Rita*

Era practicante y un día cometí un error grave. El tema era de una abogada con la que yo casi no había trabajado antes, así que me puse un poco nervioso. Fui a su oficina y le confesé la situación y el error. Ella escuchó y me dijo que le dé un tiempo pues tenía que sacar algunas cosas primero.
Una hora después me llamó. Fui a su oficina preocupado pensando en la pésima primera impresión que le estaba dando. Me recibió bien, me dijo que me olvide de culpables y que íbamos a enfocarnos en solucionar el tema. Y no solo solucionar, íbamos a dejarlo todo impecable. Hizo un par de bromas para relajar el ambiente y luego me explicó a detalle el plan de accióny me despachó. Su voz era estricta, pero también era cálida y llena de buena vibra.
A Rita la conocí primero así, con ese escaso talento para desactivar problemas con buen ánimo y hacer que las cosas terminen incluso mejor de lo esperado. Terriblemente exigente, pero también increíblemente comprensiva.
Y tuve la suerte de no solo verla —admirarla— como jefa, sino también de tenerla como amiga. Rita me ayudó en distintos contextos y fue un apoyo como pocos. Sus consejos y sus cuadradas me han acompañado incluso mucho después de que dejamos de trabajar en el mismo estudio. Esas palabras que han contribuido a que hoy sea, fijo, un poco menos cojudo.
Rita, quiero recordarte por las conversaciones que tuvimos el año pasado. Cuando nos reíamos hablando de los viejos tiempos. Quiero agradecerte por la vez en que dijiste que debía ‘desacelerarme’, una lección que ha marcado mis cimientos. Y quiero decirte, aunque ya es tarde, que sí, que tú eres mi ídola.
*En memoria a Rita Sabroso, mujer, brillante abogada, excelente profesora y verdadera amiga.
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