Nunca he pensado más en tatuarme como ahora, pero no sé qué, el otro día vi que entrevistaban a Aron Piper y le preguntaban por el ojo llorando que tiene tatuado, y él dijo que era por lo mucho que le había ayudado llorar. Pensé en mi relación con el llanto. Y me acordé cuando lloraba mucho, por todo y de todo, y tú te estresabas, te cansabas, me calificabas de infantil, inmadura, entrabas en el personaje de padre muy estricto y me tratabas mal para que tenga una razón real para llorar, en palabras tuyas. Y vivía avergonzada de mi llanto, y cuando sentía que una lagrimita quería salir, la vergüenza me inundaba y me hacía llorar mucho más, luego el miedo de cómo ibas a reaccionar, de nuevo. Vivía hecha una Magdalena avergonzada sufriendo de más en cuanto sentía que tenía ganas de llorar, con ganas de evitarlo a toda costa, sin éxito cada vez. Y cuando te fuiste, lloré 40 días seguidos, al menos, con mucha vergüenza. Un día, una señora me dijo que llorar no es nada por lo que avergonzarse, que es tan natural como hacer pis, y que es una forma de demostrar que somos humanos y que sentimos intensamente. No le hice mucho caso.

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