos ver, aunque no usar.
A todo meter Alan García compite con su tren fantasma (el mismo que impuso sin financiación ni trazo técnico para sacar a Barrantes de la alcaldía en 1986), en un tramo casi similar de Lima sur al Centro de Lima que no sabemos si esta vez se ha sincronizado en un solo plan.
Pero hay otras obras de Castañeda que impactan. Me han hablado del parque Sinchi Roca. Por mi nieto Valentín, quien dijo “agua” antes que “mamá” y porque lo repite sin cansarse, conocí los juegos de agua, luces y preciosa música en el Cercado y corregí mi errada impresión de que era un dispendio porque vi personas de todas las clases sociales gozando de un espectáculo de primera y al alcance de todos; verdadero servicio público.
El alcalde Castañeda merece el reconocimiento ciudadano por hacer obras que llegan a muchos peruanos que viven en Lima y enfrentan necesidades vitales que con tanta estrechez de miras otros se han negado a priorizar. Pero sería un error no advertir que hacer obra pública no es igual que gobernar.
El cargamontón de hoy y la sospecha creciente sobre su gestión lo demuestran. Todo político tiene que vivir en comunicación con la ciudadanía y solo es estadista el que combina eso con la mirada puesta más allá de la coyuntura. Un gobierno necesita uno y más ejecutivos, pero la cabeza tiene que vivir pendiente de las relaciones con todos porque gobernar en democracia es, al fin de cuentas, administrar libertades y derechos que usamos y exigimos de manera contradictoria los ciudadanos, deliberando cara a cara unas veces, y a través de los medios de comunicación siempre. Por no hacerlo, Castañeda enfrenta en estos días la sospecha casi sistemática de muchos interlocutores. Eso puede ser incentivado por sus envidiables resultados en las encuestas, pero no sería esta la situación si hace tres o cuatro años, cada vez que se ampliaba el presupuesto de la obra o se corregía el proyecto inicial, se hubiese debatido, comunicado, deliberado públicamente en el concejo, con la presencia en los medios. No es un problema solo de comunicadores profesionales, es que la ciudad y el Gobierno Nacional requieren del ejercicio de un liderazgo democrático, algo que no se hace con ladrillo y cemento.
Los 90 fueron, en frase de Carlos Iván Degregori, los años de la antipolítica. Probablemente influyeron en las opciones del alcalde Castañeda que siempre declara que no tiene tiempo para lo esencial de la función de todo político en democracia. Esa atención es fundamental para que el liderazgo en la política ayude a integrar una sociedad con tantas fuerzas centrífugas.

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