Tan dulce como ella – Cuento

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Ha debido morirse con nosotros el tiempo
o has debido quererme como yo te quería.

JUAN GONZALO ROSE

– ¡Hey! Llegas tarde.- digo.
– Sí, disculpa.- me dice.

Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando nos hallamos en el Café-Café.

– Te ves extraña. ¿Ha sucedido algo? – le pregunto.
– No. Estás alucinando. – se acomoda el cabello con su mano.
– No te has conectado al Facebook desde hace una semana.
– Estuve saliendo con algunos amigos y el tiempo se me fue.
– ¿Qué raro es el tiempo, no?
– ¿Raro? Pero si el tiempo es la base de la vida.
– No hay bases en la vida, Isabel.

Cierto, no hay bases en la vida. Nos levantamos por la mañana y nos dirigimos a nuestras labores, comemos, salimos con personas, regresamos a casa y dormimos. La vida no tiene bases, Isabel.

– Claro que sí, tonto. ¡Imagínate! ¿Qué hace que quiera salir con mis amigos a tomar y bailar?, ¿qué me impulsa a estar con alguien?, ¿qué me motiva a tener una buena conversación y reírme y sentir que así es bueno pasar el tiempo? Hay bases, loco.

Amaba eso de ella. Amaba su forma de filosofar vagamente mientras le daba sorbos al café. Me mira y conversar con ella es un diáfano placer.

– Ahora me vas a decir que el amor es la base de la vida.
– Hmm … no. El amor es algo que la vida me quedará debiendo, porque no sé que es ni para qué sirve.

¡Vaya! Isabel decía cosas muy interesantes. Es como si la cafeína nos hiciera pensar más de lo habitual. Ambos gesticulábamos y creíamos en cosas absurdas, cosas que no muchos hablarían un sábado como hoy.

– Isabel, para qué pensar en el amor y otras fantasías pasajeras si bien se puede ser feliz de distintas maneras. Tú eres feliz oyendo a Soda Stereo por las madrugadas, leyendo a Benedetti, viendo a Woody Allen, bebiendo como loca en el Sargento.

– ¡Mierda! Creo que tienes razón, la felicidad está en huevadas tan insignificantes. Cuando hablamos por primera vez en Facebook, creí que eras el típico chico que me hablaría sonseras.
¿Eso pensaste, Isabel? No se qué hay en ti, qué hay en tu rostro y en tu voz. No podría decir que te quise cuando te vi, querer es un acto improvisado y sistemático a la vez. Uno quiere mientras habla, mientras observa.

– No te equivocas, digo y escribo muchas sonseras. Creo que escribir es un mecanismo de autodefensa, una tendencia a la autodestrucción.
– No lo creo. A mí me gusta lo que escribes. Es más, creo que tienes un tanto de adivino. Me acuerdo haber leído que alguna vez esperabas a alguien en el Parque Kennedy, en el Café Café. Talvez ese alguien podía ser yo.
– ¿Crees en el destino?
– En las coincidencias.
– Las coincidencias son muestras de que si algo tiene que suceder, sucederá. El amor es una extraña coincidencia.
– No creo que hablar por Facebook sea una coincidencia. Creo que tú tienes todo planeado.

Muy cierto, Isabel. Todo lo planeé, hasta la risa que hoy acompaña la noche. Es raro tenerte tan cerca esta noche y besarnos sin rozar tus labios solo con el gusto de saber que hablo contigo. Así podemos demostrarnos todo, porque el silencio es el mejor contacto con la realidad.

– Tienes razón. – le digo agachando un poco la mirada.
– ¿Sábes algo?, lo interesante de conocerte es que muchas cosas que dices son difíciles de olvidar. No pensaba encontrar a alguien que jugara bien con las palabras.
– Yo no pensaba encontrar a alguien que jugara bien con los pensamientos.

Así era Isabel, una chica extraña y divertida. Hablábamos de música. Hablábamos de libros. Hablábamos de todo. Era tan distraida y tan inteligente, tan bella; tan dulce, tan dulce como ella.

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