La Entrevista más Famosa de la Historia

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Juan Gargurevich, reconocido maestro del periodismo, está publicando en http://tiojuan.wordpress.com/ una serie de interesantes artículos sobre las entrevistas. En su segunda entrega acepta que la entrevista televisiva del británico David Frost con el ex presidente Richard Nixon puede ser considerada como la entrevista más famosa. Figura como el espacio político más visto desde que se inventó la televisión, ya que 45 millones de televidentes vieron la entrevista de 8 horas en cuatro programas. El tema es apasionante. A continuación ampliamos la breve referencia de JGR.

En marzo de 1977 el británico David Frost consiguió que Richard Nixon se sentase a hablar con él frente a la cámara, con total franqueza, sin evitar tema alguno. El resultado –una serie de programas titulados “The Nixon interviews”– cumple 34 años y hace poco fue editado en DVD. Se trata de un documento único, porque para desconcierto de su propio entrevistador, el ex presidente optó por lo inesperado, por primera y última vez: pedir perdón.

Conseguir el entrevistado imposible es la fantasía favorita de mucho periodista, más aún de los regalones que tienen acceso a casi todo. Y, sin embargo, varios de esos sueños solo se quedan en categoría de tales. Hay gente que simplemente no habla, porque nunca lo ha hecho, o porque en su momento habló más de la cuenta.

En agosto del 74, derribado por el escándalo de Watergate, el recién renunciado Richard Nixon entraba a la perfección en esa última categoría, aunque es probable que por entonces ya supiera que la cacería de los medios por obtener su personal versión de los hechos estaba por comenzar. De hecho, el ex presidente estadounidense había tomado medidas al respecto: su representante para estos asuntos era Swifty Lazar, un agente de las estrellas, un miembro de la comunidad hollywoodense que debutó en su cargo firmando con Warner Books un contrato de dos millones de dólares por las memorias del mandatario, a solo un mes de su renuncia. De modo que el nicho del libro estaba ocupado. Pero aún quedaba la TV.

Entra en esta historia David Frost (67). El animador británico, que en los 60 había pasado de actor y presentador de variedades a serio entrevistador de actualidad, andaba tras Nixon casi desde el momento mismo de su renuncia: “Las preguntas sin respuesta sobre su presidencia estaban casi igualadas a las respecto de su personalidad”, comentaría más tarde. “Sin lugar a dudas era en ese momento el entrevistado más misterioso del mundo y tal vez el que menos se prestaría a ser interrogado, pero no podía dejar de pensar que, conociéndolo, algún día tal vez estaría dispuesto a hablar”. Y aparentemente lo estaba.

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Los primeros intentos de negociación del británico fueron bien recibidos. El problema, como ocurre tantas veces, fue el precio. A principios de 1975, las tres cadenas más importantes (NBC, CBS y ABC) habían elevado la puja por los derechos hasta 400 mil dólares, pero Frost –que necesitaba urgentemente un golpe periodístico, después de la cancelación de sus shows en Estados Unidos y Australia– elevó la oferta hasta 600 mil por un total de cuatro programas de 90 minutos. Claro que con unas cuantas condiciones: exclusividad, salir al aire antes de la aparición del libro de memorias, total control editorial y libertad para discutir sobre Watergate.

Un Escenario Cargado de Tensión
Al mirar más de 30 años después el match verbal entre Frost no da la impresión de estar frente a una batalla campal, pero sí en un escenario que fue cargándose lentamente de tensión hasta el punto de hacerse incontenible.

Frost siempre había sido un entrevistador pertinaz, obstinado e incluso agresivo, pero esta vez no podía adoptar su disfraz de cazador en busca de la presa. Su entrevistado resultaba alternativamente suspicaz, esquivo, derivativo, robótico y –respecto de los temas más delicados– profundamente vulnerable. Pocos rostros políticos han sido tan escrutados con tanto detalle por las cámaras y, en esta serie de entrevistas, la versión de Nixon que emerge es la de un hombre obviamente a la defensiva, pero antes que como una suerte de actor, alguien que, de tanto repasar lo dicho por él mismo en público y en privado –a través de la prensa o en las cintas privadas de la Casa Blanca– y compararlo con el registro de sus propios recuerdos, había terminado por elaborar sus respuestas como si fuesen los parlamentos de una obra. Una obra que le provocaba visible dolor físico tener que volver a representar.

El momento más dramático de la entrevista

La presión surtió efecto y el político comenzó a ceder terreno, a aceptar su propia responsabilidad e indecisión. Visto en pantalla ahora el efecto es casi magnético, y da la razón a quienes ven en Nixon dos personalidades complementarias. Aquella que está dispuesta a defender su punto hasta las últimas consecuencias y aquella que no puede resistir sus pulsiones autodestructivas. Tal como él mismo dice casi al final de la entrevista: “Creo que podría resumirlo en las palabras de aquel primer ministro inglés, Gladstone. El dijo que la primera cualidad de un premier es la de ser un buen carnicero. Hice las grandes cosas bastante bien. Me equivoqué terriblemente en lo que parecía una cosa pequeña y que acabó siendo grande, pero lo admito: no fui un buen carnicero”.

Nixon comentó fuera de cámara que más que entrevista, esto había sido casi como volver a vivir otra vez las mismas experiencias. El propio Frost estaba consciente de lo especial y conmovedor de todo el proceso, pero antes que todo estaba seguro de tener una extraordinaria pieza de televisión. Ahora restaba emitirla (lo que ocurrió unas semanas más tarde, el 4 de mayo del 77), esperar las críticas (fueron excelentes), recibir las felicitaciones y, a su debido tiempo, el juicio de la historia (James Reston, viejo y gran columnista, uno de los integrantes del equipo de Frost, sacó un libro sobre las entrevistas). En cuanto al propio Nixon, el mejor testimonio a favor y en contra, es su notable don para la palabra. Salidas de su boca pueden funcionar tanto como cuchillo o bálsamo, como terrible mea culpa y ambigua petición de redención, una que jamás volvería a formular en términos tan directos:

“Defraudé al pueblo americano y tendré que llevar ese peso conmigo el resto de mi vida. Mi vida política está terminada. (…) Técnicamente no cometí un crimen, una ofensa punible. Pero esos son legalismos. Mi manejo de esa materia fue tan defectuoso, cometí tantos errores de juicio, los peores; errores del corazón antes que de la cabeza, como ya indiqué. Digamos que un hombre en un puesto difícil debe tener corazón, pero su cabeza siempre debe regir a su corazón”.

Gracias a la extraordinaria película que es “El desafío: Frost contra Nixon”, una nueva generación de espectadores ha tenido ocasión de comprobar por qué ha entrado en la leyenda ese tenso y revelador diálogo entre el presentador inglés y ex presidente norteamericano.

Puntuación: 5.00 / Votos: 1

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