Admonition

 

—Ya me tengo que ir amigo pero déjame darte un último consejo.
—Siempre, amigo.
—No te regreses. No te regreses jamás de Nueva York wey. Quédate allá todo el tiempo para evitar la nostalgia.
—¿Va a golpearme fuerte?
—Va a ser terrible, te lo aseguro. Te habla la voz de la experiencia.
—Qué hago entonces amigo. Yo no quiero irme pero no encontré nada aquí. Fallé.
—Quédate a cualquier costo. Consigue un trabajo de lo que sea. De librero, de barista, yo qué sé wey.
—Voy a tratar amigo, pero lo más probable es que vuelva.
—Nada te va a parecer igual, wey. Las cosas vas a percibirlas como pequeñas, ordinarias, pobres. Bueno, tengo que entrar a una reunión, pero por favor escúchame, haz lo que te digo.
—Claro amigo.
—¿Vas a seguir mi consejo?
—Voy a intentar seguirlo hasta el cansancio.
—Quédate. No importa cómo.

Reality Check

A T., por tanta sinceridad

Siempre me pasa lo mismo en los aeropuertos, llego con demasiada anticipación y termino en la puerta de embarque al menos tres horas antes del vuelo. Hay que ser precavidos, decía mi papá, y claramente se lo heredé. Pero bueno, aquí estamos, en el JFK, con tiempo que matar y con varias ideas por procesar.

Salí de Santiago en Julio de 2021. Las metas las tenía claras: hacer la maestría y conseguir un trabajo en Estados Unidos, uno que me permitiese dejar Chile de una vez y para siempre, uno que me permitiese tener la vida que quiero. Santiago podrá ser lo mejor de Latinoamérica pero no se compara a ciudades como Nueva York o Chicago o Washington D.C (en verdad no entiendo cómo le decimos Sanhattan al centro financiero, es una burla al lado de Times Square). Es en Estados Unidos —o, en cualquier caso, Europa— en que uno puede encontrar servicios públicos decentes, oferta cultural variada, cortesía social. En pocas palabras, vivir de manera civilizada.

Las cosas, lamentablemente, no salieron como pensaba. Encontrar trabajo estuvo difícil, había mucha competencia y el mercado no estaba en su mejor momento. Solo conseguir entrevistas era una odisea, había que dedicarse a fondo y hacer el máximo esfuerzo posible, y todo ello no garantizaba nada.

Nada de ello es excusa. Detesto las excusas. La realidad es que para conseguir quedarse había que ser de los mejores, y la realidad, ya entiendo, es que yo no lo soy. Ahora tengo que volver y aceptar que fallé en lo único importante. Confrontarme a mí mismo y reconocer que no soy lo suficientemente bueno para esto, que si aposté todo a este camino, pues la apuesta la he perdido.

Soy un fracaso. Me duele pero tengo que aceptarlo. Soy un fracaso. No es difícil darse cuenta de ello. Se ve en el hecho de que estoy ahora aquí, en este aeropuerto, con un ticket de ida hacia Santiago pero sin ticket alguno de vuelta. Se ve en el hecho de que quemé todos mis ahorros y quedé muy endeudado para poder pagarme este programa. Se ve en el simple hecho de que no conseguí lo que quería.

No quiero ser malinterpretado ni tampoco ser mezquino con nadie. Hay personas que consideran que titularse como abogado es un logro y yo respeto ello. Si un amigo viene y con una sonrisa inmensa me dice me gradué entonces le diría felicitaciones y le daría un abrazo y estaría sinceramente feliz por él. Cada persona define qué considera un logro. Para mí nada de lo que he hecho califica como ello. Ser abogado, trabajar en una buena firma, ser profesor, publicar libros, ingresar a una Ivy League son solo elementos, requisitos, factores en mayor o menor medida necesarios para llegar a un objetivo. Nada de eso, en sí mismo, sirve. Nada de eso, en sí mismo, es razón para estar satisfecho o contento u orgulloso.

Y ahora, en verdad, no sé qué viene. ¿Qué se hace cuando ya no queda nada? En teoría uno debe seguir, pero yo ya me cansé. La vida, todos sabemos, nunca se detiene. Uno define qué hace en la corriente; y yo siempre he remado, con todas mis fuerzas, hasta el límite, hasta no poder más. Cada derrota, cada retroceso, cada pérdida recibían de mí una sola respuesta: seguir empujando, seguir intentando. Pero ahora ya me cansé de remar.

 

Comedown

Recuerdo que era un buen día, un sábado de esos que te ofrecen posibilidades infinitas, estábamos caminando cuando recordé algo y te dije creo que ya te conté esto y procedí a soltar una anécdota sin significancia alguna. Tú esperaste a que acabase y me dijiste que eso no te lo había contado. Bueno, a alguien se la he tenido que contar, te respondí, con buen ánimo, pues ni se me pasaba por la cabeza lo que iba a venir. Entonces dijiste me da curiosidad saber a quién. Yo te respondí que fácil a alguien del trabajo, o a alguno de mis amigos que vi el fin de semana. En ese punto, sin mirarme, repetiste amigos con énfasis en la última sílaba.

Y entonces discutimos, o bueno, te soy sincero, discutiste. Porque en ese tiempo yo estaba en un ambiente de trabajo muy jodido y no tenía ni el ánimo ni la fuerza para replicar. Yo lo único que quería era salir y pasear y conversar y reír y dejarte en tu casa dándote las gracias por estar aquí, por acompañarme, por escucharme. Pero nos gastamos horas en saber con quiénes hablaba. Horas. En ese momento entendí que esto era algo que llevabas pensando ya tiempo, e hice un esfuerzo y sentí que era algo que realmente te afectada. Yo iba en eso, tratando de ponerme en tu lugar, de decirte que, aunque discrepo, te entiendo pero tu tono empezó a cambiar, y con cierta voz imperativa que yo en ti desconocía planteaste cuál tenía que ser la solución, tu solución. Ahí comenzó el desánimo, ¿sabes? Porque sentí que no valía la pena, que lo mejor era decirte sí tienes razón, dejarlo ahí y procurar no dar margen para el mismo reclamo de nuevo. Y a partir de ese momento siempre reflexionaba dos veces lo que te iba a compartir, a partir de ese momento tuve que dejar de ser espontáneo, tuve que empezar a andar con cuidado, y entonces pensar en que te iba a ver dejó de generarme una sonrisa.

Decline

A JL, por una amistad que es para siempre

Ciudad de México me recibió con cariño. Mi hermana me esperaba en el aeropuerto con una sonrisa que extrañaba ver y enrumbamos juntos hacia su casa. En la ruta por Paseo de la Reforma vi el Ángel de la Independencia, la torre BBVA y el bosque de Chapultepec y entonces pensé nada ha cambiado en México.

Al día siguiente desperté y entendí esto de que el mundo nunca se detiene. Esos primeros días fueron una avalancha de cosas, eventos y tareas por hacer. Amoblar mi nuevo apartamento, ir a Guanajuato a ver a mis padres, reconectar con amigos que no dejan de escribir cuándo nos vemos, cuándo unas copas, cuándo un café. Es un torbellino que te aspira y que, al menos por un momento, no te da tiempo a pensar qué es lo que dejamos atrás, qué es lo que ya no sigue con nosotros. Pero esa sacudida inicial pasa, y da paso a la rutina, a una nueva rutina, pero rutina a fin de cuentas. Ir al trabajo martes y jueves, home office los restantes días, reuniones académicas cada dos semanas en la universidad, copas cada viernes en Café Paraíso, desayuno los domingos con mi hermana. Es la vida misma que se asienta, mi vida.

Pero si escribo esto no es para hablar de lo que viene, sino de lo que ya se fue. Porque todavía no termino de asimilar el salto, el cambio. Hace un mes estaba en bicicleta por Columbus Circle dirigiéndome al apartamento de Luciana. Hace un mes mi día a día estaba instalado, establecido, en Nueva York, saliendo a pasear con amigos, buscando productos mexicanos en El Barrio de Harlem, viendo qué obras pasaban en el MET Opera o en el Lincoln Center Film. Y esa vida, esa que tuve por casi un año, se fue de un momento a otro, se terminó el día en que reuní todas mis pertenencias en dos maletas gigantes y tomé mi vuelo a México.

Ya no estoy en Nueva York. Sé que es obvio decírmelo pero ya no estoy en Nueva York. Aunque, bien visto, no es la ciudad en sí lo que realmente me marcó, sino las personas con las que la compartí. Más que no estar en Nueva York, en lo que pienso y siento es en no estar con las personas que conocí, con mis amigos, con Luciana. Esa es la verdadera nostalgia, porque unas cervezas en Connolly’s tienen que ser con los indios del LL.M., porque un brunch en Clinton St. Baking Company no significaría nada sin mis amigos, porque no concibo ir al MET Opera para Le Nozze di Figaro, Rigoletto o Turandot sin que Luciana esté acompañándome.

Por supuesto que sigo hablando con la gente que quiero y que dejé ahí. Especialmente con Luciana. Con ella converso todos los días, desde que llegué a Ciudad de México me ha acompañado virtualmente en todo lo que me ha pasado. Aun hoy tenemos reuniones por zoom y algunas veces hasta con tequila o vino, como en los viejos tiempos.

Pero cada día las cosas se apagan un poco. Cada día estoy menos allá y más aquí, por así decirlo. Un lento pero irreversible declive, porque a medida que el tiempo pasa siento que la conexión se difumina; y es algo que sucede en ambos lados, les pasa a ellos, a ella, que siguen allá, y me pasa también a mí, que estoy aquí. Cada vez las conversaciones son más cortas, cada reunión de Zoom dura menos que la anterior. Cada semana que pasa me cuesta más actualizar y contar sobre las cosas nuevas que me acaecen, y cada semana que pasa los amigos que están aquí toman mayor preponderancia, mientras que a quienes dejé allá se vuelven más tenues, más leves.

¿Cómo será el futuro? No sé qué es lo que me depara pero la felicidad, la felicidad, ya la conocí. Recuerdo que en febrero, cuando faltaba todavía mucho para que acabe el programa, estaba en la puerta de Casa Enrique esperando a Luciana, hacía frío pero yo no quería entrar sin ella; entonces llegó y me pidió disculpas por la tardanza pero le dije que ningún problema porque eso para mí era lo de menos y porque ya estaba acostumbrado. Ella sonrió y me tomó del brazo para entrar juntos al local y en ese momento pensé me gustaría que esto durara para siempre.

 

Reliance

“¿Vamos a cenar?” Yo estaba bastante de bajada y pensé en no contestarte hasta el día siguiente, pero no me pareció correcto así que te respondí algo como que hoy creo que a comer una manzana y a la camita. Entonces dijiste chino, la vida es corta y el plan es simple: Brooklyn y parrilla, sin excusas. Yo estaba pensando qué decir pero pusiste algo estilo el lugar se llama El Libertador, ¿vas a fallarle a tu general don José de San Martín? Entonces me reí y sentí que eso era lo que necesitaba, y que eso era lo que tú me ofrecías. Acepté.

Tú ya estabas en Brooklyn, así que haría la ruta por mi cuenta. El reporte del clima gritaba lluvia en una hora y reconfirmé que sería un error quedarme encerrado en mi apartamento. La ruta en el metro no la recuerdo, solo sé que estaba viendo mensajes que ya eran parte del pasado, de un tema mal que bien —mal que bien— ya cerrado. Al llegar a Brooklyn ya estaba lloviendo, yo quería caminar sin usar el paraguas pero tampoco podía llegar como un impresentable a la cena, así que me dije ni modo, qué queda.

Llegué y tú ya estabas dentro. Me recibiste con un Malbec y entonces me animé un poco. No es mucho lo que yo pido: conversar, un lugar tranquilo, una copa de vino. Tomé asiento y me contaste que habías estado hablando con el mozo, un tipo de Guatemala que ya iba algunos años en esta ciudad, y que seguramente nos podía ayudar a encontrar trabajo si todo fallaba. Qué dices, chino, el wey dijo que con las propinas uno puede llevar una vida tranquila. Me reí y te dije que ahora interrogamos al tipo.

A mí siempre me ha parecido difícil hacer que alguien cuente lo que lleva adentro. Uno no se suele acercar a alguien —amigo o conocido o desconocido— y preguntar, así de frente, qué te aflige, qué te hiere. Sea como fuere, eso es lo que yo necesito, no puedo traer a conversación las cosas que me afectan, no puedo hablar de lo que me duele a menos que tenga la justificación de que lo hago porque eso es precisamente lo que se me pide. Y entonces, después de los aperitivos pero antes de que llegara la parrilla, me dijiste chino dejémonos de chingaderas, por qué estás que quieres desaparecer.

Yo te conté todo lo que me sucedió pero no pude ser plenamente sincero, al menos no inicialmente. No te mentí, lo que pasó es cierto, pero intente minimizar su impacto. Porque esa es la forma en que lidio con las pérdidas y con las derrotas, desvalorar lo que siento, decirme a mí mismo no es para tanto, qué exagerado. Pero en fin, tú me escuchaste. De inicio a fin. Nunca sentí que estuvieras aburrido o impaciente o desinteresado. Y luego hablaste. No voy a negar que temí que intentases decirme qué hacer para salvar la situación. Porque si yo cuento algo no es para buscar soluciones, ¿sabes? No necesito soluciones, estoy cansado del discurso de seamos proactivos, busquemos una salida, como si a la vida en general se le pudiesen aplicar las técnicas de productividad empresarial o de gestión humana. Tu mensaje era el que yo necesitaba, el que creo que cualquier persona en general necesita. Un mensaje en el que las palabras no son lo más importante, es básicamente comunicar que las cosas van a estar bien a la larga, que la vida sigue y el dolor y la tristeza son parte de nuestro periplo. Pero más importante incluso que eso es encontrar algo que desplace el sufrimiento, al menos por un momento. Yo empecé a lagrimear; ya era inevitable, y es ahí que te cambiaste de sitio y te sentaste a mi costado y me dijiste suelta todo cabrón, no te guardes nada, y a ver si haces que el vino salga por tus ojos. Y entonces ya no me dolió tanto, y entonces me dio risa y cuando acabó el episodio me sentí mucho mejor.

Salimos y dijiste que te vale madre la lluvia y que íbamos a ir en bicicleta rumbo a Manhattan, que algo hay que hacer para bajar la media vaca que comimos entre los dos. Yo adoro que llueva, así que fue fácil para mí aceptar la propuesta. Ir en bicicleta, por contraste, no me llamaba la atención. No me desagradaba la idea, no me malinterpretes, simplemente no la contemplaba. Pero me hizo bien, me hizo demasiado bien. Sentir el golpe del aire, la velocidad, la sensación de libertad. Nunca te pregunté si la propuesta vino porque te gusta usar bicicleta o porque en tu experiencia es una buena forma de afrontar una bajada. En cualquier caso, para mí fue una maravilla. No creo que olvide nunca cruzar el Brooklyn Bridge en bicicleta, en la noche, bajo la lluvia, y pensando que hay demasiadas cosas buenas en la vida.

Despedida. Te agradecí por todo, por escucharme, por la comida, por la ruta en bicicleta y por el soporte. Qué termino tan peculiar ese último, pero es difícil, ¿sabes?, es difícil encontrar las palabras para ciertas cosas. Entonces me diste un abrazo y me dijiste que te escribiese cuando quiera, y para lo que quiera. Y eso era justo lo que necesitaba ese día. Porque ese día yo necesitaba sentir que alguien estaba conmigo, que alguien era mi amigo.

High point

Salimos del restaurant riéndonos. Vamos en realidad buen tiempo en eso y siento que podríamos ir así por horas; no tengo que esforzarme por caer bien, no tengo que esforzarme por ser gracioso, no tengo por qué aparentar, proyectar o vender algo que no soy. Salimos y miro al cielo. What are you looking at, me pregunta; It’s raining, le respondo, pese a que el cielo está claro y ni rastro de nubes. You should use your umbrella, then, me dice. La miro, asiento, y abro mi paraguas, ella empieza a reírse. Shall I come closer, pregunta; be my guest, le digo; y es ahí donde caigo vencido, cuando es claro que ya estoy perdido. Entonces se acerca y así es como vamos hacia Brooklyn Bridge Park, una caminata de menos de 5 minutos. Do you like this place, le pregunto al llegar; it’s really beautiful, responde, y miramos juntos el East River y todos los rascacielos de Manhattan al fondo. And the hour, do you like this time of the day, le pregunto; ella vuelve a mirarme y sonriendo me dice que sí, 7:30 p.m., a perfect time, night but not too late. Then we are all set, le digo.

No, we are missing something, dice, y me toma de la mano.

Yes, I know we are missing something, le respondo.

Y entonces dejamos de hablar.

Downturn

He checks the weather in his cellphone. The day is nice and sunny but there is a 50% chance of heavy rain in the upcoming hours. Whatever, he thinks, but just in case I will bring an umbrella. He leaves his apartment quite early, according to Google Maps even if he takes the local train line instead of the express one he will arrive way before the time of the meeting. He walks as if he were the king of the world, the smile he carries in his face is as good as it gets. Life, he thinks, is amazing. Work is going fine, family is ok, friends are always there for him. But the key difference is her. He’s been dating her for three weeks and everything has been perfect; she is gorgeous, funny, smart, and they have an insane number of things in common. They both love theater plays, dogs, Italian food, hiking, and the list goes and goes.

As expected, he arrives almost 30 minutes before, so he just chooses to walk in the surroundings. He enters into a park and sits on a bench, he looks at the sky and thinks of one song she shared with him some days ago. I remember when she took me to open my mind, he sings, who wants time when there’s nothing she said to the sky. He remembers that they sang it together and then she gazed at him with that smile that basically overcomes everything and he kissed her and felt that she was the sun. He looks up and says to the sky that he does want time, as there is too much to experience, too much to live for.

Some clouds begin to appear. The upcoming rain, he thinks. A cloudburst arrives, he opens the umbrella but quickly realizes that he will still get wet, so he runs to the restaurant where they will meet. Luckily, there are some scaffolds in the place, hence he decides to wait for her outside. He looks at his watch, 5 minutes more to wait. He is tempted to text her and talk about this insane weather, but she may already be one or two blocks away. He watches the street, the people walking fast—especially if they don’t have umbrellas—, the small ponds that are starting to arise in the sidewalk, and the relative peace under the scaffolds.

20 minutes past the time. The rain gets even heavier. Hey, he writes, I’m here waiting, but no problem take your time; nonetheless instead of sending the message he erases it. He is trying to find the best possible words, he doesn’t want to be misinterpreted. In any case he doesn’t get to send anything as she texts him saying hey, sorry, I’m running late, will be there asap. He answers her that there is no problem at all. Externally, he is getting a bit wet, even under the scaffolds. Internally, nothing has changed in him. His cheerfulness hasn’t decreased a single bit; people run late, he thinks, it happens, and that’s that.

She arrives in an Uber and he receives her with a smile and a hug. You are kind of wet, she says, why did you decide to wait here. He answers that he wanted to enter the restaurant together. She smiles, but there is something peculiar in this one, it’s more of a mocking smile than a true one. He chooses to not see that, and she says ok let’s get in then.

The place is quite fancy and he makes a lot of commentaries; she just nods or says yes and then dives into the restaurant menu. How is the job going, he asks; how is what, she answers, still looking at the restaurant menu. The job, he repeats. She glances at him and then looking at anywhere she tells him that it’s ok, that there are a lot of things to do, and that she is adapting to the new environment. He feels that maybe it was a mistake to ask about work, and thus smiling he says ok let’s talk about something that is worth it. She looks at him and answers that ok but maybe they should order the food first. He agrees. He asks her if she wants a glass of wine and she answers that not this time.

The food arrives. He starts telling a story about a coworker of his that arrived quite late the other day, and that someone made him believe that his boss was furious and that he had to immediately report to her and explain why the delay. She says that that’s a pity, and that she understand what it is to arrive late. It was just a joke, he tells her. Maybe it wasn’t a good joke to make, she answers. He says that maybe she was right, but in any case nothing happened, because the boss didn’t even notice that he arrived late. She nods.

Food is gone. He asks her if she wants dessert. She shakes her head. No problem, he says, do you want to walk with me? There are several places to see in the surroundings. She shakes her head again, she has to go. Sorry for being late, she says, and sorry for leaving quite early, it’s just that there are several things I have to do, work has been quite a madness, and I cannot lose track. They pay the bill. While leaving he takes her by the hand and she looks at him sympathetically. Once outside she calls an Uber and he thinks for a second to propose to walk her home, but then he feels that maybe today he should not push it, maybe today he should just let things be.

The Uber arrives. She waves goodbye and he approaches her. I’ll miss you, he says, and she tells him to take care and be safe. Before she leaves he kisses her. Once she’s gone he realizes that it was the only one during all the meeting. He looks at his watch, it’s still quite early. He gazes at the sky, it’s still raining. Without opening his umbrella, he starts moving.

Some hours later, he receives a message.

—Hey, it was nice to see you today. Are you free tomorrow?

He smiles, maybe she had a bad day, and tomorrow things will return to normal.

—Of course, for you I have time!

—Great.

He starts to think what they can do tomorrow, but another message from her comes.

—I think we need to talk.

Firmeza

Errores, cientos

Aciertos, contados

Cuántas veces he optado

Por el camino equivocado

Y cuántas veces he actuado

Sin estar preparado

Pero si algo he aprendido

Si en algo he vencido

Es a saltar a la lona sin miedo

A enfrentarme al tigre sin miramiento

Porque puedo perder por mala fortuna

Por mal cálculo, imprudencia o locura

Pero nunca por haber tenido dudas

Sobremasa

En la barra de un restaurante mexicano en Brooklyn un tipo toma mezcal con parsimonia. Suena su celular, esa debe ser una señal porque emocionado trata de sacar el teléfono de su bolsillo. En ese movimiento su brazo hace caer el shot de mezcal, de inmediato levanta el vaso y coge unas servilletas. El teléfono deja de sonar.

El tipo se queda mirando la barra, la pequeña laguna frente suyo. El mezcal está derramado sin remedio. Esa es la señal. Esa es la verdadera señal. Paga la cuenta y se va.

Al día siguiente amanece muerto.